Hace 30 años, Aldo Rico salía de Misiones para encabezar el primer alzamiento carapintada

Durante más de cien horas, los amotinados bajo las órdenes del teniente coronel Aldo Rico, entonces al mando del Regimiento de Infantería de San Javier, tuvieron en vilo al país reclamando una “solución política” para cientos de citaciones judiciales contra oficiales por los graves delitos ocurridos durante la última dictadura cívico-militar. La revuelta fue finalmente sofocada por Alfonsín, quien contó con el apoyo popular en las calles.

El 16 de abril de 1987 se produjo una rebelión de Oficiales del Ejército luego de que el mayor de Inteligencia, Ernesto Barreiro, se negó a concurrir al juzgado que lo investigaba por cargos de tortura y asesinato y se amotinó en el Comando de Infantería Aerotransportada de Córdoba, junto a otros 130 militares.

La reacción de aquel grupo se contagió rápidamente en otros cuarteles y el teniente coronel Aldo Rico, quien en aquel momento estaba a cargo de un regimiento en Misiones, pasó a liderar la amenaza sobre el gobierno de Raúl Alfonsín desde la Escuela de Infantería de Campo de Mayo.

Los carapintadas exigían la renuncia de los altos mandos del Ejército y la sustitución del juicio a los autores de violaciones a derechos humanos por otra que contemplara situaciones más flexibles para los oficiales que recibieron órdenes.

El jefe de la bancada peronista de diputados, José Luis Manzano y las principales figuras de la renovación partidaria –Carlos Grosso, Oraldo Britos, De la Sota, Cafiero- fueron de los primeros en llegar a la sede gubernamental en esa mañana, donde reinaba la incertidumbre sobre el futuro del orden constitucional.

En pocas horas atrajeron al jefe de la CGT, Saúl Ubaldini, y a Lorenzo Miguel, quienes también estuvieron esa tarde en una Asamblea Legislativa ampliada donde además de diputados y senadores concurrieron dirigentes de las centrales empresarias, ante los cuales el presidente aseguró que “la democracia no se negocia» y llamó a “doblegar el brazo de los golpistas”.

En su primer contacto con el pueblo desde un ventanal de Congreso, Alfonsin renovó el mensaje y pudo palpar la magnitud del respaldo, ya que la muchedumbre agolpada en la Plaza del Congreso se prolongaba a la Avenida de Mayo y superaba, según algunos cálculos, las 300 mil personas.

En todas las plazas y legislaturas provinciales y locales del país se replicaba la escena, con la ventaja para los porteños que la espera fue amenizada con un recital por cuyo escenario desfilaron Joan Manuel Serrat, Alberto Cortés, Piero, Nito Mestre, Mercedes Sosa, Tarragó Ross, Jairo y Osvaldo Pugliese.

Esa noche, en una reunión ampliada con dirigentes radicales en Casa de Gobierno se dieron las novedades, como la orden de represión encargada al general Ernesto Alais, y una lista de cincuenta dirigentes que los rebeldes planeaban asesinar, los que se retiraron del lugar provistos de elementos para su defensa personal.

Aunque luego se dijo que la demora de las tropas encargadas de sofocar el alzamiento se debía a darles un plazo y evitar derramamientos de sangre, con el correr de las horas quedó claro que había una generalizada negativa militar a enfrentar a sus camaradas.

Ese “empate” se tornó peligroso a medida que pasaban las horas ya que a partir de aquel Viernes Santo comenzaron a concentrarse en las puertas de la guarnición de Campo de Mayo miles de militantes y vecinos que interpelaban a viva voz a los carapintadas por su actitud, aumentando el riesgo de una masacre.

Fueron cuatro días de radios y televisores encendidos y marchas en las calles, donde los diversos grupos juveniles exhibían sus banderas pero solo competían en la vehemencia antimilitarista de los cánticos. También el Episcopado católico y líderes religiosos convocaban a respetar el orden constitucional.

Hubo que esperar hasta el mediodía del domingo de resurrección para que, luego de la firma de un Acta de Compromiso Democrático en la Casa de Gobierno, Alfonsín anunciara a la multitud congregada en la plaza su traslado a Campo de Mayo para reunirse con los rebeldes, que exigían su presencia para rendirse.

Finalmente, a las 18:07, Raúl Alfonsín anunció desde el balcón de la Casa de Gobierno: “La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”, la frase que con su “Felices Pascuas” cerró un momento dramático de la transición democrática.

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