Se llevó a cabo el 24º Festival de San Juan de la Murga de la Estación en Posadas

El pasado jueves 23 de junio se celebró una vez más del Festival de San Juan, organizado por la organización posadeña de teatro comunitario Murga de la Estación. El Festival, ya en su vigésima cuarta edición, regresó a los escenarios físicos y presenciales por primera vez desde 2019.

De ese tema, y muchos otros, se trató el show que se llevó adelante a partir de las 20—una fantasía circense multicolor, con mística hogareña y expansión hollywoodense.

Antes de ingresar, uno se podía encontrar con una extensiva cola conformada por personas de todas las edades. Las entradas a las cuatro funciones que se organizaron (una cada hora desde las 20 hasta las 23) ya se habían agotado un día antes, y los vecinos—que son los principales contribuyentes de las obras de la Murga—estaban impacientes por volver a presenciar el espectáculo.

 

 

En la espera, uno podía recorrer los puestos instalados por los feriantes sobre temáticas diversas, comprar un choripán, o incluso escuchar música en vivo.

Para cuando las puertas se abrieron y la función comenzó, la gente ya se estaba riendo de la primera escena: un sketch sobre el último censo, organizado hace unas semanas. Después, la primera aparición de San Juan, observando a todo el escenario desde arriba y dándole a todos los asistentes la bienvenida a una edición más de su festival, con peluca roja y túnica blanca incluida.

Lo que le sucedió a todo eso tuvo las mismas aristas que un sueño, el reflejo de una mente inquieta. Un momento efímero que, de alguna manera, te recordaba su efimeridad, su diversión, y su poderosa singularidad en cada ocasión que podía. El último Festival de San Juan se podría comparar con uno de los juegos de un fortuito grupo de niños con una curiosidad inacabable.

 

Al igual que su público, el espectáculo contó con artistas de todas las edades, que llevaron adelante escenas sobre todos los temas imaginables. En una, el gobernador Oscar Herrera Ahuad mostraba su interés por ser voluntario en el mundial de Qatar, del mismo modo que lo fue en el pasado censo. En otro, una niña que estaba por ir a la escuela prendía la televisión y comenzaba a oír noticia trágica tras noticia trágica, gritando al final que no quería ir a la escuela porque “el mundo es muy violento”.

En uno de los últimos sketches, una personificación del FMI entraba en escena, queriendo cobrar, y un grupo de mujeres se agrupaba y exigía para que no las matasen más. La X del lenguaje inclusivo hacía, también, acto de presencia, porque en La Murga “todos son diverses”. A medida que avanzaba el espectáculo, un hecho se hacía cada vez más claro: detrás de los colores, las luces, y la música original tocada en vivo—o, más bien, mediante ellas—los problemas del afuera entraban al precinto de una forma armoniosa y creativa, como sucede en toda pieza artística de alto calibre.

El Festival de San Juan recordó a su público de que todo está conectado, y que es idealista pensar que el afuera no influye nada en el arte de adentro, o que el arte de adentro tiene el deber de servir como una simple distracción de lo que pasa afuera. El Festival hizo entender de que tanto el afuera como el adentro son parte de una misma cosa, que el arte no debe sino ampliar y transmitir.

Incluyendo también consignas apoyando al cupo laboral trans y a la completa sanción de la prórroga por cincuenta años a las asignaciones destinadas al sector cultural, el show del pasado 23 de junio se sintió como el mejor y más elocuente de los discursos artísticos, una oda a la expresión juguetona pero realista, certera.

Los maquillajes faciales de cada personaje; las vestimentas coloridas, que hacían que todo pareciese una película de los ’50, a puro tecnicolor; las variaciones leves pero significativas que distinguían a cada sketch, a cada nuevo elemento—todo formaba un todo tan completo y bien construido que, para el momento en el que los organizadores dieron las gracias, al final de la obra, y los gorros pasaron por la audiencia, buscando donaciones con las que poder organizar más espectáculos, uno sentía que se estaba por ir de su propio hogar, del lugar seguro del Festival.

Y no es difícil entender por qué tal ambiente había reinado durante los cuarenta minutos que duró la función, pues todo eso fue el resultado de los continuos esfuerzos de una comunidad unida.

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