Fue a la guardia por una apendicitis y encontró al amor de su vida

Una mujer porteña acudió a un sanatorio en plena madrugada, y tras varios estudios, los médicos le diagnosticaron apendicitis. Pero la convivencia con el médico que la operó añadió otro diagnóstico más que ninguno de los dos esperaba: el amor.

Valeria ingresó a la guardia de un sanatorio porteño en plena madrugada, con dolor abdominal, fiebre y escalofríos. Los estudios iniciales no arrojaron resultados concluyentes. Se barajaron diagnósticos como gastritis o un quiste ovárico. Recién varias horas después, una tomografía permitió detectar lo que los exámenes previos no mostraban: una apendicitis. Amor.

Fue derivada de inmediato a quirófano. Nunca antes la habían operado ni anestesiado. La intervención fue laparoscópica y al despertar le informaron que todo había salido bien. Poco después entró a su habitación el médico que la había operado. “Buen día, soy Pablo, el que te operó”, dijo, sonriente.

Valeria, aún bajo los efectos de la anestesia, no pudo evitar pensar en su aspecto desaliñado tras una noche de vómitos y dolor. “Me sentía La fea durmiente a la que había despertado el príncipe”, relató. Lo que siguió escapó del protocolo habitual: Pablo volvió a verla varias veces durante su internación, más de lo que ella consideró normal. Salió del sanatorio con su número agendado.

La primera consulta posoperatoria ocurrió ocho días después. Valeria se preparó con esmero para asistir. La cita se extendió durante una hora, en la que hablaron mucho más allá de la herida quirúrgica. En la segunda consulta, Pablo le propuso verse fuera del entorno hospitalario.

El encuentro tuvo lugar en Palermo. Desde ese momento comenzaron a salir. A pesar de la diferencia de edad y de provenir de mundos distintos, la relación se consolidó con rapidez. “Enseguida sentí que era el hombre de mi vida”, aseguró Valeria. A los pocos meses, y antes de su viaje previsto al Reino Unido, Pablo la acompañó al aeropuerto. Se despidieron sin certezas, pero con un vínculo en desarrollo.

Tres meses después, él la sorprendió con una visita a Londres. Se quedaron juntos diez días y decidieron que, al regresar ella a Buenos Aires, vivirían juntos. Lo hicieron. Se casaron. Tuvieron dos hijos: Helena y Jacinto.

Valeria sostiene que su historia no hubiese ocurrido sin aquel episodio de salud. “Sin mi apéndice no existiría Pablo, sin Pablo no estarían ni Helena ni Jacinto”, afirmó. Dice que nunca se cruzaron antes de esa cirugía. No compartían barrio, escuela, universidad ni círculos sociales. Solo coincidieron en esa guardia médica.

Años después, Valeria y Pablo siguen juntos. “Somos totalmente felices y apostamos por seguir así todo lo que nos reste de nuestros días.”

(Con información de Infobae)

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas