Hace hoy exactamente cinco años, las Cataratas del Iguazú resultaron elegidas una de las siete maravillas naturales del mundo. Desde ese momento, fueron visitadas por más de seis millones de turistas, de los cuales cuatro de cada diez eran extranjeros.
Por entonces, habían pasado casi ocho décadas desde que el presidente Yrigoyen decidiera comprar el área para incorporarlas al Estado Nacional y las Cataratas ya acumulaban varios galardones extraordinarios.
En 2011, habían sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, organización que en 2013 las consideró además “Valor Universal Excepcional”, es decir, un territorio de tal importancia cultural y natural que trasciende las fronteras.
El mundo entero da cuenta, una y otra vez, de la inmensidad de este paisaje sin igual, que nos exige redoblar el compromiso de cuidarlo como un legado para las próximas generaciones. La sustentabilidad es la clave para desarrollar el turismo preservando el medio ambiente.
Las Cataratas del Iguazú son, al fin y al cabo, un ejemplo de política de Estado, en el que es clave, más allá de los cambios políticos, una continuidad a partir de aquel primer paso dado por Yrigoyen.
Su espectacularidad las convierte en el atractivo mayor de una región turística que cuenta con otros puntos de sumo interés, como la Ruta Jesuítica, que hemos decidido consolidar junto a nuestros hermanos brasileños y paraguayos.
Queremos afianzar a Sudamérica como un gran destino, del que Iguazú seguramente será una puerta de entrada muy importante. La perspectiva federalista de nuestra gestión nos lleva hacia esa desconcentración capaz de permitirnos un equilibrio perdurable del mapa turístico nacional y regional.
Ya no hacen falta más galardones para las Cataratas, porque más de un millón de visitantes por año nos recuerdan a diario que son un orgullo nacional. La humanidad nos ha confiado su preservación y los argentinos aceptamos ese desafío de compartirlas con el mundo en cada visita.
