Reacciones tardías

Escribe Juan Carlos Argüello, jefe de Redacción de Misiones On Line 

En una transición política extremadamente tranquila, el ruido lo ponen las corporaciones económicas y financieras, que, sin mostrarse de manera deliberada, utilizan actores de reparto para hacer visible sus posiciones contrarias a un modelo que fue ratificado en las urnas hace menos de un mes. La forzada histeria por los controles a las compras de dólares o la imposición temática de “ajustazo” para hablar de la quita de subsidios a los sectores más favorecidos por el mismo modelo, son algunas de las aristas de la confrontación. Las sucesivas cancelaciones de vuelos de Aerolíneas, por reclamos diversos e insólitos, como designar a un gerente o evitar controles a empleados muy bien pagos, son otra muestra de los debates subterráneos que persisten. El desafío político pasa por recuperar para el Estado una empresa que fue privatizada y vaciada. Enfrente están todos los que quieren que ese experimento fracase, tácticamente para facturarle debilidades políticas a uno de los grupos militantes más entusiastas del kirchnerismo como es La Cámpora y estratégicamente para mostrar que lo público no sirve y que el Estado sigue siendo el mismo elefante en un bazar de siempre.

Posturas de intelectuales como Juan José Sebreli, que no tienen empacho en afirmar que “Cristina tuvo el 54 por ciento, pero Galtieri tenía el 90 por ciento de aprobación”, o el cineasta Enrique Piñeyro quien afirma que La Cámpora “podría pasar a llamarse la López Rega”, el siniestro personaje que comandó la temible Triple A, que causó desapariciones y muertes de militantes en la década del 70, exacerban un debate que se sostiene únicamente en medios que se oponen al Gobierno, pero que se replican innumerables veces como si no importara la decisión de más de la mitad de los argentinos, que apostó a la continuidad en lugar de advenedizas propuestas.

Lo mismo sucede con la quita de subsidios a los sectores más pudientes de la sociedad. Los principales barrios porteños, algunas empresas energéticas y countries de todo el país dejarán de recibir el beneficio. La medida que en la campaña electoral fue pedida y alentada por diversos sectores, es ahora un motivo de discusión sobre la pertinencia o equidad de las quitas. Hasta un frustrado candidato con escasos votos se permitió, gracias a la libertad eterna de las redes sociales, pontificar sobre lo que debería hacer el Gobierno con los subsidios, cuando hace unos pocos meses los denostaba.

Lo cierto es que los subsidios hace tiempo dejaron de ser equitativos. Sirvieron en un momento de crisis económica para el acceso a miles de personas y sobre todo para mantener la rentabilidad y evitar despidos de muchas empresas. Los tiempos cambiaron y hoy la economía creció en forma abundante: los que tenían algo, tienen mucho más y los que tenían poco, algo mejor están que en las postrimerías del siglo pasado.

Es cierto que el precio de las facturas se duplicará o más para muchos usuarios porteños, pero pagaban 70 pesos por un bimestre de agua y menos de cien por un consumo idéntico al de un misionero, que debe afrontar un monto muy superior. La quita de subsidios, una medida incluso tardía, viene a corregir una inequidad histórica entre Buenos Aires y el interior del país, lejos de los servicios y con obras de infraestructura siempre demoradas.

Pero así y todo, hay quienes mantienen la mirada centrada únicamente en lo que pasa en ese puñado de barrios porteños y los más lujosos countries.

Hoy no se justifica sostener esos subsidios más que en algunos sectores de bajos recursos en la sociedad. Incluso quienes vivan en los lugares más privilegiados, pueden mantenerlos, siempre y cuando justifiquen su necesidad. Sucede lo mismo en la provincia, donde una decena de cooperativas llegan a deber más de 150 facturas por electricidad, mientras que mensualmente, se las cobran a sus asociados. Es decir. Y eso no tiene nada que ver con subas de tarifas.

En realidad, son voceros de sectores que no tuvieron respaldo en las urnas los que ponen el grito en el cielo. Más preocupantes son expresiones como el respaldo de la CGT al paro de Aerolíneas y la incesante puja que mantiene con el Gobierno por el reparto de ganancias o el mínimo no imponible. Como supuesta pata del modelo, flaco favor le hace al Gobierno la central obrera conducida por Hugo Moyano con su prédica por reclamar más y más para quienes mejor están. Pero esa postura casi antiestatal, contrasta con la poca presencia en los mensajes de la CGT de reclamos sobre el trabajo en negro, la informalidad o los magros salarios que todavía se pagan en muchos sectores de la economía.

El corporativismo que exhibe la CGT y especialmente Moyano por estos tiempos, llamativamente se inclina solo contra el Estado y no por el capital. Pero si todo se agota en combatir al Estado, el sindicalismo se convierte en una corporación más, que al gobierno, no le quedará otra opción, que enfrentar, como a otras.

Lo cierto es que los reclamos gremiales se dan en un contexto de alto empleo, con la economía en crecimiento como un oasis en medio de la crisis internacional. Nadie duda que su deber es defender el derecho de los trabajadores, pero no es con amenazas ni con paros extorsivos. Así, juegan más para los patrones que para sus propios intereses y, sobre todo, pierden la poca representatividad en la sociedad que todavía pueden ostentar.

No son los únicos que equivocan el camino. La convención del radicalismo que se reunió en Buenos Aires para debatir el futuro del partido, personalizó el motivo del fracaso en Ricardito Alfonsín y su alianza con Francisco De Narváez. Lejos está esa asociación de ser el principal motivo de un nuevo fiasco de la UCR y es de necios desconocer que buena parte de la dirigencia acompañó ese acuerdo. Pero ni la juventud que increpó a Alfonsín ni el hijo del ex presidente que comparó los silbidos de la sangre nueva con los abucheos de la Sociedad Rural hacia su padre, parecen encontrar un motivo más profundo para el divorcio con los votos. Ese distanciamiento se puede explicar con el sostenimiento de prácticas de otros tiempos y un apego a consignas que terminan haciendo el juego a las corporaciones por encima de las necesidades de la sociedad. Con la traumática experiencia de De la Rúa en el Gobierno más vigente que nunca a casi diez años del fatídico 20 de diciembre, el radicalismo parece no haber aprendido que el ciudadano de a pie reclama mucho más que frases republicanas? En cambio, el partido prefiere dar “señales a los mercados”. Incluso después del humillante diez por ciento conseguido, Alfonsín insiste en pontificar lecciones de Gobierno. El único dejo de autocrítica vino de la mano de Leopoldo Moreau, quien admitió que por hacer un “antikirchnerismo bobo le dimos la espalda a nuestra historia”.

Pero ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo en el método para elegir sus autoridades y el alfonsinismo pelea por mantener alguna cuota de poder en medio del derrumbe. El radicalismo misionero, por ejemplo, rechazó la idea de una reforma de la Carta Orgánica para la elección directa de la conducción para evitar que todo el poder quede en manos de los bonaerenses, los más, en el pobre padrón de afiliados. Los empujones y acalorados discursos de la Convención reflejaron el porqué del distanciamiento con la sociedad.

“Con la derecha no pactamos nunca más”, gritaban los boinas blancas del siglo XXI sin advertir que desde hace tiempo el partido dejó sus raíces de centroizquierda para no inquietar a la derecha vernácula y sus representantes económicos y financieros.

En Misiones, sin ir demasiado lejos, una alianza con el peronismo más cercano a De Narváez y Mauricio Macri estuvo en ciernes y no se selló por cuestión de horas y una lucha de egos sobre quien debería encabezar la coalición.  El objetivo era derrotar al Gobierno, sin importar demasiado el para qué.

Por eso, no sorprende que haya quienes ya postulen nuevamente a Ramón Puerta como candidato a gobernador en 2015. Desde el peronismo disidente lo reclaman como el “único opositor”, cuando salió cuarto en las últimas elecciones con un inocultable rechazo de la sociedad. Pero les sigue importando más quien o cómo que para qué.

En el Gobierno, lejos de preocuparse por estos movimientos, preparan una transición ordenada y sin contratiempos. El 10 de diciembre está a la vuelta de la esquina y aunque muchos se esmeran en intentar descubrir algún nombre del recambio de ministros, lo cierto es que por ahora todo se maneja con hermetismo. La consigna del gobernador Maurice Closs es que equipo que gana no se toca, por lo que no deberían esperarse cambios demasiado bruscos.

 

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