Carta cuaresmal del obispo Juan Rubén Martínez

Al iniciar el tiempo cuaresmal en preparación para la celebración de la Pascua, encontramos una nueva oportunidad para convertirnos al amor de Dios. En efecto, este tiempo litúrgico de la cuaresma nos permite como el hijo pródigo revisar nuestro compromiso y seguimiento de Cristo, el Señor, en quien creemos, y volver a Dios, regresar a la casa del Padre, para estar con Él y recibir su abrazo paterno y misericordioso.

Al iniciar el tiempo cuaresmal en preparación para la celebración de la pascua, encontramos una nueva oportunidad para convertirnos al amor de Dios. En efecto, este tiempo litúrgico de la cuaresma nos permite como el hijo pródigo revisar nuestro compromiso y seguimiento de Cristo, el Señor, en quien creemos, y volver a Dios, regresar a la casa del Padre, para estar con Él y recibir su abrazo paterno y misericordioso.
Este año por iniciativa de nuestro Papa Benedicto XVI estamos viviendo “el año de la Fe”, y creo oportuno en esta carta pastoral que juntos podamos revisar este “don” de la gracia, así como nuestro compromiso y tarea, en orden a redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo.

 

De hecho el santo Padre en la carta Apostólica titulada “Porta Fidei” del 17 de octubre de 2012 señala una profunda preocupación respecto al tema de la fe: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud».1 Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado.2 Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.”(Nº2)

Este año de la fe comenzó el 11 de octubre de 2012 y culminará en la solemnidad de Cristo Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. Al cumplirse los 50 años del concilio Vaticano II el Papa Señala en Porta Fidei: “Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia». (Nº10)También en este año de la fe celebramos los 20 años del catecismo de la Iglesia Católica. Todos sabemos la importancia que tiene dicho catecismo como un apoyo a la vida de fe en la vida pastoral de nuestras diócesis como un instrumento al servicio de la catequesis y de la evangelización en general. En esta perspectiva, el año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo.

 

La cuaresma es un tiempo de gracia en donde podemos “volver a Dios” revisando como vivimos nuestra fe en Cristo, el Señor, como “Don y camino”.
Considero importante subrayar que la fe es un don de Dios. Es “Dios” quién gratuitamente obra su gracia para que nuestra fe no sea en algo, sino en Alguien, en la persona de Jesucristo. En “Porta Fidei”, el Papa señala al respecto: “La Puerta de la Fe (Hech. 14,27), que introduce en la vida de comunión con Dios, y permite la entrada en su Iglesia, esta siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida.

 

Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo –equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor. (Nº1)”

 

En el inicio del año de la fe en el contexto de nuestra peregrinación anual a Loreto, el domingo 18 de Noviembre hemos realizado una proclama solemne del “Credo”. También en todas las parroquias y comunidades se han propuesto resaltar en la liturgia y catequesis el “Credo”, en orden a que los creyentes confesemos nuestra fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza.

 

Es significativo recordar las palabras de San Agustín cuando en un sermón sobre la redditito symboli, la entrega del credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibieron todos a la vez y que hoy han recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […]Recibieron y recitaron algo que deben retener siempre en su mente y corazón y repetir en su lecho; algo sobre lo que tienen que pensar cuando están en la calle y que no deben olvidar ni cuando comen, de forma que, incluso cuando duermen corporalmente, vigilan con el corazón».

 

En medio de tantas formulaciones confusas de nuestros ambientes, donde el ser “abiertos” o “ecuménicos” son palabras mal usadas, dando pie muchas veces a un profundo relativismo y generando una religiosidad del consumo, sin compromiso e individualista; la formulación convencida del “Credo” puede ser un fruto importante en la celebración de este año de la Fe.

 

Todos sabemos que si bien la Fe es un Don de Dios, también implica el camino discipular y comprometido del cristiano. Nos alegra señalar que de diversas maneras se han multiplicado centros de formación cristiana, como el instituto de Teología y Pastoral, las escuelas Básicas y de Ministerios, y sobre todo desde la catequesis de niños y de adultos como medios que ayudan a asumir este camino de fe y su maduración.
Debemos señalar que en este discipulado en la maduración de la fe también hay un camino antropológico a recorrer. En principio, la fe puede tener momentos de gozo, en donde sobre todo experimentamos lo sensible del “encuentro”, sin embargo en todos los casos necesitamos de un camino discipular en ese proceso de maduración de la fe que nos lleve a implicar nuestra voluntad e inteligencia, y a la misma persona, para que la fe no esté atada solo a los vaivenes de los afectos, sino que implique un compromiso “permanente” sobre todo en los momentos de aridez, sufrimientos y cruces. El camino de la Fe debe llevarnos a experimentar el morir y vivir en “Él”, para tener una fe Pascual, plena y gozosa, que nos permita ser testigos de lo que creemos.

Ese don de la fe que es personal, es al mismo tiempo, comunitario y eclesial. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad Cristiana, cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación.
En esta cuaresma del año de la Fe encontramos una nueva oportunidad de la gracia para revisar como vivimos nuestro discipulado de la fe, si el camino que transitamos nos lleva a asumir el Don de la Fe como un compromiso personal y eclesial.

a- Catolicismo popular y secularismo. En esta reflexión cuaresmal sobre la “Fe”, solo señalaremos algunos desafíos que considero que deberemos tener en cuenta en el contexto de nuestra realidad social y cultural.
3. Desafios Pastorales


En los documentos del Episcopado Argentino de los años 90 “Líneas Pastorales” , se señalaba el problema del secularismo como un desafío en la tarea evangelizadora, y en este inicio de siglo, en “Navega Mar Adentro” se señaló el desafío de evangelizar la búsqueda de Dios que tiene la gente.

Es cierto que en nuestra realidad encontramos la convivencia de estos dos aspectos. En toda América Latina es fuerte la búsqueda de Dios en nuestra gente y esto se expresa en las grandes manifestaciones de religiosidad popular. Nosotros somos testigos en la Diócesis, así como en nuestra patria de importantes manifestaciones de fe, que constituye en nuestra cultura un fuerte componente de un “catolicismo popular” que perdura desde hace siglos en nuestra historia.

Aún cuando la religiosidad popular es parte de nuestra cultura, también asistimos a un importante avance del secularismo que plantea una sociedad que omite a Dios, y presenta solo un modelo consumista donde la persona sólo es un objeto. El secularismo que se transforma en un ambiente, en parte crece por las estructuras mercantiles y consumistas que manejan un poder económico, político y comunicacional, e inciden sobre todo en la cultura y educación. Basta hacer un rato “zapping” en la televisión para ver que la mayoría de las propuestas en programas de diversión, novelas y películas hacen propuestas que silencian a Dios y omiten valores esenciales como la vida, familia, justicia y la solidaridad. Muchas veces para defender sus propuestas materialistas y consumistas ridiculizan lo religioso, y a la misma Iglesia tratando de dañarla, por ejemplo subrayando debilidades personales de algunos de sus miembros, y silenciando a tantos que dan su vida en obras de caridad y justicia, o bien, tergiversando algunas de sus enseñanzas, desde prejuicios casi dogmáticos, y escondiendo las verdades de dichas enseñanzas.
b- Consolidar algunos ejes pastorales. En realidad debemos señalar que cada tiempo tiene sus desafíos y el nuestro será “Consolidar” la evangelización profundizando nuestro discipulado y misión.

 

En la última Asamblea Diocesana realizada en junio de 2012, señalaba que ingresábamos en un tiempo en el que tenemos que consolidar varias iniciativas que fueron claves para la evangelización en estos años en nuestra Diócesis (reflexiones sobre el camino Evangelizador de la Diócesis: Asamblea junio 2012). La palabra consolidar implica necesariamente tomar en serio y en profundidad el “Año de la Fe”, el asumir el camino de discipulado y misión, consolidando y madurando la fe como “Don y tarea”.


c- La Fe y la Vida. Lamentablemente observamos que muchos cristianos padecen una ruptura entre la fe y el estilo de vida, criterios y opciones que realizan. Esto revela la necesidad de realizar un camino discipular y misional. Esta realidad que se da en todos los niveles culturales y sociales, se hace más grave cuando se da en aquellos cristianos que tienen responsabilidades sociales por el ejercicio de poder que poseen, e ignoran el compromiso que la fe conlleva en todos los ámbitos de la vida social, política y cultural. Algunos creen erróneamente cumplir como cristianos participando de alguna celebración ocasional, o bien, realizando algún gesto solidario aislado.

 

La vida de fe para un cristiano debe impregnar todos sus actos, debe ser un estilo de vida, implicando también sus criterios y opciones personales.
d- La Fe y la Pobreza. Hay muchos aspectos que quisiera señalar sobre la ruptura frecuente entre fe y vida en esta reflexión cuaresmal, pero quiero referirme a un tema que considero clave a tener en cuenta en los exámenes de conciencia que realizaremos durante la cuaresma y en la acción evangelizadora en estos años.

Considero que es contradictoria una cultura en donde muchos nos manifestamos cristianos, y aceptamos como normal el grado de pobreza y exclusión con el cual convivimos. Fundamentalmente una de las causas que nos llevan a que gran parte de la población “sobreviva” con ayudas sociales dadas por el Estado, o bien desde la solidaridad familiar es “la falta de trabajo”.
En numerosas oportunidades he señalado la necesidad que “el trabajo sea digno”; no es digno trabajar 10 horas por día, y cobrar 70 o 100 pesos como es habitual en muchos sectores de la sociedad. No es digno que se trabaje en negro con la fragilidad de no saber si continuará trabajando en las próximas semanas.

 

 

La verdadera equidad social se da con el trabajo digno. Esto significa poder trabajar y ganar con las propias manos y esfuerzo el pan de cada día, y el poder proyectar con esperanza el futuro personal y familiar, sobre todo el de nuestros jóvenes que son especialmente víctimas de esta precariedad laboral, exclusión, y consumismo. En esta reflexión de cuaresma pido que todos los cristianos hagamos un examen de conciencia sobre este flagelo social, pero sobre todo pido este examen de conciencia a los cristianos que son empresarios, comerciantes, políticos y sindicalistas que revisen si la Fe que reciben como un Don de Dios los compromete con tantos hermanos que tienen diversas formas de exclusión y precariedad.

e- La Colecta curesmal del 1%. Quiero recordar en esta carta cuaresmal, el gesto que anualmente realizamos en nuestra Diócesis con la colecta llamada “del 1%”, que este año se realizará el próximo 9 y 10 de marzo. Este gesto de aportar el 1 % del total de nuestros ingresos como una cifra orientadora, sólo tiene validez si es fruto de nuestra conversión a Dios, y nuestro deseo de Amarlo a “Él” y a “nuestros hermanos”, como a nosotros mismos.

 

Esta ofrenda será un aporte con el que podremos ayudar a hermanos necesitados en el tema de viviendas, techos, ranchos y letrinas. Con esto no solucionaremos seguramente el problema de la vivienda, pero como Diócesis realizaremos un gesto concreto de caridad y justicia. Quiero subrayar aquello que el Papa Benedicto reflexiona para esta cuaresma sobre las obras de caridad: “estas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe y brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin Frutos: estas dos virtudes (la fe y la caridad) se necesitan recíprocamente”.

 

En este año de la Fe buscamos caminos para suplicar a Dios que nos siga regalando este “Don”, y que nos comprometa a vivir la fe desde que nos levantamos hasta que nos dormimos, en nuestras familias, en nuestros trabajos, con los amigos, en los sufrimientos y en las alegrías.
El tiempo cuaresmal nos ayudará a revisarnos desde el amor que Dios nos tiene, con la certeza que si volvemos a “Él”, nos recibirá con un abrazo de Padre, como al hijo pródigo. Abrazados por su amor somos plenos, y podemos ser testigos de la Pascua y la Esperanza.
Les envío un saludo cercano como Padre y Pastor

 

Juan Rubén Martínez

Obispo de la Diócesis de Posadas

Hoy miércoles de Ceniza

 

 

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