Homilia del Obispo de Iguazú

“La liturgia de hoy nos introduce al tema del llamado de Dios, trátese de una vocación sacerdotal, religiosa o laical. En la primera lectura vemos cómo Elías está orando en el Monte Oreb y allí recibe la misión de consagrar profeta a Eliseo, que es un joven agricultor. Elías, bajando del monte, lo encontró arando con una yunta de doce pares de bueyes, lo que indica que era un joven rico. 

 

 

Elías pasó a su lado y le tiró encima el manto (1Re. 19,19). Este gesto significaba la misión profética del que lo investía. La respuesta de Eliseo fue inmediata, dejó los bueyes y corrió en pos de Elías. Pero le pide a Elías solamente una cosa, ir a despedirse de sus padres: “déjame decir adiós a mis padres, luego vuelvo y te sigo” (Ib. 20). Este detalle, que conmueve nos muestra cómo la llamada divina no hace al hombre insensible a los afectos familiares, aunque le pida el sacrificio de entregarse completamente a Dios y al servicio del prójimo, cuando es necesario. Nosotros sabemos por la fe que Dios tiene derecho de pedir al hombre dejarlo todo: profesión, haberes, casa o familia para seguir su llamado. Pues de Él son los destinos del mundo y del hombre.

 

En el Evangelio hay un gran paralelismo con el texto del Antiguo Testamento. Después de la teofanía del monte Tabor, lugar de la transfiguración, Jesús emprende un largo viaje a Jerusalén donde se encuentra con tres candidatos a discípulos, que representan los muchos que querrán seguirle a lo largo de los siglos y a los que les precisa las condiciones de su seguimiento. El primero le dice a Jesús: “te seguiré a donde vayas” (Ib. 57). Y el Señor replica: “las zorras tienen sus madrigueras y las aves sus nidos…pero el Hijo del Hombre no tiene donde reposar su cabeza” (Ib. 58). El que quiera seguir a Cristo no puede pretender seguridad o ventajas terrenas. Al segundo candidato le dirige Jesús una invitación perentoria, a modo de un mandato: “sígueme” (Ib. 59) y a éste lo mismo que al tercero que solicita de Jesús una espera a favor de sus familiares, no duda Jesús en declararle que es preciso seguir su llamada sin dilaciones, porque hay casos en que un aplazamiento o el pensarlo demasiado puede comprometerlo todo: “El que echa la mano al arado y sigue mirando atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Ib. 62).

 

Es claro que estas exigencias están ligadas a una vocación particular: sacerdotal, religiosa o semejante. Pero no se piense que no interesan al simple fiel. A todos -aun en la vida familiar, profesional, o social- les puede llegar la hora en que se imponga tomar una actitud de entrega heroica, pagada a precio muy caro. La llamada de Jesús no sirve para un cristiano mediocre, fácil, perezoso y reducido a la medida de las comodidades e intereses propios. San Pablo nos recuerda que el cristiano ha sido llamado por Cristo a la libertad, pero que esta no ha de ser confundida con el capricho o la comodidad propia que -antes o después- llevan a la esclavitud del pecado, sino que debe servir a la caridad: “sed esclavos unos de otros por amor”. El llamado de Dios está al servicio de la gloria de Dios y la entrega generosa al hermano y no es raro que exija sacrificios semejantes a los que insinuó Jesús a los tres candidatos que se le acercaron camino a Jerusalén.

 

El llamado de Jesús requiere despojo de si mismo y resolución de entrega a Dios para el servicio de los hombres. Al llamar a alguien, Jesús seduce el corazón del candidato y lo llama con amor en cualquier circunstancia y momento. Jesús necesita ser seguido y está llamando, como a aquel joven del evangelio a quien le dijo “ven y sígueme”, pero como tenía muchos bienes no lo siguió. El llamado exige un despojo y una disposición clara. El Evangelio necesita ser predicado y la Eucaristía celebrada y para esto Jesús necesita de almas generosas que hayan sentido el llamado -que Él siempre está haciendo- y se lancen a esta aventura de amor que es la vocación sacerdotal o religiosa o incluso para los ministerios tales como el diaconado y la catequesis. Será necesario entregar la vida a Dios en el amor y tener disposición en el servicio. Para esto es necesario orar como lo pidió Jesús: “orad y pedid al dueño de la mies que envíe trabajadores, porque la mies es grande y los trabajadores son pocos” (Mt. 9,37-38).

 

Pidamos a la Virgen Madre que interceda por las vocaciones sacerdotales, diaconales, religiosas o laicales de toda la Iglesia, pero especialmente por las de nuestra diócesis.

 

Marcelo Raúl Martorell                                                                               Obispo de Puerto Iguazú

 

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