Las dos tumbas de Ruiz de Montoya, el apóstol y el guerrero que defendió el actual límite argentino en Misiones y Corrientes

Defendió en Misiones y Corrientes, lo que ahora es el límite argentino ante países vecinos. Evangelizó, armó la milicia guaraní, y escribió el primer catecismo en guaraní, el primer vocabulario de la lengua guaraní y el “Tesoro de la lengua guaraní”. Luchó contra el maltrato a los guaraníes y las crueles embestidas de los lusitanos esclavistas.

El también diplomático, debió «preparar la guerra para lograr la paz», según Bartomeu Meliá.

Aun así, con la estatura de un prócer americano, en la Argentina no hay tumba del jesuita Antonio Ruiz de Montoya donde terminaron sus restos, traídos de su Lima natal por los guaraníes de Loreto. Ni un metro de tierra donde hincarse a rezar o dedicar una flor. Una lápida de asperón rojo grita su nombre al borde del cementerio de Loreto.

Pero, como toda media verdad suena falsa, esto no es cierto. Montoya, nacido en Lima el 13 de junio de 1585, es venerado en un sarcófago de madera y vidrio del templo limeño San Pedro. En la entones capital virreinal, murió el 11 de abril de 1652. Los huesos del héroe religioso y militar, permanecen en Loreto, pero su tumba no está identificada.

Desde el cementerio, hasta la huerta, el templo, sus dos capillas, las casas de los caciques, el “cotiguazú” de las viudas, los talleres, guardan un silencio de camposanto. Aquí, en Loreto, está Montoya. Y sus demás reliquias, los huesos húmero y cúbito de un brazo –separado del cuerpo del jesuita-, se pueden observar en una urna guardada en Lima.

A Ruiz de Montoya lo cubre la tierra en algún lugar del cementerio de Loreto, bajo el piso de la sacristía o en un oratorio lateral del templo. El lugar es patrimonio misionero, nacional y de la Humanidad. A unos 55 kilómetros al noreste de Posadas, fue refugio en 1632 de parte de los 12.000 guaraníes que iniciaron el éxodo sureño para salvarse de los esclavistas.

La puesta en valor de Loreto se inició hacia 2012. Los ataques de bandeirantes y de las huestes de Rodríguez de Francia, habían hecho lo suyo. La selva envolvió luego este complejo religioso integrado por tres lugares sagrados unidos por una vía procesional: la Capilla de la Virgen de Loreto, el Templo y la Capilla del Monte del Calvario.

En 1631, desde el Guayrá –donde los bandeirantes destruyeron pueblos y esclavizaron a 30.000 aborígnes-, el jesuita Montoya, Superior del Guayrá, dirigió este éxodo a lo largo de unos 1.000 kilómetros. Los sobrevivientes poblaron San Ignacio y Loreto. Decidido a que no se repitiera una masacre similar, Montoya y los suyos diseñaron un plan de defensa y armamento.

En 1637 viajó a España y gestionó permiso para armarse contra los bandeirantes de San Pablo. El combate de Mbororé -11 de marzo de 1641- no lo tuvo como protagonista, pero Montoya ya había puesto en marcha el permiso para armar al ejército guaraní. Las historiadoras María Angélica Amable, Karina Dohmann y Liliana Mirta Rojas destacan que el ejército guaraní-misionero batió a los bandeirantes de Brasil, con 4.200 guerreros, 300 fusiles, cañones de caña tacuarazú, arcos, flechas y otras armas. La emboscada más efectiva encerró a los esclavistas en la desembocadura del arroyo Once Vueltas en el Uruguay.

Los muros que aún resisten, muestran la magnificencia del templo en honor a la “Virgen Negra”. Es una devoción nacida en Loreto, Ancona, en el sur de Italia. Y se trata de una prelatura que depende del Papa. Dentro, se conserva la casa de piedra, donde habría vivido la Virgen María, rescatada por los templarios.

 En un domingo sereno de este abril, el guía Marcelo desvela hasta el último detalle. Lo único que no puede afirmar es dónde fue sepultado Montoya. Los saqueadores del brasileño Chagas primero y de Gaspar Rodríguez de Francia, después, destruyeron casi todo.

La Reducción de Loreto se montó sobre 75 hectáreas y hasta ahora solo se liberaron 3 hectáreas. Hay mucho para investigar, porque a la primera capilla le siguió la Iglesia de Loreto, y en un sendero de 1.200 metros un Via Crucis finaliza en la Capilla del Monte del Calvario.

La licenciada Ruth Poujade y la arqueóloga Lorena Salvatelli informaron (2014) que hallaron unas tumbas a la entrada del templo principal. La esperanza de encontrar al esqueleto del padre Ruiz de Montoya entusiasmó a todos.

Lo cierto es que el esqueleto se encontraba entero, sin la desmembración realizada en Lima. Y los huesos no mostraban signos de una enfermedad ósea que él mismo relataba en sus cartas. El trabajo continuó y hoy se encuentran 17 cajones con restos listos para examinar. Algunos elementos ya se muestran en el pequeño museo. Hay candeleros, clavos, bisagras, una pila de agua bendita que reproduce un altar, fuentes, platos. Y también objetos de vidrio de origen europeo.

Antonio Ruiz de Montoya es una de las figuras legendarias cuyo talento y valentía brillaron en los pueblos fundados en los siglos 17 y 18 dejando una huella indeleble en esa región mítica, que abrazó regiones de la Argentina, Paraguay y Brasil. También dejó su marca el talento guaraní en candeleros, tejas, cerraduras y decoraciones de bronce, indicó el informe de La Revista Teoría y Práctia de la Arqueología Histórica Latinoamericana.

Jesuita, nacido en Lima, Perú, su visión estratégica fue clave en la consolidación de los 30 pueblos jesuítico-guaraníes, 11 de ellos en nuestra provincia de Misiones. Sobresale como lingüista por su estudio de la lengua guaraní. Y dejó un excelente diccionario del habla común de pueblos originarios en una extensa región. El guaraní fue ágrafo hasta que Montoya puso en letras, lo que nunca antes había tenido escritura.

Montoya falleció en Lima luego de servir 35 años en las Misiones. Sus guaraníes pidieron trasladar su cuerpo a Loreto, Misiones. Allí fue sepultado pero se desconoce dónde descansan sus restos. Se dice que en la Sacristía del templo arrasado por los bandeirantes. O en algún sitio del cementerio, sin lápida ni otra señal que los distinga.

En Lima guardan un hueso húmero y otra pieza de su brazo. Son las únicas reliquias existentes, pero se cree que Loreto es el magno sepulcro de este hombre que rogó no ser enterrado entr españoles.

En la defensa de la frontera jesuítico-guaraní fue clave, no solo en la organización de milicias, sino en el permiso real para que los aborígenes pudieran tener armas de fuego. En la batalla de Mbororé, las milicias destruyeron a una invasión bandeirante, que venía desde San Pablo a capturar indios y venderlos como esclavos.

Fueron pocas las armas de fuego usadas en esa batalla. Y Montoya estaba en Madrid gestionando el permiso de armamento. Con la victoria guaraní y el posterior aprovisionamiento de arcabuces, balas y pólvora, lose esclavistas pasaron años sin cometer sus tropelías a gran escala. Vino luego la expulsión de los jesuitas y llegó Andresito, el comandante Guacurarí. Tras la huella de Montoya.

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