Columna | El protagonismo de los laicos: carta de monseñor Juan Rubén Martínez

En este domingo con mucha alegría participamos de la peregrinación a la casa de nuestra madre la Virgen de Fátima. A ella acudimos para pedirle por nuestras necesidades e intenciones. También el próximo fin de semana caminaremos al centro de espiritualidad de Santa Rita para manifestar nuestra fe.

Estas peregrinaciones son expresión de la riqueza de la piedad popular y nos dan testimonio de una Iglesia que está viva y que camina en la esperanza aun en medio de las dificultades cotidianas, sabiendo que Dios siempre nos acompaña.

En esta carta quisiera que reflexionemos sobre la vocación de los laicos y su rol indispensable en la realización de la tan necesaria dimensión misionera y especialmente la evangelización de la cultura.

La vocación del laico se especifica fundamentalmente en la transformación de las realidades del mundo. Son los cristianos que viven en nuestras ciudades o en el campo, llamados a construir una familia, a comprometerse en sus trabajos, como docentes, políticos, como comunicadores sociales o bien en el trabajo silencioso y fecundo de la chacra. Hace décadas que venimos señalando en la Iglesia la importancia de que nuestros laicos comprendan su propia vocación y misión, pero también debemos reconocer que probablemente en la práctica eclesial nos cuesta a los pastores acompañar al laicado a santificarse en su realidad cotidiana.

A veces los entendemos solamente como ligados a actividades intraeclesiales, y muchísimos laicos no asumen una dimensión misionera en sus ambientes, trabajo y familia. En el acontecimiento y documento de Aparecida se trató este tema que considero importante que lo incorporemos a nuestra reflexión y examen de conciencia sobre el compromiso con esta vocación y misión. Aparecida señala sobre los fieles laicos: «Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio.

El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, de la realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los “mass media”, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento. Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta» (210). El documento sigue señalando también la importancia del laicado en la acción pastoral de la Iglesia en sus distintas expresiones, así como en diversas formas de ministerialidad laical.

En nuestra diócesis contamos, como gracia de Dios, con distintas sedes de la escuela de ministerios laicales que son realmente significativas en el servicio que prestan a nuestras comunidades. En esta reflexión quiero subrayar la importancia que adquiere en nuestro tiempo el fortalecimiento de varias asociaciones laicales, movimientos apostólicos, y nuevas comunidades eclesiales que como señala Aparecida deben ser apoyadas y acompañadas por los pastores: «En las últimas décadas, varias asociaciones y movimientos apostólicos laicales han desarrollado un fuerte protagonismo. Por ello, un adecuado discernimiento, animación, coordinación y conducción pastoral, sobre todo de parte de los sucesores de los Apóstoles, contribuirá a ordenar este don para la edificación de la única Iglesia». (214).

El Papa Francisco en una carta a la Pontificia Comisión para América Latina señalaba cómo los pastores tenemos que acompañar a los laicos comprometidos en la vida pública: «Significa buscar la manera de poder alentar, acompañar y estimular todos los intentos, esfuerzos que ya hoy se hacen por mantener viva la esperanza y la fe […] Significa como pastores comprometernos en medio de nuestro pueblo y, con nuestro pueblo sostener la fe y su esperanza. Necesitamos reconocer la ciudad –y por lo tanto todos los espacios donde se desarrolla la vida de nuestra gente– desde una mirada contemplativa, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas… Él vive entre los ciudadanos promoviendo la caridad, la fraternidad, el deseo del bien, de verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, develada.

Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un corazón sincero». Jesucristo, en el Evangelio que leemos este domingo [Jn 14, 15-21], termina diciéndonos con claridad esta exigencia de poner en práctica lo que creemos: «El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama, y el que me ama será amado por mi Padre». En la comprensión y puesta en práctica de la vocación y misión de los laicos en nuestro tiempo, recae uno de los grandes desafíos de este tiempo. Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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