Reflexión del Pastor Guillermo Decena: «Jesús sembró con lágrimas y cosechó con alegría»

El Pastor Guillermo Decena resalta esta semana lo que dice el Salmo 126:5 "Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán". Esta es una maravillosa palabra que nos invita a no desanimarnos cuando acontece alguna circunstancia negativa de la vida. Dios nos impulsa a seguir adelante, pues su Palabra es clara.

Después de la rebeldía contra Dios, el Creador dijo: “vas a ganar el pan de cada día con el sudor de tu frente”, esto quiere decir con sacrificio y sufrimientos. Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida» (Génesis 3:17 RVR).

Ahí mismo empieza el estrés de la lucha cotidiana. “Con dolor comerás de ella”, esta palabra significa “preocupación, dolor y trabajo” así que, desde la caída, la vida es una lucha que debe ser enfrentada con fe, y con la ayuda de Dios.

Hoy quiero que nos inspiremos con la vida de nuestro Señor Jesucristo, el cual toma forma humana y vive lo que nosotros vivimos. Las lágrimas de Jesús nos hacen recordar la descripción del profeta Isaías, quién dijo que “Él sería ´varón de dolores´, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). Esta descripción muestra que Jesús sufrió y lloró muchas veces durante su ministerio terrenal, pero su siembra fue maravillosa y su cosecha fructífera.

Si pensamos que sufrimos o hemos sufrido, debemos acordarnos de Jesús, «Varón de dolores», que seguro lloró y sufrió muchas veces. La Biblia registra tres de esas ocasiones, mostrándonos la identificación con el dolor humano y la compasión de su corazón.

Cada vez que Jesús llora significa para nosotros una lección que tenemos que aprender en cuanto a sembrar en medio del dolor y recordemos que toda siembra con sufrimiento traerá una poderosa cosecha. En este sentido el Pastor Guillermo Decena destacó algunos puntos:

I. Sembrar en medio del sufrimiento reinante.

Jesús llora en la muerte de Lázaro: Él era el ser más perfecto que existió sobre la tierra porque no tenía pecado, era emocionalmente sano y equilibrado. Por tanto, si Jesús lloró en estas situaciones, entendemos que es natural y sano llorar o ponerse muy triste en una atmosfera de dolor. Cuando no lo hacemos, es probable que estemos endurecidos al sufrimiento del prójimo y cuando lloramos más que los familiares es probable que seamos personas que necesitamos sanidad interior.

Cuando Jesús llegó a Betania, su amigo Lázaro ya estaba muerto. Lo habían sepultado cuatro días antes. Él sabía que levantaría a Lázaro de entre los muertos, sin embargo, lloró junto con María, Marta y los demás. Jesús llora por el desamparo de todos los corazones frente a la muerte. “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran” (Romanos 12:15). Jesús hizo precisamente lo que nos manda hacer.

Qué maravillosa verdad: Jesús llora con nosotros en todos nuestros dolores. Pero toda ocasión de sufrimiento del prójimo, es una oportunidad para poder hablar del amor de Dios y de la vida eterna. El sufrimiento viene muchas veces por la falta de esperanza, «Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?» (Juan 11:23-26 RVR).

Había venido a compartir el dolor de Marta y María, porque Él también amaba a Lázaro, y se “se estremeció en espíritu y se conmovió” pero vino a darles fuerza con la poderosa noticia de la vida eterna.

La muerte es separación y vacío, y hay muchas personas que no encuentran consuelo en esta circunstancia, es aquí cuando el evangelio entra en acción pues es una buena noticia en medio de malas (Juan 11:33-37 RVR).

Jesús estuvo ahí mismo sembrando de su amor, su empatía y su poderosa verdad. Pero el mensaje se completa con su resurrección haciéndonos más que vencedores, para que digamos: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?» (1° Corintios 15:55).

 

II. Sembrar en medio de la incomprensión de la sociedad.

El apóstol Pablo oraba para que Dios otorgue espíritu de revelación a sus discípulos, porque somos más proclives a las tinieblas que a la luz. Jesús lloró porque Jerusalén no entendía ni entendería los acontecimientos trascendentes de la cruz e ignoraba las cosas que iban a suceder.

«Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos…» (Lucas 19:41-44 RVR). Tengamos la carga de la ciudad en donde Él nos ha colocado, pues hay que clamar por la gente y sin dejar de sembrar lo bueno.

La desesperación de Jesús es por la falta de luz de la gente que no se daba cuenta de la perdición en la cual estaban. Jesús lloró al pensar en la terrible destrucción que caería sobre Jerusalén en el año 70 después de Cristo, cuando el general romano Tito arrasó la ciudad y sin piedad desató una masacre entre sus habitantes. Jesús lloró porque sabía que el hermoso templo de Dios sería destruído en Jerusalén. No quedaría nada más que un muro que corría por el costado del templo.

Las lágrimas de Jesús nos mueven, como nada más puede hacerlo, a predicar el Evangelio a toda criatura con urgencia y ganar a toda la ciudad para Cristo. Suframos por la ciudad donde el Señor nos ha colocado, Él quiere que veamos la gloria de Dios en la ciudad, porque Jesús anticipaba el derramamiento del Espíritu Santo en Jerusalén.

La cosecha fue que a pesar que fue destruida, fue finalmente reedificada, volverían los judíos para testimonio de todas las generaciones que vendrían. ¡Y las lágrimas de Jesús nos mueven a evangelizar la presente generación también con fe! Porque Él nos dijo: “Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa” (Lucas 14:23). Y no debemos avergonzarnos del evangelio porque es poder de Dios para los que creen (Romanos 1:16).

 

III. Sembrar en medio del sufrimiento inmerecido.

Esta es la siembra más poderosa que podemos hacer en el mundo espiritual y material pues nunca nos pareceremos más a nuestro salvador Jesucristo que en estos momentos.

Jesús lloró en el Huerto de Getsemaní, víctima de pecados que nunca había cometido, cargando el odio y la maldad de la humanidad. Ese es el tercer registro de Él llorando en la oscuridad del huerto, pues la muerte se acercaba. “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (Hebreos 5:7).

En el Huerto de Getsemaní, la noche antes de ser clavado en la Cruz, Jesús oró solo. Allí en la oscuridad derramó Su alma en oración al Padre. Lo misterioso es que habla de temor y creo que Jesús si algo temía es que iba a morir allí en el Huerto, antes de poder ir a la Cruz para cargar nuestros pecados. Jesús oró para que la copa de la muerte pasara de Él aquella noche para que pudiera vivir y para morir en la cruz el día siguiente. Jesús oró por la liberación de la muerte en el huerto, con el fin de que pudiese cumplir Su propósito en la cruz. Él fue escuchado; Él no murió en el Huerto de Getsemaní y los pecados del mundo fueron colocados en Jesús hasta morir en la Cruz.

Jesús estaba en gran agonía mientras Dios ya ponía sobre Él nuestros pecados. “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44). Se nos dice que Él ‘fue oído a causa de su temor’.

Dios escuchó la oración de Jesús “con gran clamor y lágrimas” allí en la oscuridad del Getsemaní. Dios envió un ángel para fortalecerle para que finalmente pudiera ir a la Cruz para pagar el castigo por nuestros pecados.

Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios (Hebreos 12:2).

Jesús sabía que, aunque estaba sembrando con lágrimas, cosecharía luego con gozo y alegría y eso le dio fuerzas para sembrar su vida hasta el final. Nosotros también debemos creer en esta promesa y saber que el presente puede ser duro y difícil pero el futuro será de victoria y alegría.

¡Confía en Jesús con todo tu ser pues te amó hasta la muerte! Cree en Jesús. ¡Confía en Él y serás libre de condenación! ¡Él perdonará tus pecados y te dará nueva vida y vida eterna!

Que Dios te bendiga, te guarde de todo mal y tengas una semana de completa victoria!

Pastor Guillermo Decena

Centro Familiar Cristiano «Victory Church»

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