“El retobado”: una novela sobre el Gauchito Gil

La historia de Antonio Mamerto Gil Núñez, conocido como el Gauchito Gil, cuya memoria perdura a través de la fe de centenares de miles de personas que se dan cita todos los 8 de enero en el santuario ubicado en el cruce las rutas 123 y 119, a 8 kilómetros de la ciudad correntina de Mercedes, es recreada desde la ficción en «El retobado», de Orlando Van Bredam.

Convertido en una leyenda popular, la figura del gauchito llamó la atención de Van Bredam (Entre Ríos, 1952) cuando viajaba en 1992 desde el Colorado, en Formosa, hasta Gualegua0ychú.

«El auto se descompuso en los alrededores de Mercedes (antiguamente denominada Pay-Ubre) justo frente a donde lo mataron al gauchito y allí se levantó el santuario. Me tuve que quedar dos días y fue entonces cuando los vecinos me contaron su historia», apunta el autor en una entrevista con Télam.

«Cada año que pasaba por ahí me quedaba algún tiempo para obtener más datos -recuerda- como una fuente escrita anónima que se encuentra en el museo y múltiples versiones de los mercedinos».

Así fue como entrevistó a una biznieta de Dolores Inaldo, que fue una de las amantes de este personaje -considerado por muchos como un santo-, allá en el último cuarto del siglo XIX y en un lapso de ocho años recogió todo lo que pudo. «Pero hay tantas versiones y contradicciones que yo jugué a través de esta novela a poner lo que sabía y también lo que sospechaba».

Para Van Bredam, «el Gauchito es un personaje que tiene que ver más con lo mítico que con la historia, por eso el carácter ficcional de este libro. Aunque a mí me interesa más como héroe que como santo».

«Las coincidencias sobre el gauchito se podrían resumir en una página y en lo que sí todos acuerdan es el día de su muerte, un 8 de enero, cuando fue colgado cabeza abajo -no se sabe si de un algarrobo o un espinillo- para ser degollado como un cordero. El año es impreciso, se puede afirmar que el hecho ocurrió entre 1853 y 1870», menciona el investigador.

Orlando Van Bredam nació en Villa San Marcial (Entre Ríos) en 1952. Es magíster en Lengua y Literatura, profesor en Letras y licenciado en Gestión educativa. Actualmente dicta las cátedras de Literatura Iberoamericana y Teoría y Crítica Literaria en la Universidad Nacional de Formosa.

Entre otros libros, ha publicado el poemario «Clausurado por nostalgia»; las minificciones «La vida te cambia los planes» y «Las armas que carga el diablo» y las novelas «Teoría del desamparo» y «La música en que flotamos».

Parte del mito, analiza el escritor, tiene que ver con su juventud, «no debió tener más de 25 años cuando lo mataron y el hecho de haber sido en ese momento la voz de los que no tenían voz».

Otro elemento clave es el acto de injusticia que se comete con él. «Fue detenido, denunciado por los estancieros del lugar como alguien que robaba para darle a los pobres. Esto no era así, porque lo que hizo -hecho incluido en la novela- fue recuperar una pequeña parcela de tierra a unos paisanos. Era un justiciero popular», define sobre el rol que el autor prefiere rescatar.

En el caso del Gauchito Gil, advierte que es usado y abusado por el poder: «No es justo que se use a los gauchos como carne de cañón. Y aunque otros tuvieron esa misma actitud su vigencia a través del tiempo constituye un misterio».

«Hay muchos que sienten que el Gauchito los cura, los protege, los acompaña, esto explica los centenares de miles de personas que se acercan los 8 de enero a rendirle un homenaje», considera.

El autor de esta novela, publicada por Ediciones Continente, separa con precisión los datos a su juicio reales -«los milagros»- que incorpora en el libro: «Esta su última frase `con sangre de un inocente se cura a otro inocente`, que desliza antes de morir y que luego el verdugo sigue al pie de la letra para salvar a su hijo moribundo».

También una yunta de bueyes extraviada por un tal Apolinario Núñez que apareció luego de rogarle al gauchito para que así ocurriera con el fin de trasladar su cosecha de zapallos y sandías.

«Apolinario Núñez no dejó de contarlo ni de cumplir con su promesa. Le hizo una tumba de ladrillos y la blanqueó. Y todos los días de su vida le ha dejado unas flores rojas», escribe Van Bredam.

Para entonces, la fama del Gauchito Gil crecía y crecía ante el descontento del patrón de la estancia La Estrella, Heriberto Speroni, que hizo trasladar los restos al cementerio. Pero la osamenta del gauchito se le aparecían a cada rato por lo que dio marcha atrás y la tumba volvió a su lugar original.

Speroni edificó un pequeño santuario de piedra y su culto se extendió por todo el territorio argentino, ya que «para la devoción popular el gauchito Gil encarna el paradigma del héroe y el santo», remató Van Bredam.

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