“¿Tomamos unos mates?” Aunque ya no se comparte, sí se toma en grupo: las nuevas costumbres después de la pandemia

Se venden 3 millones de termos por año y es récord el consumo de yerba; las nuevas formas de socializar este ritual tan íntimo como expandido que atraviesa todas las clases sociales

Aunque es invierno, un grupo de adolescentes busca la sombra del roble de la plaza para sentarse. Arman una ronda de seis en el mediodía del domingo soleado. De mano en mano, circulan dos termos. Como si se tratara de otra ceremonia –la del café, quizá–, cada uno de ellos sostiene un recipiente que no pasa hacia el que está al lado, que no circula. Entonces sucede lo nuevo: hay ronda con mates, y no de mates. Cada quien con lo propio, para que cada boca solo toque una bombilla. Así, la escena se repite en las nuevas formas de socializar este ritual tan íntimo como expandido que atraviesa todas las clases sociales.

mate

Si desde comienzos del 2020 las bocas estuvieron vedadas, y siendo que el rito más argento se constituye porque todo pasa por los labios, la lengua y la saliva, ¿la pandemia cambió el ADN del mate? Si el mundo es otro, ¿se es otro en este presente con un mate que no sale de los límites del propio cuerpo? ¿Qué significan hoy los verbos cebar, dar, pasar? A la luz de estas preguntas, surge el viaje de volver a revisar el álbum familiar matero para ver con nuevos ojos eso que tanto se conoce de pura praxis. Como la vida. Y el lugar del mate en la propia.

“Al mate le debo mi obra. Si Suzuki y Okakura Kakuzo hablan del té como en una de las estéticas del zen, no veo por qué sería inoportuno escribir un tratado: El mate como disciplina. Pero no como ironía o un chiste, sino como algo absolutamente en serio. A cuántos habrá salvado el mate en épocas de miseria infinita. Es cosa de ver cómo ayuda a resistir, a conservar el equilibro, la esperanza y a que no se pierda el centro. Sirve al solitario, pero también al ideal que es compartir”. Esto decía el escritor Alberto Laiseca en El jardín de las máquinas parlantes, y es parte del prólogo al ensayo Al borde de la boca, diez intuiciones en torno al mate (Fiordo, 2022), de Carmen M. Cáceres (1981), la escritora y traductora posadeña, Misiones, que vivió muchos años en España –junto con su marido, el escritor Andrés Barba– y por eso su voz tiene ese cruce entre el litoral y los impulsos de la oralidad ibérica.

“Viví afuera y tuve una distancia que me permitió ver de otra manera. Por estar afuera me costaba conseguir yerba. No soy una gran matera, pero ese mate de media mañana era crucial para mí. Los orientales, los franceses tienen tradición de ensayo de lo cotidiano, pero no encontraba quién me ayudara a contar esa experiencia. Veo cómo toman mate mi madre y mis amistades, pero eso no está. ¿De qué nos quedamos afuera si no registramos los hábitos cotidianos?”, dice Cáceres.

Es significativo que una provincia con poca superficie como Misiones –aunque también se cultive en Corrientes–, le dé mate a todo el territorio nacional, incluso lo que se exporta. “La provincia de Misiones es un bastión angosto del tamaño de Bélgica que sería una isla cercada por ríos si no la unieran a la Argentina apenas 30 kilómetros de frontera seca”, sostiene Cáceres en su ensayo. Y también: “En esa zona de nómadas eternamente en conflicto, se cultiva el 90% de la producción de yerba mate del mayor exportador del mundo”.

Según los registros que ofrece el Instituto Nacional de la Yerba Mate, en marzo de 2022 se contabilizaron entre Corrientes y Misiones, una superficie cultivada total de 209.280 hectáreas. Y si bien también son materos en Uruguay, Paraguay y Chile, un relevamiento de la BBC, a través de una nota de Ana Pais, sostiene que “la Argentina es el mayor consumidor de yerba mate en volúmenes absolutos con cifras que van entre 245 y 260 mil toneladas al año”. De manera que, para que esas hojas crezcan como crecen, solo sucede ahí. Es una planta que pide expresarse en ese microclima. No funciona en otros suelos. Y los guaraníes parecían saberlo. Llevaron adelante algo que hoy llega a cada sorbo y pide lo siguiente: cuidar esa planta que tanto da.

Una clorofila de toda generosidad

Valeria Trápaga es catadora de yerba mate, así le gusta definirse. Aunque el nombre para el CV sería más por acá: “La primera sommelier del mundo especialista en cata de yerba mate”, así se lee en su libro El mate, en cuerpo y alma (Ed. Larivière). Conocedora desde sus registros más sensoriales, dice que “la yerba tiene diferentes perfiles de aroma y de sabor, según dos variantes: la procedencia geográfica y la molienda. No existe variedad de plantas, es única”. Los que pisaron tierra colorada y llegaron a tocar sus ramas, pudieron comprobar que puede alcanzar hasta los 20 metros de altura. Que las hojas tienen algo familiar al laurel, una forma amable.

Su nombre para la ciencia es Llex paraguariensis de saint hilaire. Y la narración humana sobre sus poderes y gratitudes tejió su propia mitología en la leyenda de la Caá Yarí. Explicaciones desde distintos registros para algo tan valioso. “La yerba mate vino para curarnos –sostiene Trápaga–. Es un alimento con muchos beneficios para la salud que desconocemos, que estamos de a poco develando. Los guaraníes ya lo sabían y por eso la eligieron. Yo quiero revindicar que nos hace bien, está comprobado que sus propiedades son muy buenas. Nos hace más felices, porque lo asociamos a los momentos de mimos. Si yo estoy solo con un mate, estoy menos solo. No es una taza de café. Al mate le damos este lugar de mimo, de compañía. De recompensa”.

Sean los estudiantes en el aula de universidad por donde circula el termo. La mujer que merienda mate con bizcochuelo con la familia de su marido. Dos amigas de punta en blanco que ven polo en tanto ceban. O el folclore: el anciano de campo que reparte amargos a los compañeros del truco. O los amigos en la 4×4 que acampan en el Sur como postal publicitaria. En todos ellos, y en cada casa, ¿hubo un antes y después de la pandemia? ¿Estos nuevos hábitos llegaron para quedarse? ¿Cómo impactó la distancia social en un hábito que es a partir de algo tan íntimo como la boca?

“Durante 2020 –afirma Trápaga–, hubo un momento significativo de cada uno con su mate. Con esta práctica instalada, el consumo de yerba mate siguió más o menos estable; uno al estar en su casa, estaba más limitado a poder acceder a todo tipo de alimentos y bebidas. El consumo individual, de cada uno en su casa, compensó la falta de consumo social”. Pero en 2021, con las aperturas de las actividades, cambió la forma de consumir el mate. “Este nuevo hábito –dice Trápaga– hizo que en 2021 la yerba mate tuviera un récord histórico. Porque empezó a sumarse al hábito individual, el hábito social. Por eso, el récord de consumo creció más o menos un 5,2% respecto de 2020, en el consumo y en los kilos comercializados. Récord histórico el 2021, porque es la consecuencia de tomar individualmente. Cada uno, su mate. Es más yerba, es otro momento más que le sumo al momento que tengo en mi casa. Esto hizo que se convierta en un año de récord histórico en la Argentina”.

Si hay otro elemento del kit matero que puede reflejar un cambio de usos y costumbres, es el termo. Carlos Bender, gerente comercial de Lumilagro S.A. –un clásico–, trabaja en la empresa desde hace 21 años y acerca estos parámetros. “Una vez decretada la cuarentena, el ingreso de pedidos en la empresa se incrementó alrededor de un 20% durante los primeros cuatro meses. Luego fue descendiendo hasta llegar a los valores habituales”.

Lumilagro lleva 81 años fabricando termos de vidrio, y desde hace 10, de acero. Sus números hablan de los hábitos de los argentinos: fabrica y vende algo más de 3.000.000 de termos anuales. Los datos que la empresa levantó de los consumos a partir de la pandemia son significativos. “Como dato duro –afirma Bender– se considera que hoy el 70% de los hogares argentinos tienen al menos un termo. Además hay un dato que surge de la observación: en los espacios al aire libre, como plazas, parques, playas, en cada grupo de jóvenes hay seguramente al menos un termo”.

Yerba Mate

Están las grandes marcas, pero también los pequeños emprendedores que nacieron en pandemia. Así es el caso de Livesdeco, anagrama de su creadora, Claudia Vidas, que fuera promotora, modelo (hizo comerciales para TV de acá y de afuera), y llevara su sentido estético a los termos, mates y bombillas. “A mí el encierro obligado me dio libertad. Por primera vez podía ocupar casi todo el tiempo en hacer cosas que me gustaban, sin estar pendiente de los horarios. Con mis hijos y marido en casa me dio tranquilidad para hacer”. Con tiradas menores a las de las grandes industrias, pero con un demanda en crecimiento, empezaron a circular los diseños de Livesdeco a través de su cuenta de IG, @livesdeco_ como muchos en aquellos días. “El tema de no poder compartirlo fue el disparador para armar combos personales, mate y termo solo para uno. Cómodo, para acompañar adonde sea”.

“Esto también pasará”

Hay quienes ya comparten la bombilla. Pero lo que más se ve es el termo como zona de lo común, no así el mate. ¿Volverán algún día a hacerse unas todas las bocas en un única ronda, a la antigua, a la era pre 2020? ¿O esto es la nueva forma? Dice Carmen M. Cáceres desde su ensayo: “En épocas de pandemias y distanciamiento social, el uso compartido de la bombilla vuelve a ocupar el centro crítico de la infusión. No cuesta nada imaginar que cada vez habrá más voces en contra y es posible que en el futuro coexista la versión tradicional con versiones más sanas en las que el elemento a compartir no sea la bombilla, sino el termo con agua (como en Siria), o encuentros en los que cada uno vaya con su equipo de mate”.

Nunca antes pasó, esto de tener que dejar de compartir. De hacerle honores al rito. Sin importar si lo que se tiene entre manos es de madera, calabaza, cerámica o vidrio, pero que esté caliente. Que tenga vida. Y nada más semántico que decir que un mate murió, cuando está frío. Pero lo que lleva la infusión hacia adentro del cuerpo, es la bombilla. Dice Adela Bach en su poema “Yerbal”: Que tiene esta bombilla/ fijate bien como brilla/ en contacto con la yerba / que ayer alguien cosechó/ en tierra colorada y selva/no aquí a la vuelta, no.

Los mates se tunean según los gustos, las épocas. También los termos. Pero la bombilla es el umbral. “Ya es algo maravilloso, inexplicable –asegura Cáceres–, algo que destruye la lógica de la historia como cadena de progreso occidental que hayamos conservado hasta la fecha el uso de la bombilla de forma idéntica al guaraní original, que lo repliquemos en nuestras ciudades del siglo XXI, que no hayamos resistido –hasta hoy– a la tentación de una higiene puritana”.

Fuente: La Nación

 

 

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