Claudio Bertonatti, científico argentino: “Los incendios queman mucho más que la selva de la Amazonía”

Los fuegos masivos e intencionales no solo matan animales y plantas en las zonas de las áreas naturales y sus alrededores. Para el especialista, también reducen las posibilidades de vida de las personas que viven en -y de- la selva. Las llamas devoran los mamíferos que dan su carne, las plantas que curan o dan sus frutos, las maderas con las que cocinan o se calientan, los sitios sagrados y el escenario natural que alberga a los dioses, protectores y demás seres sobrenaturales de los Pueblos Originarios, explicó.

 

En su paso por la provincia de Misiones, el asesor científico de la Fundación Historia Natural Félix de Azara e investigador Adscrito de la Universidad Maimónides (Buenos Aires) y consejero de varios ONGs ambientales, reflexionó en algunos artículos y entrevistas con varios medios de prensa sobre el debate de los focos de incendios fuera de control en las selvas de la amazonía en países de Sudamérica, desde Brasil, Perú, Bolivia hasta Paraguay, los más dramáticos desde los daños ambientales y materiales que ya que generaron. Aunque aun no fueron estimados en cifras económicas, para el especialista, desde el patrimonio natural y cultural de las regiones, las pérdidas son invaluables.

Claudio Bertonatti, es un reconocido Maestro en todo lo que respecta al valor del patrimonio natural y cultural de los lugares de alto valor de conservación en el país y en el mundo. Es un profundo conocedor de la biodiversidad de la Selva Misionera y del “pulmón verde” en la Reserva de Biosfera Yabotí, entre San Pedro, El Soberbio y San Vicente, con una superficie aproximada de 253 mil hectáreas.

La semana pasada estuvo en Misiones, invitado por la Facultad de Ciencias Forestales para dictar una charla relacionada a la interpretación de la naturaleza y el patrimonio cultural de San Pedro, y escribió algunas reflexiones ante los sucesos de los incendios forestales en Sudamérica de los que habla el mundo.

“Empiezo a escribir desde Misiones, mientras veo algunos focos de incendios pequeños o medianos (todos intencionales) que dejaron cenizas tibias donde hasta días atrás hubo selva. Incluso en reservas naturales como Urutaú, cerca de Candelaria, al Sur de la provincia. Mientras tanto, se reproducen las noticias sobre Brasil, Bolivia, Perú, que colocaron a la destrucción de buena parte de nuestra Tierra bajo la mirada mundial”, expresó inicialmente Bertonatti al compartir sus reflexiones.

“La angustia de la situación llegó a todos, incluyendo los Mbya guaraníes. Así me lo han manifestado los Mburuvichá (caciques) Dalmacio Ramos de la aldea Ysyry (Colonia Delicia) y Roberto Moreira de la comunidad Jasy Porã (afueras de Iguazú). Compartimos la perplejidad, aunque no la sorpresa”, admitió.

Dalmacio Ramos trabaja con especialistas de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad Nacional de Misiones en Eldorado y del CONICET para publicar un libro sobre las plantas medicinales de la selva con las que ellos se curan ancestralmente.

Por otro lado, y a contramano de las tendencias, Roberto Moreira o “Karay Tataendy” como lo llaman, inauguró recientemente un vivero dentro de su comunidad donde sembraron semillas de cedro, guatambú, lapacho, anchico y aguaí. ¿Para usar su madera, frutos o semillas? “No. Lo hacen para restaurar la selva de su entorno pensando a largo plazo por la preservación de su cultura ancestral”, explica el investigador.

Los peligros de un mal ejercicio del poder

No muy lejos de la frontera misionera, cerca de 40.000 focos (reconocidos por el Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales, INPE, de Brasil) y más de 500.000 hectáreas destruidas por el fuego, desnudaron un plan poco sutil para cumplir con el anuncio del Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro: “abrir” la selva amazónica a los extractivismos liderados por la minería y la agroindustria.

“En enero de este año firmó un decreto concediendo al Ministerio de Agricultura el poder para identificar y delimitar las tierras indígenas y de afrodescendientes que habitan en el 12,2% del territorio brasilero”, precisó. “Fue un claro gesto de desprecio hacia esos pueblos y una guiñada de ojo al sector agropecuario. Con esa coherencia se acopló su Canciller (Ernesto Araújo), para afirmar que el cambio climático global es un engaño marxista. Con decir que era un engaño ya sonaba ridículo. El adjetivo ideológico lo condimentó con alguna patología indescifrable. Existe un correlato ineludible entre el pensar, el hablar y el obrar. Estas decisiones brutales surgen de mentes rústicas, poco inteligentes, oportunistas y, por consiguiente, peligrosas cuando tienen poder”, reflexionó el especialista.

 

“La historia y los hechos actuales lo ponen de manifiesto. Pareciera ser un síndrome que padecen muchos de los gobernantes actuales y de toda escala, donde el analfabetismo ambiental les ha conferido un doctorado con honores en desastres. No escapan a estas generales de la ley países como Bolivia, Paraguay y la Argentina. En el departamento boliviano de Santa Cruz, por ejemplo, no menos de otras 500.000 hectáreas de la Chiquitanía están ardiendo. El Presidente Evo Morales reconoció la gravedad, pero también defendió el «chaqueo», es decir, la quema de bosques para amplias las tierras de cultivo. En la Argentina también se desforesta con motosierra o fuego para convertir bosques o selvas en campos agrícolas o ganaderos”, graficó Bertonatti sobre la prácticas en nuestro país.

Explicó que los fuegos masivos e intencionales no solo matan animales y plantas. También reducen las posibilidades de vida de las personas que viven en -y de- la selva. Las llamas devoran los mamíferos que dan su carne, las plantas que curan o dan sus frutos, las maderas con las que cocinan o se calientan, los sitios sagrados y el escenario natural que alberga a los dioses, protectores y demás seres sobrenaturales de los Pueblos Originarios.

“Empobrecen la biodiversidad y arruinan las condiciones de vida material y espiritual de la gente que allí sobrevive. Los silenciosos e invisibles servicios ambientales que brindan cotidianamente los ecosistemas no saldrán ilesos. Y es sabido que todo servicio que escasea se encarece. Ya le llegará la factura con el monto injusto al resto de la sociedad”, advirtió.

Mientras tanto, sugirió algunos aspectos que pueden ser revisados para pensar y actuar mejor:

Primero, la necesidad de una educación ambiental eficaz
Por un lado, las llamas de los incendios iluminaron el actuar de sus ideólogos y sicarios. Por otro, a quienes se alarman, lamentan o preocupan. Es positivo; hay motivos valederos. La magnitud del ecocidio amazónico generó “ruido” internacional, pero suele ser silencioso el dramático desmonte cotidiano de los quebrachales, palosantales, algarrobales y caldenares que ocurren en la Argentina. Los pastizales pampeanos y los campos y malezales del nordeste -menos espectaculares pero no inferiores en valor- se siguen quemando. Los cuerpos de agua dulce o el inmenso (pero finito) mar siguen siendo el destino de los residuos que genera gran parte de la sociedad. Terrestres o acuáticos, todos los ecosistemas son biodiversos y brindan bienes y servicios a nosotros y al planeta que nos cobija. “Evitemos, entonces, caer en el reduccionismo emocional que solo se lamenta por los animales que mueren. Hay mucho más en juego; y no es una cosa o la otra. Es todo, porque las consecuencias son éticas y morales, políticas y económicas, legales y diplomáticas, sociales y ecológicas”, remarcó Bertonatti.

Segundo, distinguir el desarrollo auténtico del falso
Los modelos de desarrollo no existen. Solo hay uno: el que respeta los límites de la Tierra, su capacidad de carga, recuperación y resiliencia, asegurando que los ecosistemas silvestres sigan ofreciendo servicios que mantienen estabilidad ambiental. Este desarrollo asume la necesidad de conservar su diversidad de ambientes y especies silvestres, porque son los ejes y engranajes que lo motorizan con la sola energía del sol. Cualquier otra modalidad que ignore esto podrá usurpar el título de “desarrollo”, pero en realidad será explotación, retraso o destrucción. “Un desarrollo auténtico no se materializa amenazando con una sexta extinción masiva, erosionando suelos, contaminando aguas, violando derechos humanos o incendiando -de modo masivo- selvas, bosques y pastizales silvestres. Ahora bien, los sectores extractivistas (mineros, petroleros, madereros, sojeros, pesqueros, etc.) se sienten los gobernantes reales detrás de escena. Presidentes y gobernadores parecieran tener el papel secundario de dar su color político al relato con el que disimulan fracasos prometiendo éxitos, ya sean de derecha, de centro o de izquierda”.

 

Tercero, apoyar y consultar a las instituciones científicas para tomar decisiones en el marco de la ley
Bertonatti sostiene que «vivimos en tiempos donde los decisores –desde hace décadas- no aprecian el conocimiento. Ponderan la búsqueda intuitiva o irreflexiva de resultados económicos, educativos, energéticos, productivos, sanitarios, ambientales, etcétera, en lugar de convocar y atender las recomendaciones de los especialistas de las instituciones especializadas en cada una de esas materias. Bastaría repasar el repertorio de acciones improvisadas que en lugar de abordar los problemas o desafíos de fondo y a largo plazo tienen por objetivo cortoplacista ser efectistas en el campo mediático o electoral. Por eso, el funcionario de carrera o técnico que históricamente era respetado (aunque no siempre escuchado), ahora, molesta», señaló.

Es decir, su opinión incomoda: pone en evidencia al ignorante aun sin pretenderlo y así puede ser fácilmente catalogado como un conspirador de la oposición partidaria. «Así, oyen bultos y ven ruidos. Hemos llegado a un punto histórico donde la improvisación no puede disimular sus resultados. Desde el retorno a la democracia en Latinoamérica los dirigentes han agotado su creatividad y credibilidad. No han medido las consecuencias y las estamos padeciendo», señala el especialista.

«Cualquiera podría pensar que se decide sin ciencia ni respeto por la ley. No existe la vocación para esclarecer los ilícitos (al menos, los ambientales) y dictar sentencias que construyan jurisprudencia y operen como advertencias serias para los potenciales criminales. Asumamos que la ley no es más que el instrumento que creamos para que prime la bondad sobre el mal y la inteligencia sobre la estupidez. El problema es que este criterio no se naturaliza ni entre los jueces. Eso puede explicar por qué la ley y la justicia no siempre se alinean con coherencia. Y así nos va», reflexionó.

“En esta humareda una vez más afloran las pasiones personales, las que se suman a “Los justos” que describió Borges en su poema, esas personas de bien y con gestos poderosos, como el de sembrar árboles cuya sombra no se verá, mientras otros queman la herencia ambiental que sobrevivió milenios. Esperemos que tras las cenizas germinen más gestos que nos lleven al verdadero desarrollo, al inteligente, bueno, legal, sabio y solidario”, concluyó.

 

 

 

Por Patricia Escobar 

@argentinaforest

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