Iguazú en Concierto: el sueño de Mandela es posible

Visto desde arriba parece un cuadro de Brueghel. Sólo que en lugar del fondo blanco de la nieve, los personajes se recortan contra un verde que se prolonga hasta el infinito sobre las copas de los árboles hasta interrumpirse a lo lejos por la pared de agua vaporosa que marcan los saltos de las cataratas. Y en vez de patinadores, el parque que rodea al antiguo Hotel de Turismo de Iguazú, de un estilo colonial inglés que evoca sin duda paisajes de la India, está plagado de pequeñas figuras de jóvenes y chicos que practican un pasaje coreográfico, ensayan un motete a varias voces o ejercitan un pasaje difícil de las trompetas, ignorado por un gran grupo de coristas que hacen prácticas de relajación mientras vocalizan el texto que cantarán después. El escenario construido en el parque tiene como fondo lejano las cataratas, pero parece un inmenso pastel de bodas erizado de atriles y sillas para contener la gran orquesta de todas las orquestas, la orquesta de “Iguazú en Concierto”, que este año tuvo como solista y padrino principal a un artista misionero de trayectoria internacional, el Chango Spasiuk, que encarna en su propia carrera y en su obra, una provincia y un territorio donde el diálogo de los pueblos y las culturas es una cotidianeidad desde siempre.

Organizado por la infatigable Andrea Merenzon, valiosa artista y constante exploradora del universo de la música y de la danza de los pueblos del mundo, y realizado por el Ministerio de Cultura, Educación, Ciencia y Tecnología de Misiones, una provincia capaz de sostener también el esfuerzo del asombroso Parque del Conocimiento de Posadas – poseedor de una importante Biblioteca Pública, un Teatro Lírico que monta dos óperas por año, un Teatro de Prosa y un área de exposiciones visuales de grandes dimensiones, con orquesta, coro y ballet propios, al que ahora se suma la experiencia de “Legado regional”, un elenco constituido por artistas folklóricos provenientes de toda la provincia-, el festival “Iguazú en Concierto” realiza este año su sexta edición, con el apoyo del Consejo Federal de Inversiones, UNICEF y otras instituciones locales, nacionales e internacionales.

En días anteriores, el público de Puerto Iguazú tuvo oportunidad de asistir al encuentro de jóvenes artistas de todo el mundo en el anfiteatro situado en punto tripartito que une las fronteras del Brasil, el Paraguay y la Argentina , y consagrado a otro misionero ilustre, el cantante y compositor Ramón Ayala. A la luz de la luna y con el marco del río que une a las tres naciones, un auditorio colmado celebró, cantó y bailó con jóvenes músicos y bailarines de San Pablo, de San Antonio, Texas, de Sudáfrica, del Teatro Colón de Buenos Aires y de Zimbawe, que presentaron el repertorio musical y coreográfico más ecléctico que se pueda imaginar: orquestas de marimbas, mariachis de la diáspora mexicana en Estados Unidos, refinados bailarines del ballet clásico argentino, danzarines y cantantes del sur de África. Todo recibido por un público entusiasta que celebraba tanto el talento como la gracia, tanto la comunicativa rítmica de los parches y de los cuerpos como las sutilezas de las cuerdas…un pandemonio como el que imaginó Alejo Carpentier en su “Concierto barroco”, donde los tambores del mulato americano se mezclaban con las cuerdas de la orquesta véneta y los arabescos del canto coral barroco interpretado por las monjitas convocadas a semejante aquelarre contracultural.

Y cabe agregar que en estas presentaciones del festival misionero también se asistió desprejuiciadamente a la libertad corporal de quienes nuca la habían abandonado, como los originarios del continente africano, así como de quienes la están recuperando, como los integrantes de orquestas juveniles de estructura europea, que, siguiendo una moda surgida en “El Sistema” de orquestas juveniles creado por el Maestro Abreu en Venezuela, organizaron humorísticas coreografías para acompañar las interpretaciones de obras ya clásicas. El mismo Theodor Adorno, padre de la sociología del arte en el siglo XX, ya se había ensañado críticamente con “el empaque” de los músicos del repertorio clásico europeo, según él aprendido de sus amos mientras esperaban en las cocinas de palacio. “El concertista” – o el músico de orquesta clásica –“ ha copiado de sus contratantes un aire displicente, algo ofendido. Enfundado en su jacquet tiene algo de gigoló”.

El próximo sábado 20 de junio, de 20.30 a 21.30, se transmitirá un programa especial de lo que fue la sexta edición del festival por el canal nacional C5N.

 

Bueno, esta nueva generación de músicos orquestales se aleja cada vez más del modelo rígido y hierático promovido durante el siglo XX, por lo menos, para diferenciar el repertorio clásico que interpretaban, de las vigorosas y desenfadadas músicas populares de cada época. Los jóvenes músicos de hoy recuperan la idea del juego que subyace en casi todas las lenguas europeas, salvo el español ( jouer, to play…), tocan, se mueven, se levantan, bailan. Y transmiten su entusiasmo a una platea de coetáneos que vuelven a acercarse a obras y compositores que cada vez se iban alejando más del interés popular. ¿Es la única receta posible? ¿No se destruye así más aún el carácter ritual que la música ha tenido desde el comienzo de los tiempos? ¿No se trata una forma más de banalización de todos aquellos valores culturales que el posmodernismo se viene encargando de destruir?

IMG_8137
Todas estas preguntas, válidas, sin duda, no maliciosas sino responsables, criteriosas, se pulverizan frente a la vitalidad del hecho musical reinterpretado, de la resignificación de instituciones, como las orquestas sinfónicas, en riesgo de desaparición, así como repertorios extraordinarios cada vez más librados al olvido, contribuyendo a la vez a borrar, de forma definitiva, las barrreras que separaban a la música “académica” de la popular. Para todos los chicos y chicas (miles, en estos 6 años) participantes de este “Iguazú en concierto”, la experiencia de la música viva es un hecho, tan fuerte como el del diálogo de las culturas y los pueblos.

Porque es esta es otra de las enseñanzas que surge de la confrontación entre las estéticas más diversas de la música y el baile, combinadas a lo largo de una semana de programaciones variadísimas en las que se demuestra, por la vivencia concreta, el interés que las formas artísticas de unos pueblos significan para los otros. Sólo escuchando a los marimbistas sudafricanos y viendo bailar y cantar a los artistas de Zimbawe, se descubre de repente, cuánto adeudan las músicas de los Estados Unidos y las de América a las de las culturas del África profunda. Sólo presenciando un conjunto instrumental escolar de percusionistas formado por músicos europeo-ascendientes y africano-descendientes, es decir, blancos caucásicos y negros, se toma conciencia de que el sueño de Mandela es posible y el ”apartheid”, una pesadilla surgida de mentes enfermas. A lo mejor, música sea el nombre de la paz.

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas