Guía no vidente se destaca en el Parque Iguazú

Eduardo Areco, tiene 45años, es guía en el Parque Nacional Iguazú. Perdió el 98 % de su visión, igualmente sigue describiendo el entorno de las Cataratas del Iguazú y maravillando a los turistas con sus explicaciones en una verdadera muestra de inclusión.

 

 

“Soy un nexo entre la selva y la gente”, dice mientras va gastando palabras y más palabras en el desglose de lo que tanto ama y sabe hacer en la vida: contar todos los secretos que guarda nuestra selva, su flora y fauna. Eduardo Areco tiene 45 años, hace 27 años vive en Puerto Iguazú. Es oriundo de San Ignacio, nació y se crió entre los principales pilares de la industria sin chimeneas: las Ruinas de San Ignacio, primero y luego lo más imponente de Misiones, las Cataratas.

 

Tiene un andar sereno al igual que sus explicaciones para ubicar a los visitantes en el marco que rodean a las aguas grandes. Es atrapante la meticulosa explicación que brinda sobre cada árbol y los habitantes habituales del Parque. “Me crié en el monte. Conozco sus olores, sus ruidos…jamás podría vivir fuera de esto”, dice mientras acompaña a los turistas en el final del sendero Yacaratia. Y aunque parezca una contradicción, sin ver vigila que el grupo se desplace sin sufrir ningún percance, porque conoce de memoria el camino, las piedras y todo lo que hay en el lugar.

 

Eduardo Areco no ve. Perdió el 98 por ciento de su capacidad visual producto de una neuritis óptica bilateral que se habría originado por un shock de estrés emocional. Perdió la vista pero no el sentido de la vida, por eso puede seguir guiando y trabajando hasta con lo más intangible de la naturaleza. Su pasión es tanta que a 20 minutos de “la guiada” uno ya se siente parte de la inmensidad de la selva. Es que su modo natural de contactarse, de lograr que los visitantes interactúen y las historias que narra sobre el monte, vuelve tan atrapante el momento que todos buscan indagar más y más sobre nuestra biodiversidad. Pocas veces, admite como al pasar que solo ve bultos y sombras de gran tamaño. “Yo no soy el centro, soy el nexo. Lo importante es el destino, tenemos que lograr siempre que quieran volver”, dice mientras sugiere a la cronista que mire para arriba porque seguro que por ahí anda un tucán. Y los ojos que ven confirman lo que Eduardo detectó por el canto que susurra entre el ruido de las hojarascas.

 

“No conozco otra forma para vivir. Yo soy guía” cuenta, para agregar: “Armé mentalmente los tramos de la guiada estando internado. Y luego en terreno desarrollé un poco más los otros sentidos que me orientan muchísimo en mí trabajo.  Aunque debo reconocer que fue de gran valor el tema de mi crianza: yo nací en la colonia, en contacto con el monte, conocía los animales, los ruidos propios de nuestra selva y cuando estás acá se tornan comunes y fáciles de interpretarlos. Sólo tuve que potenciar lo que ya conocía”.

 

Eduardo cuando sufrió este traspié trabajaba como coordinador de grupo en una empresa de turismo que traía visitantes desde Buenos Aires a Iguazú. Y comenzó a trabajar en la prestataria del servicio náutico justamente después de la pérdida de la visión. El contacto con el monte, con el entorno en donde se siente feliz, hizo más fácil todo. Hoy hasta puede percibir el estado de ánimo de sus compañeros de trabajo sin ver sus rostros. Aprendió de su propia experiencia que cambiar la actitud adoptando una nueva postura ante la vida, nuestros semejantes y nosotros mismo, nos hace retomar el camino hacia la salud.

 

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