Benito Rojas, el último jangadero del Alto Paraná, falleció a sus 97 años. Esta es su historia y de cómo junto a sus colegas, trabajó en el monte luchando contra los “peligros” de aquella época.
“Traje los botines Sacachispas, claro que voy a jugar, pero de centroforward” respondió Benito Rojas cuando lo invitaron a entrar a la cancha en Puerto Bemberg, hoy Puerto Libertad, en el norte misionero.
“Chocalí” Enriquez, el líder del equipo jugaba en el mismo puesto del mediocampo, no lo recuperó más. Al contrario, se alegró, y luego del partido le dijo “el 5 sos vos”.
Y Benito, con ese corazón que latía de coraje y aventura, se quedó para siempre con la camiseta número 5 del Sporting Club. Nacido el 5 de enero de 1925, fue para todos el “último jangadero del Alto Paraná”. Y el miércoles de la semana pasada, 27 de abril, el motor de su cuerpo se apagó a sus 97 años.
Hincha de San Lorenzo, nacido en San Pedro del Paraná, Paraguay, fanático del asado regado con un buen tinto los domingos en familia, decía “la Argentina me dio todo”. Por eso, cuando saboreaba un güisqui tenía que ser hecho en la Argentina, como el Old Smugler etiqueta negra.
Del Paraguay a punto de entrar en otro baño de sangre al guerrear con Bolivia, Crisóstomo Rojas y Pabla Venialgo se embarcaron en el Paraná y bajaron hasta San Ignacio. En la escuela lindera con la Reducción Jesuítica, Benito terminó la primaria. El siguiente paso familiar fue el barrio de Villa Urquiza en Posadas. Benito no perdió el tiempo y completó su formación en la Escula Técnica de Artes y Oficios, actual ENET Nº1.
Quien no para de contar sus anécdotas es Hugo, el menor de sus cinco hijos. Transmite hasta la sensación de la piel erizada de Benito, fascinado ante el viejo “Puerto Bemberg”. Fue el primer pueblo del interior de Misiones con iluminación callejera, electricidad y agua corriente en las casas y hasta un barrio de chalecitos soñados, llamado “Los Empleados”.
Allí, en la década del 40, ya empleado en la firma SAFAC del Grupo Bemberg, llegó a vivir don Benito, casado con Antoliana Ramos Fernández. Ella era hija de un empleado de la empresa Istueta, donde también trabajó don Rojas. La pareja acunaba a su primera hija, Nelly, esposa de Miguel Ángel Garcete un periodista de fuste en el Alto Paraná y corresponsal de El Territorio.
Ya en Argentina, instalados en el chalé urbano, nacieron Vilma, Jorge, Hilda y Hugo, a cargo del área turística de Puerto Libertad. En el barrio “Los Empleados” fueron vecinos de otras familias pioneras, como la de Ana María Eberle –exdocente y directiva del Montoya-; de los padres de Luis Chodorge, franceses con aserradero en Esperanza.
También socializaron con el clan de Jorge Rodríguez, otro hombre de SAFAC, uno de cuyos hijos fue luego intendente. Y muy cerquita, el hogar de Gabino Santa Cruz y de Beba Kowalski de Santa Cruz, padres de “Rolo”, ya fallecido a quien recuerdan como “el Spinetta de Puerto Libertad, Arnaldo Santa Cruz, el primer odontólogo en hacer implantes dentales en Misiones, y de Oscar, jefe de Ceremonial de la Casa de Gobierno provincial.
Antes, las habilidades de dibujo técnico y otras áreas aprendidas en la Industrial, hoy ENET Nº 1, se hizo cargo de un aserradero en el Paraje Uruguaí. Allí SAFAC tenía su plantación que hoy pertenece a la chilena Arauco. Hugo contó que enseguida lo descubrieron los directivos del Grupo Bemberg. Su dueño, don Otto Bemberg, fue el creador de la cerveza Quilmes, aquerenciada en el paladar argentino.
El hombre formado en diseño, dibujo de planos, arreglo de motores de autos y camiones, entre otras artes, dio sus primeros pasos en la empresa yerbatera Martin de San Ignacio. Pasó luego al aserradero del Paraje Uruguaí y en los almacenes yerbateros de Colonia Istueta.
Avezado en tareas técnicas, don Rojas se ocupó de misiones en la administración de SAFAC y también en el armado de las jangadas. Estaban formadas por unos 400 a 500 troncos de árboles de valiosa madera, arrancados del monte misionero.
Dirigió algunos tramos de la salida de los troncos que rodaban barranca abajo en el antiguo Puerto Bemberg. A medida que caían al Paraná, los peones con largos remos los acomodaban como si fueran una “balsa” gigantesca. Hugo Rojas explicó que “se iban entrelazando y atando con alambres los de madera más pesadas y otros que flotaban como boyas”.
A fines de los años 60 partieron las últimas jangadas. Allí, en las fotos del recuerdo se ve a Benito en la tarea de amarrar los troncos. Cuando hacía falta, agregó Hugo, las jangadas eran empujadas por un motor delantero y otros dos en la parte trasera. Esto lo vivió porque su padre lo llevaba junto a su hermano Jorge a observar las maniobras del aserradero.
Entre las joyas de los recuerdos refulgen los colores del Sporting Club, un amarillo rabioso junto a una franja negra; los de Yaguareté, y de los Halcones Azules, con azules y rojos parecidos a una bandera. También los estallidos de las bromas como cuando a Enríquez, el ex 5 de Sporting, le decían “Chocalí cchimenea”, porque era muy alto y fumaba sin parar.
El mate fue una ceremonia que don Rojas reservaba para compartir con su esposa Antoliana y que también disfrutaba con sus hijas. En las charlas también recordaba la amargura de salir del Paraguay que reclutaba gente para la guerra. Y también el trabajo que le habían prometido en la Martin y Compañía de San Ignacio. “Nos decía que le pintaron un futuro de colores y al final le dieron un rancho sin luz ni agua, para después trabajar en el zapecado”, contó Hugo. Esta etapa de la industrialización se hacía en unos hornos redondos, donde trabajaba el “urú” a cargo de mover la yerba en un ambiente horroroso por el calor del aire caliente que entraba por unas cañerías de barro y la sensación de ahogo.
Los vecinos de Libertad recuerdan a Benito Rojas por su apego al trabajo y también su alegría serena, sin estridencias, de “bajo perfil” relató su hijo. Las tenidas de truco domingueras con los “polacos” de Wanda eran de antología, agregó. Sus hijos se divertían cuando niños, porque paseaban en un Jeep Willy, que los Bemberg trajeron como rezago de la II Guerra Mundial. Luego tuvo el Jeep “largo” fabricado por IKA. En esos tiempos Puerto Bemberg pasó a llamarse Evita y la autodenominada Revolución Libertadora, le estampó el Puerto Libertad definitivo.
Ahí, la cultura europea de los inmigrantes obligaba a regar con alcohol las partidas. “Al final de la tarde del domingo eso ya no era truco –contó Hugo- porque se reían a carcajadas, entre las bromas y los insultos que ni unos ni otros entendían porque se decían en polaco, en guaraní, en portugués y en la forma de hablar argentina”.
Lo cierto es que la despedida tiene un sabor agridulce. Benito se fue apagando. Una semana antes de su partido ya no quiso comer, pese a que los hijos lo obligaban. Luego lo llevaron a un centro de salud de Eldorado, donde entró en coma sin haber sufrido ninguna enfermedad, salvo el dolor de caderas que lo tenía a maltraer y lo obligaba al uso de bastón primero y de un andador después.
Era medido en todo, así que llegó a sus 97 años con buena salud. ¿Sus pasiones? “El asado con la familia, mirar fútbol, hinchar por su San Lorenzo al que consideraba un equipazo. Siempre delgado y no fumaba tampoco, saboreando un vino tinto con los asados y de vez en cuando el güisqui”, dijo Hugo.
Repitió el hijo que más recuerdos atesora que se fue apagando “con bajo perfil, sin estridencias”. Y el sepelio en Puerto Libertad se hizo como él había pedido. En su casa, rodeado su féretro por sus 5 hijos, que le dieron 12 nietos y 10 bisnietos. La abuela y “jefa de la casa en la familia Rojas” falleció hace tres .En el otro plano luego de la muerte, seguro que Benito se calza sus “Sacachispas” –como se le decía a los botines en su época- y pide entrar a la cancha de centroforward, mediocampista, como “Pipo” Rossi en River, Ubaldo Rattín en Boca, o como el mismo Benito Rojas, jugador de toda la cancha.
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