Columna | Soledades de fin de año…

Por: Fabian E. Paredes (*)
Se aproximan las fiestas y como todos los años nos encontramos con una vorágine de emociones movilizada por un lado por el escenario del bombardeo y consumo de productos, y por otro, por las exigencias sociales que dictan cómo, cuándo y con quiénes debemos “pasar” estas fiestas.

*Pasar… palabra que adquiere más de mil sentidos según el diccionario. Para algunos se trata de poder lidiar con ese extraño ingrediente seco que ornamenta las masas dulces; de pasar el pan dulce con alguna bebida fuerte ante las infaltables preguntas y comentarios incómodos de esos verdugos de turno. O pasar fugazmente por tal o cual casa y cumplir ceremonialmente con la reverencia esperada, bajo el riesgo de llenarse de una culpa atroz. Para otros a veces es pasar factura de situaciones y promesas incumplidas o rotas. Pasar la página o incluso, arrancarla de cuajo. Pero también es pasar al acto y decidir pasar la traba por la puerta y hacer como si durante esas largas horas no pasara nada afuera, ni adentro de uno. En fin, cada quien la termina pasando como quiere y como puede.

(*)  Fabian E. Paredes, Lic. En Psicología

Pero algo indudable es que un hecho social, un evento donde debemos enfrentarnos –y muchas veces confrontar- con presencias y con ausencias nos deja en mayor evidencia a nosotros mismos. La soledad es un sentimiento muy humano y ciertamente no hay un solo tipo de soledad. Hay una soledad que es real, la que más solemos asociar a la palabra, que es cuando nos sentirnos solos porque no tenemos a nadie o a casi nadie significativo cerca. Diríamos que es la soledad más fácilmente salvable si nos proponemos a construir un vínculo ya que la mayoría de las personas conoce a alguien, independientemente de la calidad de ese vínculo, pero también porque la mayoría de las personas tenemos la capacidad de acercarnos a alguien y de intentar construir una relación del tipo que sea. Muchas personas suelen aplicar estrategias de afrontamiento creativas para paliar estas soledades, por ejemplo, pasar las fiestas con amigos que no se ve hace mucho tiempo.

Hay otra soledad que también es real y un poco más compleja. Es una soledad evolutiva y tiene que ver con una “ley” que es que a medida que crecemos y maduramos nuestro círculo social suele ir achicándose cada vez más. Esto ocurre por pérdidas y contingencias naturales, pero también porque el ser humano a medida que envejece suele volverse más restrictivo en sus vínculos y sus actividades sociales.  Acá también siempre es un buen momento para aplicar o reaprender estrategias de aceptación y afrontamiento.

También podemos experimentar un tipo de soledad que es muy valiosa en términos de crecimiento y autoconocimiento personal: la soledad en términos existenciales, que tiene que ver cuando nos damos cuenta que en definitiva nuestro paso por la vida, aun acompañados, es una experiencia propia, muy personal e incomunicable de manera completa. Es la soledad que nos moviliza a filosofar, a producir arte, y a experimentar cosas con un valor espiritual que nos hace ir más allá de nosotros mismos.

Finalmente hay una soledad muy dolorosa: es la soledad que solemos montar desde nuestras propias jaulas y complejidades personales. Son las soledades “neuróticas” que nos llevan a aislarnos de los demás como una forma defensiva. Se erigen desde nuestras heridas y vulnerabilidades y son difíciles –aunque no imposibles- de elaborar. Es la soledad que nos hace sufrir, que nos daña y con la que solemos dañar a los demás.

Y vos ¿a qué soledad te enfrentan las fiestas?

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