Columna | El tiempo de la espera

La parábola de las doncellas en la boda nos sitúa ante las distintas actitudes que unos y otros podemos tomar ante esta situación. Las diez debían haber estado preparadas para cuando llegase el novio. Las diez se durmieron, pero cinco estaban preparadas y pudieron reaccionar cuando llegó. Las otras cinco no estaban preparadas.

El Señor es el novio, y nosotros desconocemos su momento, su tiempo, su modo. Somos como las doncellas, y cada uno tenemos actitudes diferentes de esperar la acción de Dios, la construcción de su Reinado.

En este tiempo de espera, a veces tenemos la tentación de declinar ante la incertidumbre, dejarnos guiar por la frustración… y tirar la toalla. Fácilmente nos convencemos de que no le interesamos a Dios, que está a otra cosa. Somos incapaces de descubrir la acción de Dios, presente en las personas, en los acontecimientos, en la Palabra… simplemente porque le esperamos de otra manera. Aquí actuamos como las doncellas necias.

Pero también podemos actuar como las otras doncellas, que, a pesar de la incertidumbre, de la fatiga y del sueño, son capaces de estar vigilantes, atentas a los distintos modos de obrar de Dios, a sus tiempos sorprendentes y a su hacer silencioso y humilde.

 

La sabiduría de la espera

La diferencia entre ambas actitudes se llama sabiduría. Ese don que nada tiene que ver con títulos o certificados, sino que ayuda a las personas a situarse en la vida real de un modo más auténtico, más vital, más esperanzado.

Esta sabiduría es don de Dios, pero solo quienes la buscan la encuentran. Exige una disposición a buscar de forma activa, exige ponernos en movimiento para hacer vida la Palabra de Dios, exige nuestra respuesta cuando nos aborde benigna por los caminos de la vida.

Esta sabiduría es Dios mismo, es el aceite que nos va a ayudar a encender las lámparas y alumbrar la vida. Mirar con sabiduría el futuro, con la mirada de Dios, nos va a dar luz suficiente para afrontar y discernir el presente, para afrontar este tiempo intermedio en el que el Señor nos necesita para ser sus manos, su presencia, su sabiduría en medio de nuestro mundo.

Como las doncellas preparadas, con aceite en sus lámparas, podremos pasar al banquete del Señor a compartir mesa, palabra, proyecto y vida.

 

Aceite para dar luz

Si nos quedamos en una mirada dirigida solamente hacia uno mismo conseguiremos distorsionar la Palabra. Las lámparas de las doncellas son para alumbrar el camino del Señor, para hacer que sea posible el banquete, la fiesta en el Cielo.

La luz que portamos con nuestra fe y nuestra vida, tiene la función de iluminar, de generar vida en la Iglesia y en el mundo (GS 3). Estamos llenos de luz, para compartir con nuestros familiares, amigos y dar a otro sin esperar nada a cambio. Lo único que acepten vivir como Jesús nos propone; “ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”.

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