Para la FAO, los países deben reforzar la investigación en conservación de semillas

El Depósito Mundial de Semillas (también conocido como Depósito del Juicio Final) que almacena semillas de cultivos de crucial importancia en una galería subterránea en las Islas Svalbard, en Noruega, celebrará pronto su décimo aniversario. La ocasión devuelve una merecida atención sobre la importancia de conservar semillas indispensables para la alimentación y la agricultura.

La aprobación del Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura en 2001 fue lo que impulsó al gobierno noruego a crear el Depósito Mundial de Semillas; la Comisión de Recursos Genéticos para la Alimentación y la Agricultura de la FAO aplaudió y respaldó la iniciativa en 2004.

Los recursos y la atención dedicados al depósito de Svalbard, un lugar emblemático que alberga semillas de cerca de un millón de plantas únicas, son una buena noticia. Aunque los agricultores han mejorado los cultivos durante milenios, el énfasis en la conservación de la diversidad de cultivos ex situ está históricamente vinculado a Nikolai Vavilov, que creó uno de los primeros bancos de germoplasma en Rusia en 1921. En un intento por terminar con las hambrunas, el botánico viajó a más más de 60 países, entrevistando a los campesinos y recolectando semillas con potencial para contribuir a obtener cultivos más resistentes en un mundo cambiante.

Las muestras de material genético de los bancos de germoplasma que se crearon luego se han utilizado para mejorar variedades de cultivos que son más adecuadas para la producción de alimentos, como las resistentes a las royas que pueden diezmar las cosechas de trigo y maíz, y para producir variedades de arroz capaces de resistir suelos salinos, aportar más resiliencia a cultivos domésticos, y contribuir a innovaciones que exigen las cambiantes condiciones climáticas, como una maduración más rápida o la tolerancia a la sequía.

Si bien es necesario centrarse en la conservación en bancos de germoplasma, muchos de los recursos genéticos que se requieren para garantizar sistemas alimentarios sostenibles se encuentran en las explotaciones agrícolas en forma de variedades de los agricultores y locales, así como en la naturaleza en forma de parientes silvestres de los cultivos.

Por ejemplo, el girasol originario de América del Norte, donde se han recolectado y almacenado muestras de 53 especies de parientes silvestres. Luego en Rusia se desarrollaron variedades con ato contenido graso, seguidas de importantes mejoras impulsadas por un científico francés, que aprovechó las peculiaridades genéticas de un girasol silvestre de las praderas. El girasol se cultiva actualmente en más de 70 países y supone unos ingresos anuales de 20 000 millones de dólares EEUU.

Las plantas silvestres, especialmente las relacionadas con los alimentos básicos, están cada vez más amenazadas y merecen que se intensifiquen los esfuerzos para su conservación y utilización. Estas plantas no suelen formar parte de programas intensivos de mejora genética de los de cultivos. Sin embargo, los expertos saben que suelen proporcionar rasgos interesantes que pueden hacer milagros en las cosechas.

Es por ello por lo que los investigadores rastrean el centro de Asia en busca de variedades de manzana, o Papúa Nueva Guinea para la caña de azúcar, y están entusiasmados de haber encontrado un banano silvestre en el Sudeste asiático que puede ayudar a extender la resistencia a un hongo letal que está diezmando la popular variedad Cavendish.

Recientemente, los investigadores descubrieron información hasta ahora desconocida sobre la historia genética de los parientes silvestres del garbanzo cultivado, lo que ofrece un gran potencial para una popular legumbre cuya mejora se ha visto frenada por una enorme falta de diversidad genética.

Muchos cultivos alimentarios importantes a nivel local crecen en zonas del mundo que cambian rápidamente y están expuestas a niveles elevados de inseguridad alimentaria. Para ayudar a los países en la ardua tarea de proteger las especies relevantes para su suministro alimentario en sus hábitats naturales -donde continuarían desarrollando rasgos de adaptación a los cambios-, la FAO publicó recientemente las Directrices voluntarias para la conservación y el uso sostenible de parientes silvestres de cultivos y plantas silvestres comestibles.

“Los parientes silvestres de los cultivos nos han salvado en numerosas ocasiones y pueden convertirse en protagonistas destacados en nuestras herramientas frente al cambio climático”, afirma Chikelu Mba, fitogenetista y líder del equipo de Semillas y Recursos Genéticos de la FAO.

Un paso clave en este sentido es la creación de áreas protegidas. “De hecho, muchos países las tienen, y existe la posibilidad de combinar la conservación de los parientes silvestres de cultivos con la conservación de la naturaleza”, señala Mba. “Pero pocos saben lo que albergan” estas áreas.

 

Resulta necesario acelerar ahora estos esfuerzos de conservación, ya que el cambio climático, la urbanización y los cambios en los patrones de uso de la tierra son amenazas cada vez más inminentes para la supervivencia de muchas de estas especies relativamente desconocidas.

“La diversidad de parientes silvestres de cultivos y plantas silvestres comestibles se está erosionando continuamente y muchas de estas variedades podrían extinguirse si no se aborda el nivel actual de abandono”, afirma por su parte Ren Wang, director general Adjunto de la FAO al frente del Departamento de Agricultura y Protección al Consumidor.

Los parientes silvestres de cultivos suelen ser más diversos y prolíficos en el lugar de origen ancestral de un cultivo alimentario -la papa en los Andes, la caña de azúcar en Asia- y también en zonas secundarias de diversidad, como el Mediterráneo en el caso del tomate y el África subsahariana para la yuca. Esta fue una de las ideas pioneras de Vavilov, que ayuda a elegir los lugares adecuados para establecer zonas de conservación.

Reforzar el apoyo público para iniciativas de esta índole resulta más fácil si se demuestra que “beneficia a los seres humanos de una manera tangible”, sostiene Hans Dreyer, director de la División de Producción y Protección Vegetal de la FAO. “La conservación y el uso sostenible van de la mano”, añade en el informe publicado por diario digital El Mundo, de Costa Rica.

 

 

 

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