Pequeñas familias creen junto al Programa Social

Empezaron a trabajar en 1998 en el PSA y hoy producen picles, dulces, mermeladas y dulce de leche, además de dulce de caña.

Los pequeños grandes proyectos productivos junto al Programa Social Agropecuario (PSA) y el Programa de Inclusión de Desarrollo Rural (PROINDER) les cambiaron la vida a las viejas del grupo «Mariposa». Pero no sólo por lo que esas mejoras significan, materialmente hablando.

Las instalaciones y los saberes son signos de amor a la chacra, son fuerzas que se van sumando para demostrar a las nuevas que en la Colonia se puede, y que de la tierra crecen, además de plantas, esperanzas abundantes.

En el hondo valle del arroyo Garibaldi, antes del salto, la higuera se abraza a una inmensa grapia para amarse juntas en las alturas de un salvaje espectáculo. Por un breve tiempo, la vista se pierde en un horizonte de nostálgico verde esmeralda.

Y otra vez las plantaciones. Yerba, potreros… enseguida San Jorge. Sobre la ruta provincial, el colectivo que se va para el pueblo luce a un costado, bien grande, un letrero que anuncia «Primavera», la siguiente colonia, el paraje donde se cultivan las esperanzas. Cuenta su gente que en esa tierra florecen más lindos los ceibos. Y que, por eso, hace unos treinta años, los vecinos la nombraron Primavera.

El grupo comenzó en el ’98 un camino junto al Programa Social Agropecuario, fortaleciendo el autoconsumo, mejorando los gallineros, la huerta y asegurando el agua para la familia y la producción.
Recuerdan con gratitud el apoyo del INTA; de Dardo, Alicia, Juanita, Ana María, Marcelo, Raúl, entre muchos técnicos que acompañaron al Grupo en una caminada que no siempre fue de rosas, ya que hubo algunas espinas al principio. Se lamentan por los que se fueron, «porque no querían participar de las reuniones»; o por los que «cobraron y luego derrocharon, o vendieron las cosas que eran para su futuro».

Salir adelante
Como un corazón, la rueda de agua manda vida a los sembrados y casas. Gracias a Dios, porque con la sequía «no teníamos agua mismo. La verdura se perdió todo y no había ni para lavar ropa».

Nueve son las viejas: Elsa, Rita, Norma, Rosa, Olga, dos Teresas, Marlene y Blanca. Y seis las nuevas: Adriana, Cristina, Mabel, Liliana, otra Rosa y Viviana. Luis es la excepción masculina.
No es cuestión de edad, sino de experiencia. «Las ayudas –dicen- sirvieron como estímulo para fortalecer al grupo». Es cierto, cualquier aporte abona las esperanzas sembradas. Pero lo esencial es el espíritu, las ganas de trabajar que pusieron ellas. «Esperanza de salir adelante con los proyectos», repiten intercambiando gestos de aprobación. «Sembrar verduras y pasto, para recuperar lo perdido en la sequía», coinciden agitando las cabezas.
Los ojos de las nuevas brillan de sólo imaginar el futuro que sus compañeras vislumbran. «Si tenemos suficientes buenas verduras podemos vender en la feria, o de puerta en puerta». Y «ayudar al aula satélite de la Escuela 25, cuando tenga comedor».
En el mismo camino de logros, entre los sueños de estas quince familias está el envasado de conservas caseras. «Pickles, dulces y mermeladas; y también dulce de leche», ya que zapallos, batata, rosellas, mamón, mandarina y naranja nunca faltan. Y una vaca, al menos, cada una tiene.


De las capacitaciones, el Grupo saca un notable provecho. Alambraron los potreros y ahora están construyendo los bretes y las mangas que facilitan el manejo y la atención sanitaria del ganado.
Obtienen buenos resultados de las plantaciones con la técnica de curvas a nivel, para evitar la erosión, siguiendo la caprichosa topografía misionera.
Plantan pasto elefante y caña de azúcar. Un trapiche artesanal, movido por bueyes, gira cuando hay excedentes, para convertirlos en miel, «dulce de caña».
El propósito es además agrandar los potreros para tener diferentes clases de pasturas y, además, aplicar el pastoreo rotativo.

El PSA – PROINDER de Misiones acompaña esos sueños y los estimula con aportes que, con su trabajo y perseverancia, el grupo cristaliza en visibles mejoras de su calidad de vida.
El domingo la Colonia también se levanta temprano. Y a patita se van toditos hasta la casa del dueño del equipo, a subir al 350, hinchada y jugadores. Después de varios empates, allá se va Juventud Primavera, «a buscar una victoria», dice Luis, esta vez, ante Tobuna.
En la semana, las camisetas blancas y rojas ondearon impecables en la soga de la ropa de uno de los humildes hogares de la Colonia. A Viviana le tocó esta vez lavarlas. Ella, una de las más «nuevas», ahora las mira silenciosa.
Mientras acaricia su incipiente pancita de futura mamá, la joven piensa en la felicidad del grupo, en el triunfo de la vida, por goleada.

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