Fortunato Andino festejó su cumpleaños número 103 como más le gusta: trabajando

Era la hora de la siesta y el calor misionero de enero se hacía sentir en noviembre. El Expreso Misiones me llevó hasta el cruce de San Alberto. A las 15:00 horas, me esperaba mi guía, Marcela, ella me llevaría hasta San Alberto Puerto a conocer a don Fortunato Andino, quien el pasado 25 de octubre cumplió 103 años de vida.

La tierra colorada caliente de esos caminos que transitaran los primeros colonos cuando allá por el 1919 naciera nuestra colonia, me generó cierta nostalgia. Y tristeza, al ver que la tierra que albergó a las primeras familias de Puerto Rico se encuentra desestimada por la hoy bella ciudad Capital de la Industria, pero que tuvo sus primeros pasos en esos caminos de San Alberto Puerto.

Fuimos llegando a la casa de don Fortunato, despacito, intentando que los dueños de casa nos vean antes que los perros. A lo lejos, yo lo vimos caminando. “Allá va”, dijo Marce, “es él”.

Trabajando como lo hace todos los días de su vida, así lo encontramos. A los 103 años Fortunato tiene una chacrita de 3 hectáreas a la que no le falta mucho para brillar, impecable. Él se ocupa de sembrar y de mantenerla. Se levanta todos los días a las 5:30 horas, toma su mate, y con azada en mano, sombrero y el corazón lleno de vida sale a trabajar.

– ¿Qué anda haciendo?, le pregunté inmediatamente luego de saludarlo y presentarme, ya que acababa de verlo llegar de algún sitio.
– – “Trabajando, yo cuando no trabajo me siento como un perrito atado con una cadena. Acá tengo tres hectáreas, estaba carpiendo. Si o si tengo que trabajar, el trabajo me mantiene joven. En mi vida nunca un patrón me tuvo que apurar para trabajar, ni pedirme que trabaje un poco más. A mí me gusta el trabajo.” Fue lo primero que nos dijo, y nos sentamos bajo una gran sombra de mango y arrancó la ronda de tereré con cocu.

Fortunato vino muy joven de Villarrica, Paraguay, para trabajar en el obraje como caminero. Y fue lo que más hizo, trabajar para las compañías abriendo caminos en el tupido monte de la primera mitad del siglo pasado en el Alto Paraná.

Trabajó en toda la zona de Puerto Rico, Garuhapé, 3 de Mayo, Aristóbulo del Valle, y más hacia el norte. Y a pesar de haber vivido prácticamente toda su vida en Argentina, casi no habla castellano, muy pocas palabras le salen. Solamente el Guaraní, idioma que se ha ocupado de acunar hasta el día de hoy. Por lo que el que quiere hablar con él, se las tiene que arreglar para entender.
Andino

Andino
Y dan ganas de entender, porque Fortunato es un narrador de primer nivel, con cualidades que cualquier cuenta cuento admiraría, ya que no solamente te hace entender la historia, sino que también te la hace vivir, como si estuvieras corriendo por los montes con él y sus 20 amigos, escapando de los asaltantes, escondiéndote de los Mbya, quemando tacuaras para ahuyentar al tigre.

Cuenta Fortunato con los ojos grandes y la cara como de quien va a contar una historia de terror: “Acá venían los muchachos de Paraguay, jóvenes, a trabajar. Venían sin nada, sin plata, sin ropa. Pero trabajaban un tiempo, meses o años, y se volvían para llevar cosas a sus familias, pero el camino era peligroso, porque era ir por el monte, cruzar el Paraná y seguir por el monte hasta Villarrica de donde éramos nosotros, eran muchos días de viaje. Y en el camino siempre esperaban ladrones, que se dedicaban a interceptar a estos grupos de jóvenes que volvían de trabajar de la Argentina, muchas veces se encontraban y todos morían, los mataban a todos para robarles. Nosotros siempre teníamos miedo de eso, a pesar de que íbamos bien preparados, con cuchillos, machetes y pistolas, pero igual teníamos miedo porque eran delincuentes muy peligrosos”.

“Una vez nos perdimos en el monte y nos encontrámos con 300 Mbya. Nos quedamos calladitos y nos preparamos. En estos casos no quedaba otra que enfrentar, era pasar o morir, pero si alguno se quería escapar sus propios compañeros lo mataban, así que nos quedamos quietitos. Hasta que por ahí nos vieron: – ¿De dónde vienen… qué quieren…? Nos decían.
“Y nos rodearon, ahí ya parecía que eran como 1.000. Entonces nos pidieron plata pero como no teníamos le dimos tabaco y nos dejaron pasar. Les dijimos que nos habíamos perdido, así que uno de ellos dijo que nos iba a llevar hasta el Paraná. Pero el problema fue que demasiado rápido corría por el monte, no lo podíamos seguir. A mí me atravesó una espina en el pie pero no pude parar porque nos íbamos a perder peor. Al final llegamos al Paraná y seguimos camino”.

“Después el miedo a los tigres. A veces llorábamos y pataleábamos de miedo porque te rodeaban y no sabías en qué momento te iba a saltar uno. Hacíamos fuego y quemábamos tacuaras, cuando la tacuara reventaba en las llamas eso les ahuyentaba un rato. A veces no dormíamos toda la noche”.

“Otra historia es la de los trabajadores que le pedían a su patrón que le guarde el dinero. No querían cobrar para no gastar, así después cobraban todo junto. Esto pasaba mucho en esa época. Que cuando el hombre le pedía al patrón que le pague el tipo desaparecía misteriosamente. Cuando la familia o los amigos venían a reclamar el patrón decía que lo mandó a trabajar a otro lado para ganar más plata. Pero en realidad lo que pasaba era que en la oficina del patrón, había una silla donde le hacía sentar, cuando supuestamente le iba a pagar su dinero. Cuando el trabajador se sentaba, el capataz, que siempre estaba atrás, apretaba una palanca y el hombre caía en un sótano con hierros de punta. Es decir, que lo mataban para no pagarle”.

“Una vez uno había sacado mucho dinero por adelantado, y como no podía pagar los patrones lo torturaron sacándole toda la piel de una pierna y dejándolo en el monte atado para que muera de a poco. Ese hombre logró escapar y fue rescatado por el Señor del Monte que vivía en un tronco grande. Él lo salvó, le dio agua, comida y lo cuidó hasta que se recuperó y pudo volver para contar lo que había pasado”.

Fortunato Andino nos contó sus historias y vivencias con tanta pasión que logró que de algún modo las viviéramos con él. Mientras relata hace con su boca los sonidos del monte, de los animales, hasta parece volver a sentir los mismos miedos y las mismas emociones.

Nos recibió en su casa, donde vive con su hija, su yerno y sus nietos. A don Fortunato le gusta andar en moto, por eso suele darle a su nieto plata para el combustible a cambio de que lo lleve a dar una vuelta, así que puede ser que alguna vez Usted lo vea paseando en moto. Y tal vez se lo vea por mucho tiempo, porque según el último chequeo médico está totalmente sano y tiene vida para rato.

Por Sergio López para El Periódico de Puerto Rico

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