El mayor santo criollo de Posadas y Encarnación pensó en el suicidio, según escribió al superior zonal de los jesuitas

Jesuita, fundador de reducciones, predicador, hace 400 años padeció la tristeza profunda y la tentación de quitarse la vida. Hoy, es nuestro mártir y santo emblemático. Y recordado en los nombres del puente Posadas y Encarnación, de avenidas o de un templo del centro posadeño, con su monumento en el cruce de Avenida Mitre y la Costanera.

Sí, es San Roque González de Santa Cruz, el fundador de reducciones guaranítico-jesuitas, el valiente evangelizador asesinado en Caaró, Brasil. Fundador de pueblos como Encarnación y Concepción de la Sierra, confesó su honda depresión y tentación de hasta “perder la vida y de hacer algún disparate”.

San Roque relató tal angustia al provincial Diego de Torres, en una carta fechada en San Ignacio Guazú, el 26 de noviembre de 1614. Venció su momento oscuro, continuó su obra hasta morir martirizado en 1628.

Al borde del abismo, entre la vida y la muerte, pidió ayuda como tantos otros seres humanos al borde del abismo. Ya no quería vivir. Lo acorralaban la depresión, la angustia y el dolor en el corazón. “Nada se rompe como un corazón”, según jóvenes de hoy como Miley Cyrus y Mark Norton.

Y siguió adelante, hasta que en 1615 levantó su rancho en el embrionario caserío guaraní al que bautizó Anunciación de Itapúa y que hoy es Posadas.

Esta fuerza espiritual del santo para superar su estado de ánimo fue comentada para esta nota por los jesuitas Rafael Velasco, provincial de la orden en Argentina y Uruguay; Alberto Luna, rector del Centro Interprovincial de Formación San Pedro Fabro en Santiago de Chile; y el párroco de San Pedro en Lima, Perú.

“Esa frase está en los escritos. Al menos en los que yo leí. Se decía que Roque González tenía un carácter melancólico, es decir tendiente a la depresión. Lo que muestra que fue un hombre de gran Fe y voluntad”, señaló el provincial argentino padre Rafael Velasco.

Para el jesuita Luna, paraguayo de Caazapá y formador de novicios en Chile, señaló a este periodista que el propio San Ignacio de Loyola atravesó una oscuridad similar. “Tuvo una crisis terrible (San Ignacio de Loyola); unas angustias terribles y que me remite a esto que vive Roque. Es interesante ver cómo estas personas fueron extraordinarias, pero eran seres de carne y hueso con sus tremendas luchas interiores”.

“Eso lo hace más humano, como que uno lo siente más cercano a uno mismo”, contó el jesuita Luna. “Ese episodio fundamental en su vida (de Loyola) fue muy duro”.

La carta no formó parte de la documentación usada en su proceso canónico. Pero el jesuita Rafael Carbonell de Masy, junto a otros dos sacerdotes de su orden, la publicó en Paraguay. Estos fueron José de Jesús Aguirre y Antonio Betancor coautores del libro.

El 26 de noviembre en carta al provincial Diego de Torres, desde San Ignacio Guazú, desvela su tristeza. Cuenta que siguió unas purgas que le aconsejo Torres. Pero admite que ha tocado fondo agobiado por sus “afligimientos de corazón tan continuos” que lo empujarían hacia el final.

“Aprietan tanto, que me veo y me deseo, y tan a pique de perder la vida, o dar en algún disparate. Sicut fuerit voluntas in coelo, sic fiat. La mía no es más que hacer la voluntad de Vuestra Reverencia; no tengo otros consuelo ni gusto, sino hacer el de Vuestra Reverencia, porque haciéndole, hago el de Dios, y así, digo, que vivo muriendo aquí, y temo perder el juicio, según tengo la cabeza, cansada y quebrada con la continua guerra continua guerra que siempre tengo con tantos escrúpulos y tanta soledad y melancolías”.

“Algún disparate”, según el contexto significaría huir de la vida que soporta en medio de la selva, evangelizando, luchando contra mil y una tentaciones. No hay que olvidar que Roque dejó una cómoda posición en Asunción, designado párroco de la ciudad, hijo de una familia de alcurnia criolla, hermano del teniente general Fernando González de Santa Cruz y emparentado con Hernandarias, un personaje de leyenda, porque una de sus hermanas se casó con el hijo de Fernando Arias de Saavedra. Este, a su vez, hermano del obispo Trejo y Sanabria, fundador de la Universidad de Córdoba.

El párroco del templo limeño, Enrique Rodríguez, señaló a su vez: “No me atrevería a sugerir un trastorno bipolar, pero tampoco me llamaría la atención; al fin y al cabo, en el catálogo de los santos y santas de la Iglesia Católica, según los entendidos, habría un buen número de personas caracterizadas por esa condición. Lo que sugiero, más bien, desde el campo de la experiencia espiritual, son los síntomas de una persona escrupulosa”.

Rodríguez agregó que las personas con escrúpulos “sufren mucho, pero a la vez tienen la claridad mental, formación humana y teológica, amén de una brillante inteligencia, elementos que se traslucen en la correspondencia del padre González, pueden en gran manera contrapesar (relativizar) lo que algunos llamarían literariamente “demonios interiores”.

“Como sea la voluntad en el Cielo, así se haga”, leyó el padre Luna del otro lado de la línea, con una tonada algo chilena sobre su acento paraguayo. “Lo que dice (en su carta) es que como sea su voluntad en el cielo, así se haga. En el fondo, lo que dice es que ´lo que Dios quiera que sea o bien, ´lo que Dios quiera, amén´”.

En cuanto al santo y su “cabeza, cansada y quebrada”, el jesuita Luna explicó que “sería lo que hoy llamamos un burnout, un cuadro agudo de estrés, soledad, exceso de trabajo, posible cansancio físico y agotamiento, y no tener con quien compartir su mundo interior”.

En su carta (publicada por el padre Pedro Lozano en su Historia de la Compañía de Jesús) San Roque González de Santa Cruz manifestó que no se dejaría vencer, pese a todo. “Con todo digo estar resuelto a estarme aquí, aunque muera mil muertes y pierda mil juicios, que no serán para mí pérdidas, sino ganancias”, le escribió al Provincial Diego de Torres, dispuesto a obedecer lo que le mandara.

 

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El jesuita Luna recordó que el propio santo intentó una purga, pensando en un mal corporal. “Por lo visto no era eso y era más bien por lo que cargaba, los problemas, porque era superior de todas las misiones, con mucha responsabilidad”, agregó.

Los jesuitas consultados mencionan también las difíciles condiciones de vida de los misioneros, entre las cuales figura la alimentación deficiente, con consecuencias hasta neurológicas. “Siente la tentación del suicidio, que es la misma que siente San Ignacio (de Loyola). A leer su autobiografía se encuentra mucha sintonía entre lo vive Ignacio y lo que vive Roque, incluso en sus expresiones”.

Por encima de toda duda, el trabajo evangelizador de san Roque tiene una enorme dimensión histórica. Entre otras fundó desde 1626 las reducciones de San Nicolás (Brasil), San Francisco Javier (Brasil), Yapeyú o Nuestra Señora de los Reyes (Argentina), Candelaria del Ibicuití, en 1627 (Brasil) trasladada después a Caazapaminí, 1628 (Brasil), y más tarde, Asunción del Iyuí, 1628 (Brasil) y todos los Santos del Caaró, 1628 (Brasil). Esto figura en el libro que reproduce las cartas de los tres mártires de Caaró.

Agrega Itapúa en 1615 (Argentina) –luego despoblada y refundada en Encarnación-  Yaguapoa 1626 (Paraguay), y la reconstrucción de San Ignacio Guazú, fundada en 1609, Santa Ana y Concepción.

En cuanto al relato de la tentación que también tuvo Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, el jesuita Luna señaló el estado de desánimo en el que cayó Ignacio. Tal relato figura en la autobiografía de Ignacio de Loyola, cuando peregrinaba a Jerusalén y pensó en arrojarse a “un agujero grande” y perder la vida. Luego, dejó de comer con la idea de acercarse a la muerte.

Refiere en ese texto, citado por el jesuita Alberto Luna, que el confesor de San Ignacio le ordenó suspender el ayuno. Y al final, el fundador de los jesuitas, se pudo librar de sus escrúpulos por la vida que había llevado y, por lo tanto, de la misma tentación que sufrió Roque González de Santa Cruz.

 

 

 

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