Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para la Solemnidad de la Santísima Trinidad

En este domingo celebramos a la Santísima Trinidad. Si hay algo esencial de nuestra fe como cristianos es creer que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Creemos en la Trinidad por la revelación que Jesucristo, el Señor, realizó y que leemos en los textos de la Palabra de Dios.

El texto bíblico de este domingo (Jn 3, 16-18) nos ayuda a ahondar en el misterio Trinitario revelado por Jesucristo, el Señor:

«Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna». Es importante que comprendamos la significación que tiene para nuestra vida esta verdad que confesamos los cristianos. Dicha confesión trinitaria tiene consecuencias en nuestraespiritualidad, en la evangelización y hasta en la manera de vivir y concebir el mundo. El decir que la comunión de la Trinidad es fundamento de nuestra convivencia social parece una expresión sin sentido
y, sin embargo, está en la base de nuestro estilo de vida que debe propiciar la cultura del encuentro.

 

El Papa Francisco, en la Carta «Fratelli Tutti» nos habla de este fundamento trinitario que es la calve para entendernos hermanos y hermanas: «Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que con ello le confiere una dignidad infinita.

 

A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos a la fuente última, que es la vida íntima de Dios, nos encontramos con una comunidad de tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en común. La teología continúa enriqueciéndose gracias a la reflexión sobre esta gran verdad». (FT 85).

 

Este no es un tema menor y requiere de nuestra reflexión y evaluación en distintos niveles. En el país, en nuestra provincia, en la ciudad, en la comunidad y a nivel personal, debemos revisar cuál es el aporte que realizamos como cristianos a la sociedad y a la cultura.
El mismo contexto cultural nos presenta un tiempo demasiado individualista y fragmentado, donde priman los intereses particulares y sectoriales sobre el bien común, y la responsabilidad del ejercicio del compromiso ciudadano.

 

Resulta asombroso ver cómo por un lado crece positivamente la valoración de los derechos humanos, base de una justa y solidaria convivencia social y por otro se parcializa la comprensión de los mismos derechos y se cae en la omisión de tantísimas situaciones que atentan contra la dignidad y la misma vida humana.

 

Desde distintas propuestas de formación, en perspectiva del discipulado cristiano en la pastoral en general buscamos comprender y comprometernos con una valoración de la dignidad del hombre y la vida. En nuestra Diócesis vamos realizando una pastoral que nos permita tener una valoración de la vida en todos sus aspectos: la vida por nacer desde su concepción; los derechos del niño, su nutrición y educación, señalando la gravedad del flagelo del alcoholismo y la droga que va sumergiendo en la oscuridad el futuro de tantísimos jóvenes; la necesidad de una vida digna para las familias, los adultos
y ancianos. Esto será un aporte fundamental para una comprensión más integral de los derechos humanos. También podemos señalar que el trabajo evangelizador en favor de la vida, tiene necesarias consecuencias sociales que recrean nuevos y mejores vínculos de comunión social.

 

Es cierto que a muchos esto puede parecerles idealista, y ni hablar de considerar la convivencia desde la dimensión trinitaria, aun cuando casi todos los actores sociales se denominen cristianos. En realidad, es importante advertir que lo utópico es creer que podremos mejorar y progresar fundamentados solamente en aspectos pragmáticos y eficientistas que omitan algunos valores y la cuestión ética.

 

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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