¿No te bancás a tus compañeros de trabajo? Seguí estos consejos

El fundamentalista del aire acondicionado, el que almuerza la vianda de pescado o el niño mimado del jefe. Consejos para convivir en paz con los compañeros y que tu entorno laboral no sea un pequeño infierno.

Es lógico. Son muchas horas de convivencia con personas que no conocías, a quienes tal vez nunca elegirías para incorporarlas a tu vida, y con las que, además, tenés que interactuar y ponerte de acuerdo, aunque no quieras. Los compañeros de oficina son, sin duda, uno de los temas más recurrentes en los consultorios de todos los psicólogos, en las charlas de café con las amigas y en las cenas familiares. ¡A quién no le tocó la típica malhumorada que está enojada con la vida y se la agarra todos los días con vos! Esa que saca lo peor de tu carácter, que te da ganas de zamarrearla de las mechas, arrastrarla por el piso hasta dejarlo reluciente. Pero claro, si le dieras rienda suelta a tus impulsos, el resultado sería nefasto e injusto: a vos te echarían y a tu compañera no solo la dejarían en su puesto sino que la mimarían, le darían varios días de licencia por estrés y la tratarían entre algodones por algún tiempo.

En la mira

Siempre el conflicto tiene un disparador común: mezclar lo profesional con lo emocional. Cuando tomás todo en términos personales, ¡sonaste! «Cómo no tomarlo personal si siento que me está provocando, lo hace a propósito», pensás. «Es una egoísta, no tiene en cuenta a los demás», te resuena en la cabeza (y, dejame decirte, que tenés cierta razón, pero ¡no para los psicólogos!).

Otra cuestión que no ayuda a la feliz convivencia laboral es cuando en la empresa no hay pautas explícitas. El laissez faire en este caso no conviene. Eso de ser libres, apelar al sentido común y a la bondad que todos tenemos dentro (¡menos esa que se la pasa rompiéndote la paciencia en el trabajo!) no va. No nos sale, seamos francos. Cuando tenemos al que creemos que es motivo de nuestro problema delante de los ojos sólo queremos que desaparezca (y si podemos hacerlo desapa-recer nosotras, ¡mejor!) y nos olvidamos de toda la filosofía zen que nos jura y perjura que lo que va vuelve, la vida es un boomerang, y según la energía que enviemos, recibiremos. ¡Qué energía ni ocho cuartos! La única energía de la que queremos oír hablar es la de los voltios del enchufe que, con un poco de suerte, puede pegarle una patadita cuando quiera conectar la computadora y le haga, al menos, tener unas cuantas semanas de licencia.

Exabruptos y exageraciones aparte, los bajos instintos de cada una se despiertan y, a veces, por no convertirnos en asesinas, callarnos la boca y aguantar, terminamos explotando en casa, enfermándonos o, incluso, huyendo de la empresa. Pará la pelota ahí. Hay solución. Detectá a tu personaje molesto y resolvé el problema.

 

Transitá el camino positivo

– Primero tenés que detectar tu malestar.

– Luego hay que encontrar el problema que lo genera y definirlo objetivamente. Ejemplo: el asunto es el aire acondicionado (no que todos son unos tarados porque lo ponen a catorce grados). No personalices.

– A continuación, compartí esto con el resto para ver si todos coinciden.

– Una vez que conversaron, hay que pensar en conjunto las alternativas para definir una solución. Es muy importante ser respetuosos de lo que cada uno propone. En general, todos sabemos plantear problemas, pero no nos bancamos las alternativas de los demás porque queremos que la resolución sea solo como nosotros la imaginamos. Si te pasa esto es porque te desgastaste en la queja. Por eso, es fundamental que el proceso emocional (la queja) sea corto y que rápidamente pase a la solución.

–  Si después de resuelto el problema objetivo y puntual seguís sintiendo malestar, entonces estás ante un efecto emocional: no te sentís valorada o respetada, por ejemplo, pero eso nada tiene que ver entonces con el aire acondicionado o el olor a pescado.

–  Por último, es importante saber que las pautas se pueden redefinir todas las veces que sea necesario, pero hay que armarlas y desarmarlas en grupo.

 

La del aire acondicionado

Es un clásico. En toda oficina existe este problema. Que uno tiene calor y pone el ambiente a catorce grados; que al otro le agarra frío y no le alcanza ni con un suéter; que después me enfermo por tu culpa; que así no se puede pensar ni vivir… Nunca nos ponemos de acuerdo por la temperatura con la que nos agrada trabajar. Y cual menopáusicas pasamos del camperón de cuero con corderito al solerito de gasa y el abanico. La eterna discusión entre qué es más fácil o mejor, que haga frío y abrigarse o morirse de calor y abanicarse, se reproduce en cada oficina. 

La solución: una vez descartada la opción de esconder el control remoto o cortar los cables del aire, es hora de sentarse a charlar. «Tengo la paciencia hinchada del aire acondicionado» no es el camino. Expresarse está bien, pero hacerlo de mal modo, no. Explicá que el aire te hace sentir mal, que comprendés el calor de los otros, pero que querés encontrar un modo de convivir sin que nadie la pase mal. No personalices, pero expresá lo que sentís. «Siento que no me toman en cuenta» es mejor que «ustedes no me toman en cuenta». No des nada por sentado. Y una vez que las aguas bajen, encontrarán el camino. Tal vez puedas mudarte de escritorio a otro al que le dé menos directo el aire; o puedan pautar períodos de tiempo en el que el aire se enciende y se apaga; o una temperatura que no te hiele a vos, pero tampoco haga transpirar a otros.

 

El «niño» mimado

Hay dos estilos: los que se llevan todas las felicitaciones y premios porque realmente se los merecen, y los que se las llevan por buchones y chupamedias. Los primeros generan admiración (y envidia); los segundos, bronca. Es que a los workaholics podemos tolerarlos, pero a los que trabajan igual o menos que uno, pero simulan ante el jefe, o se lo ganan porque le cuentan todos los chismes de la oficina, le dicen quién llegó a horario y quién no, o qué se dice de él cuando no está, ¡ese no tiene perdón! Y de esos hay muchos. Parece que los venden con el mobiliario. Así como está la compu, la silla, el escritorio y el tachito de basura, de yapa viene el buchón. 

La solución: Para los laburantes, no hay mucho que hacer. Si tenés envidia ponete a la par, laburá más y mejor y llegarás al podio. Y si no querés tener una vida dedicada al trabajo, entonces cambiá el foco. ¿Qué te importa lo que hace el otro? Lo importante es lo que hacés vos y cómo te sentís con eso. Y para los buchones y chupamedias del jefe, también te queda ignorarlos. Lo primero es, por supuesto, detectar quién es e inmediatamente levantar murallas para que no sepa nada tuyo. No te dejes engañar. Suelen ser muy entradores, se hacen los amigos, hasta parece que cambiaron y ahora quieren ser amables y estar con vos, pero no: siguen siendo los mismos que sólo intentan nuevas estrategias para seguir chismoteando.

 

(revistamaru.com)

 

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