La impactante recuperación de los Esteros del Iberá a cinco meses de los incendios

Así se regeneró el humedal más imponente de Argentina, a cinco meses de los incendios. El rol de guardaparques y especialistas en preservar a los animales, fueron claves en esta recuperación.

Mane Massat se abre camino despacio entre los árboles. En donde pisa, las ramas renegridas crujen pese a la humedad que carga el aire. “Este monte ardió tanto que se quemó hasta el banco de semillas del suelo”, cuenta. Mira hacia arriba y ve que en una de las ramas más altas se posaron Ñoqui y Sopa, una pareja de guacamayos rojos.

Massat es coordinadora de un proyecto de Fundación Rewilding en los Esteros del Iberá que busca reintroducir a estas aves que se extinguieron hace 150 años en Corrientes.

Durante los incendios del verano, el fuego devoró casi por completo el monte de Cambyretá, dentro del Parque Nacional Iberá. Se perdió el 49% del parque, un millón de hectáreas en todo Corrientes  y en plena temporada reproductiva de los guacamayos.

Mane y su equipo tenían cuatro pichones en cajas nido sobre los árboles y acampaban en el bosque para monitorearlos.

El fuego los rodeó una madrugada y decidieron evacuarlos. Los pichones de Ñoqui y Sopa tenían apenas 4 y 6 días y no sobrevivieron. Tenían demasiado daño pulmonar cuando llegaron a un refugio cerca de Corrientes capital. El trabajo de años se consumió en una noche.

Esteros del Iberá
Uno de los pichones evacuados durante el incendio en el Parque Nacional Iberá. No sobrevivió porque el humo le afectó los pulmones. Foto: Fundación Rewilding

Pero además, hubo muchos animales desplazados durante semanas de sus hábitat naturales. “Nos topamos con animales corriendo. Vimos carpinchos, víboras -algunas que recién terminaban de alimentarse y no alcanzaban a salir por el peso de la comida-, vimos que se destruyeron por completo proyectos como el del guacamayo a los que se les quemaron los nidos. Era triste entrar al parque y ver todo quemado”, relataron Horacio Verón y Daniel Sosa, brigadistas que trabajaron incansablemente durante semanas para combatir los focos de incendio.

Muchos vertebrados e invertebrados de poblaciones de fauna silvestre, incluyendo especies amenazadas, no pudieron escapar de las llamas que se apoderaron primero de los pastizales y malezas y, luego, de los bosques, hasta alcanzar incluso los esteros, los bañados y los valles aluviales.

Fuego y desesperación

“Fue desesperante ver cómo los montes donde viven los guacamayos se quemaban. Los brigadistas tiraban agua al pastizal y no pasaba nada. Realmente no había que pudiéramos hacer. Solo esperar la lluvia”, recuerda Mane con angustia.

“Pero mirá todo alrededor ahora, todo verde fosforescente ¿viste?”, dice.

Esteros del Iberá
Así quedó el área de Cabyretá después de los incendios. Foto: Fundación Rewilding

Es cierto: desde el aire, fuera de ese cúmulo de ramas quemadas y árboles caídos, la vegetación que rodea al monte está completamente recuperada y el pantano lleno de agua.

Esteros del Iberá
Un panorama muy distinto al del verano.

Del crepitar de las llamas al sonido de la vida

En los esteros, los yacarés nadan entre los repollitos de agua y los carpinchos se instalan a tomar sol sobre las costas. El chillar incesante de insectos y reptiles desplazó al ruido sordo y brutal que el fuego hace cuando quema.

Esteros del Iberá
Carpincho sumergido en los Esteros del Iberá

A cuatro meses del fuego que devoró el 49% del Parque Nacional Iberá, el humedal más grande de la Argentina se regeneró casi por completo. Y las lagunas y pozos de agua, antes secos, ahora parecen un enorme espejo plateado que brilla cuando les pega el sol.

¿La razón más inmediata? Gracias a la lluvia, el estero volvió a cargarse de agua y la vegetación brotó de nuevo. De a poco los animales -aquellos que pudieron escapar- volvieron al hábitat del que habían sido expulsados por la sequía y el fuego.

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El motivo más profundo para esta revancha natural es que, gracias a la preservación del ecosistema del parque Nacional Iberá, el espacio se autorregula y se sobrepone del estrés ambiental. Es en mecanismo resiliente, si tiene todas las piezas.

Sin embargo, para que ello ocurra, aún hace falta del trabajo de guardaparques y miembros de organizaciones ambientales empeñados en guardar de la flora y de la fauna.

Esteros del Iberá

“Esto, que ahora es todo estero y hay agua, era todo ceniza, esto se quemó todo. Incluso podés ver restos de los cortafuegos que armamos”, cuenta Sebastián Raviculé, jefe de guardaparques y una de las personas que se enfrentó a las llamas en el verano. Mientras habla, señala a ambos lados del camino que conduce al Portal San Nicolás, dentro del parque. La imagen de lo que vivió durante los incendios está nítida en su cabeza.

“Desde arriba del helicóptero vos veías una línea de fuego naranja que avanzaba, pero cuando bajabas a combatirlo eran llamas de dos metros de alto y con un frente de cinco kilómetros”.

El coraje de los bomberos y voluntarios

Por aquellos días, las dotaciones de bomberos y brigadistas que trataban de aguantar el fuego hasta que llegue la lluvia salían de sus casas con mochilas cargadas con alimentos para varios días. No sabían cuándo podrían volver o por dónde se extendería esa línea indomable que destruía todo a su paso.

Esteros del Iberá
Una línea de fuego naranja que avanzaba quemando por el estero.

“Pasamos por un período de seca de dos años y ya para el verano apenas quedaba un hilito de agua en la Laguna Paraná. Podía pasar una camioneta por el medio hasta la isla”, recuerda Matías Greco, veterinario y responsable del proyecto de reintroducción de nutrias gigante que la fundación Rewilding tiene en la isla de San Alonso.

San Alonso queda en medio del parque nacional y allí se crían animales extintos en el Iberá: nutrias gigantes y yaguaretés. Son dos depredadores clave para que el ecosistema vuelva a funcionar correctamente y se regule.

Cuando el fuego arrinconó San Alonso, más de 60 bomberos trabajaron desde allí para proteger a los animales y evitar que todo el proyecto desaparezca.

Esteros del Iberá
Ante la llegada inminente del incendio a San Alonso, debieron sedar a los yaguaretés para evacuarlos. Foto: Matías Rebak/Rewilding

“Cuando el fuego saltó la lomada y se acercaba al casco ahí fue el momento de mayor desesperación”, relata. En ese punto, todos los trabajadores debieron capturar a los animales, dormirlos y ponerlos en jaulas y corrales, listos para evacuar.

La lluvia permitió volver a respirar

“Sentía que todo el trabajo que hice durante años se iba por la borda, parecía como que se terminaba todo, mi trabajo, mi sueño de liberar a estos animales”, dice el veterinario Greco.

Pero esa noche, cuando todos esperaban con terror las llamas, llovió en el Iberá.

Esteros del Iberá
El corral de nutrias gigantes en San Alonso.

De a poco, la lluvia apagó el fuego y rápidamente todo empezó a brotar.

“Estos incendios fueron sinergizados por el cambio climático y por estos eventos de sequía extrema”, explica Mariana Raño, doctora en Ciencias Biológicas y técnica de la Dirección Regional de Parques Nacionales.

Esteros del Iberá
Dos yacarés en los esteros. Durante los incendios, muchos sufrieron el fuego

“Toda la sociedad, toda la comunidad tiene que estar consciente de que estos desastres son consecuencias de actividades humanas y de alguna manera ese mensaje debería llegar a todos”, agrega la investigadora, que forma parte del Proyecto Transectas, una iniciativa que aún hoy sigue estudiando la magnitud del daño del fuego.

“Así, podemos incorporar nuevos comportamientos y evitar que esto sea cada vez más catastrófico. Tenemos que aprender”, subraya.

Hoy, cinco meses después de los incendios, quedan pocos lugares en el Iberá en donde se adivine el paso del fuego. Las cicatrices más grandes quedaron en las personas.

Según el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), entre enero y febrero en Corrientes se quemaron 1.042.514 hectáreas, lo que representa el 11,7% de la provincia. Sin embargo, la peor parte se la llevó el Parque Nacional Iberá: el fuego arrasó con el 48,9% de su superficie (93.976 hectáreas).

“Si bien el impacto fue muy grande, hay fuertes indicadores de recuperación”, aseguró Manuel Jaramillo director de la Fundación Vida Silvestre. Las imágenes satelitales y la constatación en el lugar lo confirman, pero lo que más preocupa son los bosques, tanto cultivados como nativos, a los que les demandará más tiempo hacerlo regenerarse.

Todas las esperanzas están puestas en la primavera, cuando la vegetación podrá mostrar todo su esplendor.

(Fuente: TN)

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