Vendió pastelitos para viajar de Misiones a Mendoza para ver al Indio Solari

De distintos puntos del país llegaron a Mendoza fanáticos del Indio. Muchos han instalado puestos para vender remeras u otros productos. El Indio tocó anoche ante una multitud. 

Lucrecia es misionera. Hace ya unos cuantos meses, “apenas nos enteramos de que el Indio iba a tocar acá”, decidió con su compañero comenzar a vender pastelitos en Posadas para afrontar los costos del pasaje. “Sale casi $1.000 cada uno y queríamos llegar”, dice. Así, con paciencia, juntaron la plata para llegar a Mendoza y poder estar presentes ante  el Indio Solari que tocó anoche ante 100 mil personas en el autódromo de la ciudad de San Martín.

La joven es una de los tantos que acamparon en el parque Agnesi, lugar que no paró de recibir a fanáticos de todo el país. Lucrecia tenía colgadas junto a su carpa una treintena de remeras con imágenes e inscripciones del líder ricotero. “La verdad es que sólo vendimos una sola, que era una remera que nos había quedado del Gauchito Gil”, cuenta, sin perder las esperanzas ya que de estas ventas dependerá que puedan alimentarse estos días y que luego puedan volver a su ciudad de origen. Los precios de las prendas varían entre los $60 y los $80, y la chica cree que “podremos vender cuando llegue más gente”.

La misionera cuenta que “los tours te salen más baratos. Por $1.600 te dan el pasaje ida y vuelta y la entrada, pero llegan y se van el mismo día del recital. Nosotros queríamos estar unos días antes y conocer un poco Mendoza”.

Además de tener que gastar un poco más, también los ricoteros que llegaron antes deben soportar desde ayer un viento frío que sopla del sudeste, que cruza el Agnesi y no permite que la temperatura supere los 10 grados. Entonces, además de encontrar una buena ubicación para la carpa, uno de los objetivos primordiales es conseguir algo de leña para hacer una buena fogata que permita calentar los huesos.

Gustavo llegó con toda su familia hace unos días, proveniente de Buenos Aires. “Ya hemos recorrido bastante. ¡Nos encantó Potrerillos!”, dice, mientras tiene una manta en el suelo y esparce su mercancía, entre las que se destacan cincuenta rastas postizas de todo tamaño y precio. “Van de los $40 a los $80. Compro el pelo en las peluquerías y las armo yo”, cuenta.

Lorenzo llegó de Salta, a bordo de su Fiat Duna 92. Viajó con su mujer, sus hijos y sus nietos. Ofrece remeras, incluso algunas muy pequeñas para los futuros fanáticos que cuestan $30, y dice que sigue al Indio desde siempre. “Hemos ido a todos lados. Esto es algo único. Conozco gente que viene de Estados Unidos”, asegura.

Mientras tanto, los anfitriones trabajaban a ritmo febril. Todos los descampados cercanos al Parque se estaban transformando en playas de estacionamiento y cerca de ellos se montaban puestos de ventas de comida y bebida.

Las banderas reproducen frases made in Solari pero también, como en la cancha, lugares de origen: Santa Fe, La Plata, Rosario, Misiones, Avellaneda. Todo el país parece estar representado. En una de tantas banderas puede leerse: “Nada puede sacarte de mi alma”. La escribió Diego Cazzulo, un berissense que viajó en auto con otros amigos de La Plata y que desde el martes se aloja en una cabaña de Cacheuta, a 80 kilómetros de la capital mendocina. Ayer el grupo había decidido dejar esa zona de termas por un rato y hacer un asado en el campamento de los fanáticos.

“No sólo es el recital -decía Osvaldo Berón, otro de los platenses que forman el grupo-. La Misa India es esto: cruzarte con gente de otros lugares, compartir la espera, celebrar. Es una peregrinación y una vigilia donde el show termina siendo casi una excusa para juntarnos todos”.

El grupo viajó en un Peugeot 306 y tardó cerca de 14 horas. En total, con combustible y alojamiento, la travesía les cuesta 1400 pesos y la vienen organizando desde la primera hora que se confirmó la llegada del Indio a estas tierras. “Teníamos que hacer el aguante sí o sí -dice Ariel Ortega, de Los Hornos-. Participar de la previa y poder estar en el pogo más grande del mundo es mágico, inexplicable”.

Hablar del “pogo más grande del mundo” o del “aguante” en el universo ricotero es, como dijo alguien una vez, lo mismo que hablar en la jerga futbolera de “baile” o “la mano de Dios”. Pero si la descripción habitual suele recurrir a las figuras sacramentales para retratar lo que ya todos conocen como la Misa India, entonces lo mejor es no preocuparse por el lugar común y repetir que lo que ocurre en este predio y a estas horas es ni más ni menos que una peregrinación. Una más, pero acaso la más grande que el rock vernáculo recuerde en su historia.

“Lo que se vive acá es único”, define Fernando Quinteros, un ensenadense que trabaja en el Astillero Río Santiago y que se sacó cuatro días para estar presente en el show. Hincha fanático de Cambaceres y seguidor del Indio a donde quiera que se presente, Fernando se trajó en su Volkswagen Fox a tres amigos de Ensenada y desde ayer acampan todos en uno de los diez campings habilitados que tiene el Parque Agnesi. “El sábado Mendoza va a temblar -asegura Fernando-, pero lo más intenso se vive desde ahora. Verlo al tipo arriba del escenario es tremendo, te conmueve. Pero vivir todo lo que te transmite la gente también es conmovedor. Es como un espectáculo dentro de otro espectáculo, algo que no se vive en ninguna otra parte del mundo y que sólo el Indio lo puede generar”.

Lo que dice Fernando puede verse en “La piedra que late”, un documental subido hace poco a Youtube y que pone el foco en la mística y el fenómeno social que se genera alrededor de cada concierto. “El recital es el punto final de una experiencia que engloba para muchos unas minivacaciones, para otros un reencuentro entre amigos, para los vendedores un dinero extra, y para la ciudad un ingreso económico muy fuerte”, dice Julio Leiva, director del documental.

La marea humana que llega desde distintos puntos del país para desembocar ante el mismo escenario se traduce en grupos de amigos, familias, fanáticos de diferentes edades. Sobre todo esto último: acá no importan las barreras generacionales (hay abuelos que vienen con sus nietos) ni el estrato que se ocupe en la pirámide social. Todos, desde los que fueron hippies en los setenta hasta los que tuvieron una infancia menemista o son pibes ahora, demuestran que el recital es el punto final de un viaje que comienza en realidad mucho antes. Incluso antes de subirse a una combi. “Hace varias semanas que preparamos esto -cuenta Lucrecia, una misionera que desde el domingo es parte de la vigilia que se monta cerca del lugar del show-. Nos compramos la carpa y empezamos a vender pastelitos y a hacer remeras para poder ahorrar. Todo vale la pena con tal de estar acá”.

Como Lucrecia, quienes siguen al Indio son -idéntico a lo que sucedía en tiempos de Los Redondos pero ahora a mayor escala- capaces de atravesar un país entero con tal de ver y escuchar a este cantante que, a punto de cumplir 65 años, sigue provocando sobre ellos una atracción hipnótica y dulce como la primera vez. O aún más. A pesar del tiempo o acaso gracias a él, todavía un poco más.

 

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