Maximiliano Barrientos, un cineasta de 32 años y piloto de drones oriundo de Posadas, Misiones, es uno de los argentinos que participan en la guerra en Ucrania contra Rusia. Maneja allí drones de guerra y llevó consigo técnicas y motivación, incluido el mate argentino. Su historia, que incluye un pasado vendiendo chipa en París, ahora se entrelaza con una nueva faceta como soldado voluntario en tierras ucranianas.
Maximiliano Barrientos tiene 32 años de edad, es oriundo de Posadas, Misiones, y es, según él mimo afirma en posteos en redes y en entrevistas, uno de los argentinos que pelean en la guerra de Ucrania contra los rusos.
Según su relato, llegó hace menos de dos meses ofreciendo sus servicios como piloto de drones y se encontró con una realidad que no imaginaba: falta de tecnología, armamentos, equipamiento y presupuesto.
Muchos usuarios que visualizan sus videos y dejan comentarios cuestionan la veracidad de éstos, ya que Maxi casi no muestra el entorno y rara vez aparecen otras personas. Frente a esto, él responde que evita dar precisiones por cuestiones de seguridad y para no ser víctima de espionaje.
Lo mismo señala en relación a preservar la identidad de sus compañeros. Maxi contó que su base militar se encuentra en la región de Donetsk, que está ubicada al este, sobre el río Kalmius. “Vine porque tengo amigos ucranianos que estaban peleando en las trincheras. Como yo tuve formación militar como voluntario en el Regimiento de Caballería de Tanques de Puerto Deseado, Santa Cruz, tomé coraje y decidí usar todos esos conocimientos para ayudar a mis camaradas”, resaltó con orgullo el misionero, quien no dudó en poner a disposición del ejército ucraniano su destreza como piloto de drones FPV.
“Yo soy piloto de FPV, pero de pasión, nada más, solamente competición. Nunca pensé en ir a la guerra. Entonces me armé un plano, me armé un libro de estrategia, y dije voy a ir a Ucrania con la intención de armar un escuadrón de latinoamericanos pilotos de drones, sin saber qué era lo que me deparaba. Llegué a Polonia, crucé la frontera y me tomó 20 minutos convencer a un comandante de lo que de lo que yo podía hacer”, relató.
Maxi contó que el militar ucraniano le entregó armamento, lo subió a un vehículo blindado y lo llevó hasta el que sería su escuadrón. “Firmé contrato y me pagan 3 mil euros por mes”, detalló.
Del cine al frente de batalla
La etapa que hoy está viviendo Maxi, quien también es cineasta, coincidió con un momento muy particular de su vida, que él considera como una señal. “Estaba escribiendo el guion para hacer una película sobre Malvinas y para eso entrevisté a un historiador que me hizo un repaso de todas las leyendas e historias que contaron los pilotos de aviones, y ahí me envalentoné”, afirmó.
“Me contó que como en Malvinas había radares que los detectaban, los hacían volar bajo; bien al ras del mar. Entonces, yo le pasé ese dato a mi comandante y lo pusimos en práctica. Empezamos a volar los drones al ras del agua para impactar a buques. Lo probamos y funcionó. De hecho, las bombas que usamos son todas de rebote, las mismas que usaban en Malvinas, solo que más pequeñas”, especificó.
Y puso como ejemplo que “al soltar esas bombas, rebotan y pegan en el blanco”. Maxi sostiene que en su escuadrón usan las mismas técnicas que utilizaban los pilotos bombarderos en Malvinas, que es hacer un ‘zoom y boom’. Esto se traduce en “bajar en picada, calcular la trayectoria, lanzar la bomba y huir”.
El mate como símbolo
Con respecto al uniforme que lleva, el misionero remarcó que se lo compró él y que le mandó a coser una bandera argentina en el pecho. La boina que luce cuando no usa casco también es de su propiedad y tiene bordada la “V” de Valkiria, en homenaje a su escuadrón. Entre sus pocas pertenencias, figura el mate; el cual se convirtió en un símbolo de hermandad entre argentinos y ucranianos.
“El tema del mate Malvinas también lo había estudiado para mi documental. Era la moral de los pilotos y acá en Ucrania es lo mismo. Cuando empecé a tomar mate, todos pensaron que era un narcótico porque yo comía y dormía poco y siempre estaba energético y despabilado”, señaló Maxi sobre todo el folclore que se creó alrededor de esa infusión completamente desconocida para los ucranianos. “Cuando les hice probar el mate quedaron fascinados. Ahora, un kilo de yerba no me dura ni cuatro días”, ironizó.
Las jornadas de trabajo son arduas y extensas: van de 8 a 12 horas. Y cuando llega la hora del descanso Maxi asegura que logró imponer a la cumbia y el chamamé entre los soldados al igual que el mate. Incluso, en noches de tertulia, contó que él los motiva con la historia del general José de San Martín. “La otra noche, los argentinos organizamos una payada y les contamos a los ucranianos que fue el hombre que atravesó a caballo todo un continente para poder liberar a América y quedaron impactados”, ejemplificó.
A diferencia de él, que detalla su día a día en su Tik Tok @retrocritica, hay otros argentinos que prefieren no exponerse ante la prensa por temor a su integridad física. “Yo no tengo familia y tampoco tengo miedo que tomen represalias en mi contra. Yo soy argentino pero no estoy representando a Argentina en esta guerra. Solamente llevo la bandera celeste y blanca en el pecho porque si caigo en combate, prefiero hacerlo con estos colores. Estoy acá porque hay que detener a Putin y tengo los huevos para hacerlo”, aseveró.
Vendió chipa en París
Maximiliano Barrientos ya había sido noticia en 2020, cuando en el marco de su profesión de cineasta, estaba en París para hacer una producción a nivel internacional y filmar su primer cortometraje. En esa ocasión el Covid frustró sus planes y tuvo que aprender a sobrevivir al quedar varado por la pandemia.
En tales circunstancias, cobró notoriedad en los medios argentinos cuando se puso a vender chipa a los pies de la Torre Eiffel, y su emprendimiento gastronómico causó furor entre los parisinos.
Hoy, Maxi vuelve a ser noticia, pero no por sus películas ni su arte culinario sino por su presencia en Ucrania como combatiente voluntario.
Fuente: Infobae