«¡Santo súbito!» fue el clamor en el funeral de Karol Wojtyla en abril de 2005. El más universal y viajero de los Papas fue canonizado hace un año. Le legó al milenio una Iglesia protagonista de la historia.
Juan Pablo II fue proclamado santo en tiempo récord para la tradición, hace un año, en una ceremonia bautizada como de «los 4 Papas»: presidida por Francisco, contó con la presencia del pontífice emérito, Benedicto XVI, y en ella también fue canonizado Juan XXIII.
Reproducimos aquí la nota publicada el 26 de abril del año pasado, en ocasión de esa ceremonia, y que resume el legado y la impronta que el pontífice polaco dejó en los hechos más relevantes de las últimas décadas del siglo XX
Juan Pablo II, el más universal de los Papas
Karol Wojtyla murió el 2 de abril de 2005. Seis días después, el 8, el Vaticano fue escenario del entierro más convocante de un Sumo Pontífice. Un millón de fieles llegaron a Roma y en la Plaza San Pedro lo vitorearon y pidieron su beatificación.
Del secretario general de las Naciones Unidas -Kofi Annan en ese entonces- al de la Liga Árabe -Amr Mussa-, de las autoridades de la Unión Europea (José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión, y el premier luxemburgués, Jean Claude Juncker, presidente de turno de la UE), al primer mandatario de los Estados Unidos,George W.Bush, que viajó a Roma acompañado por dos de sus antecesores en el cargo: su padre, el republicanoGeorge Bush, y el demócrata Bill Clinton; del socialista presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, al centroderechista presidente de Francia, Jacques Chirac; del presidente de China, Chen Shui-bian, al de Brasil, Lula Da Silva; del primer ministro británico, Tony Blair, al presidente del Parlamento de Cuba, Ricardo Alarcón; del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Ahmed Qurei, al ex presidente polaco y fundador del movimiento Solidaridad, Lech Walesa; del jefe espiritual de la Iglesia ortodoxa, Bartolomeo I, patriarca de Constantinopla, al de la Iglesia anglicana, el arzobispo de Canterbury Rowan Williams, además del arzobispo Christodoulos, arzobispo de la iglesia ortodoxa de Grecia y Mesrob II, patriarca armenio ortodoxo: una asistencia que reflejó la extensión del respeto y la simpatía que la figura y el largo pontificado de Juan Pablo II habían despertado en el mundo.
Un público que también incluyó a los Reyes de España, Bélgica, Noruega, Suecia y Jordania, al príncipe Carlos de Inglaterra, al presidente y al premier de Alemania, Horst Köhler y Gerhard Schröder, respectivamente, además de los primeros mandatarios de Portugal, México, Polonia, República Checa, Austria, Irlanda, Bulgaria, Chipre, Croacia, Eslovaquia, Macedonia, Eslovenia, Bolivia, Irán, Costa Rica, Estonia, Honduras, Siria, Filipinas, Grecia, Hungría, Letonia, El Salvador, Rumania, Serbia y Montenegro, Suiza, Ucrania, Nicaragua, Lituania, Mozambique, Congo, Ghana, Guinea Ecuatorial, Líbano y Albania. Y a los primeros ministros de Canadá, Rusia, Holanda, Sri Lanka, Armenia, Dinamarca, Finlandia, además de una delegación de la presidencia tripartita de Bosnia (serbia, musulmana y croata).
Néstor Kirchner delegó en su vicepresidente, Daniel Scioli, la asistencia al funeral, pero la Argentina estuvo también representada por dos ex mandatarios, Carlos Menem y Eduardo Duhalde.
Aquella amplitud de latitudes y de tendencias políticas e ideológicas constituyó el mejor reflejo del protagonismo de un Papa con vocación universal y voluntad de abarcar y contener todas las contradicciones humanas.
Para unos, fue «subversivo», para otros «reaccionario», diablo modernista o conservador anticonciliar, innovador en ciertos momentos, tradicionalista en otros.
El mismo Juan Pablo II que con su viaje a la Polonia comunista y la exhortación a sus compatriotas a luchar («No tengan miedo») fue un acelerador de la Historia aportando a la caída del sistema soviético y la liberación de su tierra natal de ese régimen de opresión, volvió luego su mirada crítica a los excesos del capitalismo y al escándalo de la pobreza en el mundo occidental y cristiano. Y hasta se atrevió a reivindicar las «semillas de verdad» que a su juicio estaban presentes en el socialismo.
Su mensaje fue que el capitalismo salvaje no sería mejor que el marxismo. «El comunismo -dijo- ha demostrado que era una medicina más peligros que la propia enfermedad». Pero hay una enfermedad. «Una globalización económica (que) si se rige por las meras leyes del mercado aplicadas según las conveniencias de los poderosos lleva a consecuencias negativas», como el desempleo, la destrucción del ambiente, el agrandamiento de la brecha de ingresos. «No es posible que los países ricos traten de mantener su estándar de vida explotando gran parte de las reservas de energía y materias primas (que deben) servir a toda la Humanidad», dijo.
El mismo Papa que batió todos los récords en materia de beatificación y reveló al mundo el tercer secreto de Fátima fue el autor de la encíclica Fides et ratio (año 2000) en la cual afirmó que la fe necesita de la razón para no verse reducida al mito o a la superstición: «No puede haber competencia alguna entre la razón y la fe, escribió. La Iglesia reconoce los esfuerzos de la razón para alcanzar objetivos que hacen la existencia personal más digna». En el mismo documento atacó a quienes «han sustituido con la duda sistemática cualquier posibilidad de certezas», reafirmando así la existencia de la verdad absoluta, para él la Verdad religiosa. «Doy los pasos que doy, no como los da el mundo, sino como yo los doy».