Promesas de un pasado peor

El 3 de junio de 1975 -al día siguiente de haberse hecho cargo del Ministerio de Economía- Celestino Rodrigo anunciaba su plan económico. Devaluó algo más del 150 por ciento el peso argentino; aumentaron, en promedio, un 100 por ciento las tarifas de los servicios públicos y un 180 por ciento el precio de los combustibles. Los pasajes de Aerolíneas Argentinas se incrementaron en 100 por ciento. La inflación pasó del 24 al 183 por ciento, el dólar se disparó 367,5 por ciento, la economía cayó 0,6 por ciento, se duplicó la tasa de desempleo y el salario real del peón industrial se redujo cuatro por ciento. El argumento oficial fue “sincerar” la economía argentina, reducir el déficit público y aumentar la productividad de las empresas vía devaluación del peso. Se acuñó así una de los símbolos económicos de la historia argentina: el Rodrigazo. El plan no tuvo éxito, pero fue el caldo de cultivo para la profundización de esas medidas apenas un año después, con el inicio de la más sangrienta dictadura cívico militar, de la que el martes se conmemoran 39 años.

Se disparó la inflación, se licuaron gran parte de las deudas de las empresas (que estaban en pesos), y disminuyendo enormemente el poder de compra de los trabajadores, que estaba bastante cercano al fifty-fifty que planteó Juan Domingo Perón sobre el reparto de la renta entre las empresas y los trabajadores.

Caído el débil gobierno de Estela Martínez de Perón, la Dictadura fue más brutal. Luego de tener un fuerte atraso cambiario con la gestión de José Alfredo Martinez de Hoz como ministro de Economía entre 1976 y los inicios de 1981, originado en bajar la tasa de inflación, sin éxito, pues se mantuvo por encima de 100 a 150 por ciento anual -hoy la inflación ronda 20-30 por ciento anual-, dentro de un contexto de una economía liberada, con metas de variables que no se podían cumplir, Lorenzo Sigaut, su reemplazante, buscó un mecanismo para actualizar el tipo de cambio para lo cual ese año 1981 terminó con una tasa de inflación de 105 por ciento, un aumento del dólar de 230 por ciento, la economía cayó 5,8 por ciento  y el salario real de peón industrial se redujo un 10,3 por ciento. Así es sencillo liberar el mercado financiero y el comercio exterior, dado que al deprimir la economía, reducir el ingreso real, la demanda de dólares cae sensiblemente. Hoy se demandan dólares porque hay ingresos excedentes y pesos excedentes. Si no hay ninguno de los dos, por más libre que sea el mercado el público no podrá comprar dólares.

La experiencia más reciente estuvo a cargo del ministro de economía de Carlos Menem, Néstor Rapanelli, sucesor de Miguel Ángel Roig, quien en 1989, para corregir las variables luego de la hiperinflación del gobierno de Raúl Alfonsín, y liberar la economía, mientras los precios aumentaron 3077 por ciento en ese año (31 veces), el dólar aumentó 4.784 por ciento, el salario real se deprimió 20,3 por ciento, la economía se contrajo 6,9 y el desempleo pasó de 6,3 por ciento a 7,6. Después vino Cavallo con el plan de Convertibilidad y congeló la inflación, con una apertura indiscriminada de la economía y consecuencias brutales como el desempleo y la pobreza que hicieron eclosión en la huída de De la Rúa en 2001.

Envalentonado por la alianza con el radicalismo, Mauricio Macri prometió liberar el “cepo” cambiario apenas asuma el 10 de diciembre, y eso es, básicamente, un resumen de todo lo anterior. Con una obsesión por el dólar que transparenta su visión del mundo, el intendente porteño ofrece una “apertura” de la economía y quitar del medio a la injerencia del Estado porque la confianza en «su modelo» hará que se generen inversiones y con ello lluevan los dólares.

En realidad, el escenario es bastante más complejo de lo que parece pensar Macri. Para «liberar» sin restricciones el mercado cambiario como así también el comercio exterior, que es fiel reflejo de lo que piensa y dice el candidato, se precisan poner en marcha otras medidas -no tan agradables- para evitar una crisis en pocos meses. Habría que liberar el mercado cambiario y levantar las restricciones a las importaciones, incluyendo una reducción de las franquicias a las importaciones. Sería la primera herramienta, pero no la única. La apertura de las importaciones facilitaría la importación de insumos para que la industria no se paralice, pero para que el plan funcione, hay que provocar un aumento de las tarifas, congelamiento de los salarios, aumento del dólar entre otras recetas.

Esta combinación, provocará una caída sensible del ingreso real de los sectores medios y populares.

Para que tenga éxito su promesa, Macri debería aplicar una política monetaria restrictiva (control de la emisión de pesos) para cumplir con metas de inflación más bajas, pero que en definitiva significará que “no habrá tantos pesos en circulación”. Esto sin duda será aplicado porque ya lo sostuvo en varias de sus declaraciones.

Domingo Cavallo festejó el anuncio de Macri y dijo que se puede eliminar el cepo en un día, con medidas simultáneas, como la eliminación de retenciones y subsidios al gas, la electricidad y al transporte, los impuestos a las Ganancias y a las operaciones con cheques». Nada más claro. Sin subsidios, las tarifas se dispararían. Sin impuesto, el Estado se desfinanciaría, con el endeudamiento como único camino posible.

Otra medida que suele promover el ex presidente de Boca es “administrar mejor” el gasto del Estado. Esto es un eufemismo para no mencionar la palabra ajuste. Pero una política fiscal contractiva para bajar el gasto público “improductivo” para corregir el déficit fiscal, impacta directamente en la economía, con menor demanda, menores ventas y menor producción, con la esperanza que la mayor inversión reemplazará la retirada del gasto público. ¿Sirve el equilibrio fiscal si el déficit es social?

Para compensar la caída del consumo y de producción, una vía ya utilizada hasta el hartazgo en los 90, es el endeudamiento público, algo que Macri no desconoce dado que cuadruplicó la deuda de la ciudad de Buenos Aires en estos ocho años de gestión.

Hoy las condiciones están lejos de ser las previas a la Dictadura o a la hiperinflación radical, pero los candidatos de la oposición compiten con las promesas de «ordenar» la economía que no es otra cosa que equilibrar la balanza a favor de los más acomodados, que son los que más descontentos están con el modelo económico actual, no porque hayan dejado de ganar, sino porque quieren una mayor rentabilidad.

Así como Macri, Sergio Massa, el otro que disputa por el voto opositor, prometió eliminar las retenciones al comercio exterior y bajar el impuesto a las Ganancias. Algo que no suena convincente por lo menos con la realidad actual.

Eliminar las retenciones a soja significará que Misiones dejará de recibir cerca de 468 millones de pesos para obras (de los cuales el 30 por ciento va para obras administradas por los municipios). Pero ese sería un efecto colateral, el Gobierno nacional dejaría de percibir 32 billones anuales que representan el 54 por ciento de los recursos de exportación que hoy percibe la Afip.

La reducción del impuesto a las ganancias impactaría en otros 27 billones de pesos, lo que sumado al anterior elevaría el actual déficit fiscal en 70 por ciento obligando a bajar el Gasto Público a través de ajustes salariales y paralizando la obra pública.

Es decir, ninguna de las promesas promocionadas por la oposición apunta a una mejor distribución del ingreso, la inclusión social, mejores salarios o combate a la pobreza. Apuestan a un efecto derrame después del empacho de los dueños del capital de trabajo, pero en la práctica, eso no sucede nunca. O tarda demasiado para la urgencia social que corre en paralelo.

«Argentina es un país escaso de dólares, pueden llegar si se accede al financiamiento externo y nos endeudamos, (1976-1982 ó 1991-2001) o si ingresan capitales golondrinas de corto plazo que ante el primer temblor (efecto «Tequila» 1994, crisis Rusa 1997, crisis Turca de 2001, etc) retiran sus activos financieros del país provocando una crisis cambiaria. No hubo experiencias positivas en gobiernos liberales que logren atraer inversiones físicas del extranjero (diferentes a los capitales golondrinas), digamos inversiones importantes en emprendimientos o fábricas nuevas. Son casos contados, y que buscan rápido retorno de dividendos», explica el secretario de Hacienda de Misiones, Adolfo Safrán.

En el mismo sentido, el gobernador Maurice Closs, en la apertura de la Semana de la Memoria, advirtió que la dictadura instauró a sangre y fuego una matriz liberal que se profundizó en los 90 y persiste maquillada de vivos colores. «El sentido económico fue el que dominó ese tiempo, ordenar el país o los  chicos revoltosos, eran excusas para poder imponer un sistema liberal al que no podían llegar a partir de las urnas.  Eso significa destruir la industria nacional, primarizar la industria y que las ganancias sean de los dueños de los medios de producción, como cuando nosotros mandábamos el cuero al viejo continente  y ellos nos devolvían los zapatos. Es una matriz que se repite acá y nos van a intentar convencer, aquellos que dicen que la sociedad está dividida por culpa de tener una Presidenta con carácter fuerte, que acá se viene un momento donde vamos a tener que elegir continuidad o el cambio y bajo esa palabra linda, se va a enmascarar el proyecto liberal», alertó. «Sin embargo, creo que tenemos plantear la continuidad con cambios, porque cambio significa volver al modelo de la dictadura, es volver a destruir la industria nacional, es concentrar las ganancias en el capital y olvidar a los trabajadores. Hay que pensar eso, por eso creo que tenemos que animarnos a plantear la continuidad con cambios», agregó.

El intelectual y periodista francés, Ignacio Ramonet, quien brindó una conferencia magistral en el marco del Foro Internacional por la Emancipación y la Igualdad que se hizo en Buenos Aires, reflexionó sobre ese tópico. “Al cabo de 15 años de política hay un desgaste. Las soluciones de hace 15 años no son forzosamente válidas para otra etapa, hace falta renovar un poco. Por el mismo del éxito de las políticas populares la sociedad cambió. Para un nuevo impulso, se necesita una gran autocrítica. Hay que hacer una especie de pausa reflexiva-teórica-autocrítica. Y yo creo que los gobiernos populares de América Latina, los gobiernos neo-progresistas, deberían reflexionar sobre estas ecuaciones para que haya “un segundo soplo”. Hasta ahora siempre ha habido éxito electoral, se han mantenido democráticamente, responden a las aspiraciones de una mayoría de la población, pero eso no va a durar toda la vida. Y para que las cosas duren, tienen que cambiar, es curioso pero es así. Es como la bicicleta: si se para se cae”.

 

Sobre eso girará el debate político en la Argentina, con dos modelos políticos bien diferenciados. Ya no hay tiempo para más opciones.

La oferta del Gobierno, con matices, es continuidad, profundización del modelo y correcciones o retoques necesarios en algunas áreas. Nadie duda que “el modelo es el candidato” y en ese espacio se mueven Florencio Randazzo, Daniel Scioli o los demás aspirantes hoy con menos protagonismo. La presidenta Cristina Fernández juega fuerte para sostener medidas de Gobierno y que sean una herencia difícil de desechar. Lejos está de retroceder, como recomiendan los economistas ortodoxos, sino que el camino es la profundización de medidas que agigantan la base de sustentación del modelo.

La semana pasada fue el aumento del PROGESAR y esta semana un anuncio clave para desarmar una barricada fuerte de la oposición. Se reunió con la Federación Agraria -que representa a los productores más chicos- y anunció un plan de devolución de un porcentaje de las retenciones.

De ese modo desactivó un posible foco de conflicto con el mismo esquema que derivó en aquel lock-out sojero en contra de la 125. Se trata de segmentar las retenciones para que quienes más exportan, más tributen. El no positivo de Cobos terminó beneficiando solamente a los grandes productores ya que la 125 preveía una fragmentación en función de los volúmenes de cosecha con menores retenciones para los que menos producían.

El programa de estímulo alcanzará a los productores que generan hasta 700 toneladas de granos,  un total de 46 mil, que representan el 70 por ciento de los productores del país pero que generan solamente el 12 por ciento del total de la producción. Solo el diez por ciento de los productores produce el restante 70 por ciento. Con esa segmentación, el Gobierno protege a los pequeños productores -que no superan las 350 hectáreas- y desarma una férrea estructura de oposición que se trasladó a la política.

Los 1000 productores rurales más grandes de la Argentina concentran el 30 por ciento de la producción y aportan el 26 por ciento de la recaudación total por retenciones a las exportaciones.

Pese al despotrique permanente de los patrones de la soja, la Argentina se encamina a una nueva cosecha récord, que en función de cómo evolucione el clima en la fase final de los cultivos, podría sobrepasar cómodamente las 110 millones de toneladas. Consultoras e instituciones privadas proyectan una cosecha de soja de entre 58 y 60 millones de toneladas. En tanto, a pesar de haberse registrado una caída de 13% en el área maicera, es esperable que los buenos rindes compensen este factor y nuevamente se ubique por encima de los 30 millones de toneladas.  A esto se suman las casi 17 millones de toneladas entre trigo y cebada, lo que sumado al girasol, sorgo, arroz, maní y el resto de los principales cultivos colocaría a la Argentina más cerca de las 115 millones de toneladas que de las 110. Al final del ciclo neoliberal de los 90, la producción granaria argentina se encontraba estancada en torno a las 68 millones de toneladas. Pero los patrones de estancia, dicen que nunca estuvieron peor. Es claro, antes, no compartían ganancias.

La Convención Radical en Gualeguaychú terminó de recortar el escenario político, dejando en el centro al kirchnerismo, la alianza entre el PRO y la UCR -bendecida por Eduardo Duhalde, que también juega sus fichas con el peronismo disidente que juega con Sergio Massa, el tercer actor en disputa, quien mañana vendrá por primera vez a Misiones a un acto junto a su pata local, conformada por Ramón Puerta y los Velázquez, los hermanos que conducen el sindicato de Camioneros.

macris

Curiosamente, pese al protagonismo que cobraron en los últimos días, los radicales quizás hayan sepultado la posibilidad de tener un candidato a presidente y definitivamente se corrieron ideológicamente hacia donde nunca hubiese querido Raúl Alfonsín. “El nuevo discurso de las derechas es el republicanismo: fortalecer las instituciones, ¿más aún? Más poder a la justicia, más poder a la policía, mas poder al parlamento ¿Y el poder de la gente?…Ahhh eso es populismo”, ironizó el diputado radical Hugo Escalada, uno de los que fue a Entre Ríos a pelear en contra de la nueva alianza.

Apenas terminado de cerrar la alianza que le sirve como plataforma nacional, Macri le bajó el precio a las pretensiones de la UCR, que, liderada por Ernesto Sanz, entregó en bandeja convicciones, votos y comités distribuidos por todo el país. Ese era el interés del intendente porteño, que nunca logró trascender con fuerza más allá de la General Paz. Ahora, sin tener que recorrer la Argentina de punta a punta, tiene a un partido que pegará sus afiches, aunque no todos los radicales estén conformes con ser apenas sparrings para calentar la pelea antes de la gran final. Con pragmatismo, Sanz llevó al radicalismo a una alianza que le puede servir para sostener cargos de intendentes, legisladores y quizás recuperar una gobernación, gracias al efecto arrastre que ofrecería Macri, con una intención de voto cercana al 30 por ciento. La ecuación podía cerrar perfecta si la UCR se sumaba a la fórmula presidencial. Pero Macri descartó que un radical lo acompañe en la boleta -su elegido sería el peronista Carlos Reuttemann- y hasta negó una «repartija» de cargos con los radicales. «El que gana conduce y el que pierde acompaña», disparó Mauricio, con otra de sus máximas peronistas.

Si ese escenario se confirma y el radicalismo pierde en las PASO, por primera vez desde el regreso a la democracia, la UCR no disputará las presidenciales. Es cierto que después del desastre de De la Rúa le costó mucho reponerse y en soledad o en acuerdos, nunca volvió a acariciar el 20 por ciento de los votos, desde el testimonisal 2,34 por ciento de Leopoldo Moreau y Mario Losada en 2003. Llamativamente, quienes integraron aquella fórmula y bancaron las banderas de un radicalismo pútrido, están hoy en contra de la alianza con Macri. No son los únicos que rechazan los globos amarillos. La Convención se definió por un margen no demasiado amplio a favor de ir detrás de Macri. De los diez convencionales misioneros, cuatro votaron en contra y ya aparecieron los primeros dirigentes que no van a trabajar para el PRO. La Juventud Radical y la Franja Morada también quedaron disconformes con la entrega de las banderas en Entre Ríos. Sin embargo, para el presidente del partido misionero, Hernán Damiani, es la «rebeldía» habitual de los jóvenes. «Ví una juventud, una Franja Morada con muchos principios a las que determinadas coyunturas no les gusta porque como jóvenes tienen tiempo y miran lejos y me siento orgulloso de esa rebeldía», argumentó el dirigente, fervoroso operador a favor de la alianza. Ya habrá tiempo para discutir ideales y de posturas políticas. Ahora es tiempo de pegar carteles.

Esa coyuntura a la que se refiere Damiani podría representar un beneficioso viento de cola detrás de Mauricio. Es que Sanz no mide ni cinco puntos -no medía más Julio Cobos- y la atracción de Macri podría hacer visibles a los candidatos radicales que estén dentro de la alianza. Tácticamente la jugada es lógica y hasta puede resultar si el objetivo es retener intendencias, ganar lugares en las Legislaturas y pelear alguna gobernación, aunque con una gran pérdida ideológica, definió el consultor Gustavo Córdoba.

De todos modos, nada es lineal. En Misiones el PRO desafió a dirimir en una interna quien encabeza la fórmula para pelear la Gobernación y el radicalismo deberá volver a discutir hacia dentro después de haber hecho una interna oficial que definió a Gustavo González y Luis Pastori como sus candidatos. Ya hay sectores que advirtieron que no cederán sus espacios y dirigentes que no inflarán los globos amarillos, como Gustavo Escalada y María Losada, los enemigos íntimos de la conducción radical.

“Las banderas radicales no van a estar contenidas en el proyecto de Macri”, definió el gobernador Maurice Closs, quien no quiso analizar los porqué del giro a la derecha, pero marcó las diferencias ideológicas entre un proyecto u otro.

“Lo que tenemos que hacer es hablarle de frente al electorado radical y contarle nuestras ideas, las transformaciones que se hicieron en Misiones con el Frente Renovador y salir a buscar el voto. No perder el tiempo discutiendo lo que hace otro espacio”, puntualizó después de una rueda de prensa en la que anunció un incremento salarial para los empleados estatales que alcanzará un 28,76 por ciento acumulativo entre abril y julio. El Gobierno cerró así las paritarias con todos los sectores estatales y apuesta fuerte a la gestión como principal herramienta política.

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