Reflexión del Pastor David Decena: «Lo que Dios estima»

El Pastor David Decena explica que la escena de Jesús en Lucas 16:13-15, aborda un tema crucial que nos ayuda a entender que Dios no estima lo mismo que estimamos los seres humanos. "Nuestra tabla de valores está muy devaluada, y nos cuesta ver lo que es correcto para nuestro corazón".

«Ningún sirviente puede servir a dos patrones. Menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a la vez a Dios y a las riquezas». Oían todo esto los fariseos, a quienes les encantaba el dinero, y se burlaban de Jesús. Él les dijo: «Ustedes se hacen los buenos ante la gente, pero Dios conoce sus corazones. Dense cuenta de que aquello que la gente tiene en gran estima es detestable delante de Dios» (Lucas 16:13-15 NVI).

Cuando llegamos a Jesús no solemos desprendernos de todos los vicios de este mundo. A veces escondemos áreas de nuestra vida que no queremos dar a Jesús, y esto se convierte en un límite. Lo más difícil para el cristiano es entender hasta dónde la cultura de este mundo tiene atrapada su vida, porque podemos conocer a Jesús, y aun así arrastrar elementos de nuestra vieja manera de vivir. Esto es aún más complejo cuando abordamos las intenciones del corazón. Porque, ¿quién puede conocerlas sino nosotros mismos y Dios? Esta escena de Jesús aborda un tema crucial que nos ayuda a entender que Dios no estima lo mismo que estimamos los seres humanos. Nuestra tabla de valores está muy devaluada, y nos cuesta ver lo que es correcto para nuestro corazón.

El Pastor David Decena detalla a continuación tres asuntos muy cotidianos que necesitan que tengamos la perspectiva divina:

1. Avaricia por el dinero:

El contexto en el que Jesús habló sobre lo que resulta detestable para Dios fue una llamada de atención del Señor sobre el amor al dinero. No solo los fariseos de ese tiempo tenían este drama. Jesús advirtió de esta cuestión de manera general, porque sabe que nuestro corazón es fácil de inclinar hacia lo que el enemigo usa para pervertirnos.

El dinero tiene la capacidad de suplir nuestras necesidades materiales, y para Dios no es un problema en sí mismo.

Es más, Él sabe que tenemos necesidades, y que para suplirlas, necesitamos recursos. Ahora bien, el problema más grande con el dinero viene porque puede ocupar el lugar incorrecto. El Señor llegó a decir que éste puede tomar el lugar de Dios en nuestro corazón (Mateo 6:24).

Debemos ser sinceros: el mundo anda enloquecido detrás del dinero. Y si los hijos de Dios no tomamos en cuenta aquello que nuestro Padre detesta, estaremos teniendo en alta estima lo mismo que el mundo estima.

Pero, ¿Cómo debería ser nuestra actitud ante el dinero y los bienes materiales? El apóstol Pablo dijo algo a los romanos que puede darnos luz: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?” (Romanos 8:32 NVI).

En base a lo anterior entendemos que una conducta correcta ante el dinero es tener confianza plena en la provisión de Dios. El cristiano es quien confía en un Padre bueno, que es proveedor.

Porque cuando Él nos dio a Jesús, nos dio junto con Cristo todo aquello que necesitamos. Por eso, aceptar al Señor como nuestro Rey y Salvador es poner nuestra vida en sus manos.

Cuando vivimos preocupados por la ropa, la comida, y todo lo vinculado a nuestras necesidades materiales, le estamos diciendo a Dios que no confiamos en Él lo suficiente como para ver su mano proveedora moviéndose a nuestro favor.

Por eso, y en segundo lugar, el contentamiento es una actitud clave hacia los bienes materiales. Esto significa alegrarnos en cada etapa en la que Dios nos permite vivir: «Manténganse libres del amor al dinero, y conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: «Nunca te dejaré; jamás te abandonaré»» (Hebreos 13:5 NVI).

 

2. Ambición por el poder:

“Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor…” (Mateo 20:26 NVI).

Otro de los grandes asuntos que el ser humano tiene en alta estima es el ser poderoso. Es muy normal encontrar que no solo en el mundo esto sucede, sino desgraciadamente dentro de nuestras comunidades de fe.

Cuando un cristiano tiene el foco puesto en un lugar por el poder que allí tendrá sobre otras personas, pierde de foco un aspecto esencial de la vida cristiana: Jesús no vino a ser servido, sino a servir. Y nosotros, como sus discípulos e imitadores, estamos llamados al mismo camino (Mateo 20:28).

El poder y la autoridad, en Cristo, llegan a causa de nuestra vida de servicio a los demás. Esto es difícil de comprender cuando nuestra mente está empapada de la cultura de este mundo, pero en el Reino para ser primeros, necesitamos ser últimos.

Esto nos lleva al problema de las motivaciones de nuestro corazón. ¿Qué nos motiva a liderar, a ser jefes, a estar en una posición de autoridad? Si nuestras motivaciones son incorrectas, los resultados del empleo de nuestra autoridad, serán terribles.

 

3. Afán por reconocimiento:

“Como parte de su enseñanza Jesús decía: —Tengan cuidado de los maestros de la ley. Les gusta pasearse con ropas ostentosas y que los saluden en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes” (Marcos 12:38-39 NVI).

Jesús apuntó a los religiosos de su época por buscar reconocimiento constantemente. Eran amantes de las apariencias, pero en lo profundo no tenían nada sólido para ofrecer. Pero este problema más allá de los religiosos, afecta a gran parte de la humanidad.

El ser humano va por la vida en busca de aprobación y reconocimiento. Este asunto es uno de los más profundos del corazón, y tiene su origen en las roturas familiares y los desastres sociales. Desde el inicio de nuestra vida el rechazo nos marca y condiciona, en menor o mayor medida, impidiéndonos relacionarnos sanamente con los demás. En esto, querer ser reconocidos viene a ser casi como una adicción que suple la necesidad de afecto que tenemos.

El cristiano, en cambio, está llamado a honrar a los demás, pero no buscar honor para sí. Lo que nos vuelve honorables es poder ser una plataforma para la promoción de otros, sin esperar nada a cambio.

Cuando nuestro corazón está puesto en servir y promocionar a los demás, es imposible no ser reconocidos. Porque el mundo también se impacta ante un corazón que deja de lado el egoísmo de sus propios intereses, para bendecir a quienes lo rodean.

El reconocimiento del cielo y el amor del Padre debería ser nuestra más alta aspiración. Porque Dios estima a quienes prefieren ser aplaudidos por Él, antes que por la humanidad.

En conclusión, Dios estima un corazón libre de avaricia por el dinero, de toda ambición por el poder, y de todo afán por el reconocimiento. Que nuestro corazón pueda ser encontrado estimando lo que Dios estima y detestando lo que Él detesta.

Que Dios te bendiga, que te guarde de todo mal y tengas una semana de completa victoria!

Pastor David Decena

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