El liderazgo generoso

Por Marcelo Alejandro Pedroza* pedroza

La mañana irradiaba todo su esplendor. Las dos mujeres sabían que la próxima reunión marcaría el rumbo de sus carreras o al menos eso creía el hombre que las iba a acompañar. A veces las personas no se imaginan lo relevante de un encuentro. Hay miles de testimonios de hombres y mujeres que aprovecharon el momento que se les dio para iniciar una nueva etapa en sus vidas, como también hay innumerables seres humanos que lo dejaron pasar por diferentes razones. En esta ocasión iba a suceder algo parecido. Las profesionales podían avanzar, no había ninguna restricción para que así no sea. El hombre, que gustaba vestir con camisas ajustadas al cuerpo y de cuellos grandes, las estaba esperando. Tenía la costumbre de llegar muy temprano a todos los lugares.

Maura ingresó intempestivamente. La puerta quedó abierta y en el ambiente algo sucedió. El hombre observó a una dama tensionada y maquillada, aunque esto último no impedía ocultar su expresión interior. La ejecutiva comenzó a contarle lo que estaba viviendo y el enviado, en su carácter de conciliador, escuchaba.  Ella detalló situaciones que al oyente le recordaron otros tiempos y otras lecciones. En aquél continente, que lo había hecho surgir, existía uno de los maestros que le enseñó a mirar hacia lo profundo del mar y no sólo la llegada de las olas pequeñas. Los líderes surfean en oleajes elevados y desde allí aprenden a superar sus propias limitaciones.

Ximena lo recibió en su despacho, el enviado percibió un clima agradable. Pidió un café. Que sean dos dijo la novel ejecutiva. Como si todo fuera planeado para ser transmitido por el mismo canal, la mujer se detuvo en descifrar los pormenores de aquellos conflictos con los que convivía. Los detalles significativos nos elevan la estima y los que sólo son piedritas en el camino tendrían que ser tomados como tales, con la intención de abordarlos rápidamente, a los efectos de continuar hacia lo propuesto, pensó el visitante.

Cada una de ellas dirigía áreas con equipos de trabajo que se habían fijado objetivos muy claros y que de una u otra manera se necesitaban, aunque entre las dirigentes no existía un espíritu de unión. El viejo observador les hizo pocas preguntas. Las damas por separado le manifestaron, como si se hubiesen puesto de acuerdo, que podían hacerse cargo de las dos áreas. El hombre sintió la carencia de la genuina y auténtica luz generosa que poseen las personas que no tienen interés en perjudicar al otro y que saben desprenderse de situaciones o cosas que pueden afectar a los demás. Ambas no quisieron entender que la grandeza reside en ayudar al otro a ser mejor y que de esa manera lo que uno propone se logra naturalmente.

*Escritor. Magíster en Educación.

 

 

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