“¿Tú crees en el Hijo del hombre?”

“Creo Señor”. La narración nos lleva a reflexionar sobre nuestra fe en el Hijo del Hombre. El acto de fe, que hace el ciego curado, es un acto de fe en el Hijo del Hombre (Juan 9, 1—4).

Este Evangelio relata un duro proceso que tiene como final la fe en el hombre. Es un camino complicado y duro. Desde el mismo momento que el ciego comienza a ver, empiezan todas las dificultades: la soledad, el abandono y la exclusión. Es un camino para descubrir lo que en nosotros hay de inhumano y, cambiando el corazón, aprender a confiar en el ser humano. En esto consiste la ceguera, en no tomarse en serio la fe en el ser humano. En él se encarnó Dios y en él nos encontramos con El. La confianza en Dios pasa por la confianza en el ser humano.

En el camino, Jesús se encuentra con un ciego, y sus discípulos le preguntan por algo que es una creencia arraigada: si la enfermedad es fruto del pecado, “¿quién pecó, para que éste sea ciego, él o sus padres?” Y Jesús, que es Vida, y cuya misión es comunicarla con un signo de vida (poniéndole el barro sobre los ojos y con el agua de la piscina), transmite la luz a ese hombre que con este gesto (unción) bautismal recibe el Espíritu y con él la vista. Ha sido transformado, descubre que es un hombre libre, aunque hasta ahora no lo había experimentado. Estaba limitado, pero a partir de su encuentro con Jesús ha cambiado su experiencia personal y la percepción que a partir de ahora tendrá la gente de él (“Nació ciego para que resplandezca en él el poder de Dios…Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”).

Ese cambio desconcierta a todos: a los vecinos, que dudan que sea el mismo ciego que veían a diario en la calle pidiendo; a sus padres, que por miedo a ser represaliados se niegan a testimoniar que ese es su hijo ciego; y a las autoridades, que ven peligrar su credibilidad, comprometiendo con ello su poder sobre el control de la pureza de la religión. De ahí su empeño en no aprobar que alguien como Jesús, pueda realizar algo semejante. Ellos que tienen el poder y el privilegio sobre la ley para saber lo que viene de Dios y lo que es fruto del mal, no entienden que pueda provenir de lo alto algo que no es acorde a la Ley, aunque de ello se derive la curación de un hombre ciego. Y menos, viniendo de alguien que no guarda el sábado.

Con la acción sobre el ciego, Jesús manifiesta el núcleo central de la liberación sobre el hombre, devolviéndole la conciencia de su valor y, con ello, del valor de todo ser humano: su dignidad y su libertad. Esta es la forma de manifestar el amor de Dios al hombre en el encuentro con Jesús. Es un encuentro con Dios en el ser humano, que hace presente a Dios en su experiencia activa de amor. A esta presencia dinámica, Juan la llama Espíritu, y quien la acepta en sí nace de Dios, tiene una vida nueva.

El ciego ha cambiado tras la curación, no sabe quién es Jesús, pero ante la acusación de los fariseos de que esa persona ha de ser un pecador, responde con la convicción clara de lo que le ha ocurrido a él: “yo solo sé que era ciego y ahora veo… que ustedes no sepan de dónde es, y él me ha abierto los ojos…si éste no viene de Dios, no tendría ningún poder”.

El hombre débil y víctima de avasallamiento, por el Espíritu que recibe de Jesús, se convierte en el hombre libre, liberado de la autoridad de los fariseos, e incompatible con su sistema. El ciego ha comenzado a ver. No sabe quién es Jesús, pero cuando Jesús mismo sale a su encuentro, se abre y se postra ante él y lo reconoce cuando, se siente iluminado por su presencia y su luz.

Seguir a Jesús, es asegurar nuestra vida; en la vida en abundancia que nos da en la victoria de la Resurrección. Sigamos este camino cuaresmal, con firmeza en sus Palabras que nos da fuerza diariamente.

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