Misiones, Malvinas y una historia plena de heroísmo

Si se observa un mapa de la Argentina, es extensa la distancia geográfica que separa a la provincia de Misiones de las islas Malvinas. Sin embargo, están tan ligadas por lazos históricos y emocionales que son una entidad única e indivisible.

Por: Agustín Barletti (*)

Era misionero Pablo Areguatí, el guaraní que gobernó en Malvinas en 1824, tras ser designado en el cargo por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Martín Rodríguez.

De Oberá era el capitán Carlos Krause, piloto de Hércules C-130, que bien se ganó el título de “señor de los cielos”, y que fuera derribado en combate junto a sus compañeros.

Los medios de comunicación de Misiones también tienen su capítulo heroico. No muchos saben que fueron técnicos del Canal 12 de Posadas los que transmitieron imágenes televisivas en la emisora que la gobernación argentina estableció en las islas.

Fueron cinco los héroes misioneros que murieron durante el hundimiento del Crucero General Belgrano. Este acto indigno de la marina británica, provocó la muerte de 323 argentinos, casi la mitad de la totalidad de las 649 bajas en todo el conflicto.

Venía de Posadas Roberto Estévez, uno de los mayores héroes que tuvo este conflicto bélico y que dejó su vida en la cruel batalla de Pradera del Ganso.

En noviembre de 2014, tuve la dicha de unir a nado las dos islas Malvinas por el estrecho de San Carlos. La travesía demandó algo más de dos horas con el agua a dos grados de temperatura. Esta aventura fue luego relatada en el libro “Malvinas entre brazadas y memorias”. En dicha ocasión también recorrí el campo de batalla de Pradera del Ganso junto a un grupo de Veteranos de Guerra y pude conocer una de las tantas historias de heroísmo.

Tras el desembarco en San Carlos, las tropas inglesas avanzaron sobre Darwin. La confianza de las fuerzas británicas no disminuía a punto de comenzar el ataque de día y sin los apoyos adecuados. “El 27 de mayo estaremos tomando el té en Pradera del Ganso”, se escuchó decir a más de un oficial. Fallaron los cálculos, era 28 de mayo, aún estaban lejos del objetivo y los nervios comenzaban a pesar. Otra vez habían subestimado las defensas argentinas

Al frente del ataque, estaba el Batallón de Paracaidistas 2, la elite del ejército británico, bajo el mando de Herbert Jones.

Ese día, las nubes bajas ponían a los aviones argentinos a cubierto de los Harrier que volaban, pero también los obligaba a realizar ataques a muy baja altura. Dos Pucará arremetieron entre Darwin y Pradera del Ganso con cohetes y cañones de 20 milímetros. Los británicos que recibían castigo de aíre y tierra por los 200 soldados del Regimiento de Infantería 12, tuvieron que separarse en pequeños grupos para evitar ser aniquilados. La respuesta inglesa no se hizo esperar a través de la munición trazante que tiñó el escenario de manchas rojas.

En una de las trincheras, cuerpo a tierra, el soldado Oscar Ledesma de 19 años, repelía la invasión con su ametralladora. Su abastecedor, el soldado Osvaldo Pecchio estaba inmovilizado por el terror de la escena y no atinaba a entregarle la caja con 600 municiones aún en su poder.

–– ¡Osvaldo, alcanzame las balas!

–– Si lo hago me matan los ingleses.

Sin dudarlo, Ledesma desenfundó su pistola, y le apuntó a su compañero

–– Tirame las municiones o te mato yo.

En un instante, Ledesma sintió la caja golpeando en sus pies, cargó nuevamente la ametralladora y siguió tirando.

Hoy estos dos veteranos de guerra más que amigos son hermanos.  Y todavía Pecchio le agradece a Ledesma aquél momento de furia en el fragor del combate, que lo salvó de haber sido acribillado por los ingleses.

De repente, el arma de Ledesma dejó de vomitar fuego al trabarse una vaina en la uña extractora. Un sargento consiguió repararla con unas tenazas y al retomar los disparos, el soldado divisó a escasos 35 metros, a alguien con la ametralladora de asalto en la mano. El inglés, detrás de una trinchera vecina, estaba a punto de matar a dos aterrados soldados argentinos ya sin municiones. Ledesma no dudó un segundo y envió la primera ráfaga sobre el enemigo que cayó, gritó y manoteó su cinturón.

Ante la posibilidad de que el herido estuviese buscando una granada para tirársela a los muchachos, levanto la ametralladora, y realizó la segunda descarga mortal. Herbert Jones que había tomado la decisión de atacar personalmente las posiciones argentinas para estimular a sus tropas, caía peleando. Por esta acción se le otorgó post mortem, la Cruz de la Victoria, que es la más alta condecoración al valor en combate.

Algunos oficiales británicos consideraron temeraria, la actitud de Jones, aunque su lugarteniente el oficial Cris Keeble, defendió su actitud, al considerar que la operación era de una complejidad tal que requería su presencia en el frente de batalla.

Lo cierto es que esta baja replanteó la estrategia inglesa de cara al resto de la guerra.

Pasaron más de treinta años y Oscar Ledesma publicó una carta pública a Sarah Jones, la viuda del teniente coronel.

El tiempo obra en consecuencia de lo actuado y la memoria se rige por nuestros actos.

Con escasos 19 años me tocó enfrentarme con el Regimiento 2 de Paracaidistas Británicos la mañana del 28 de mayo de 1982, en el combate de Darwin Hill. Cualquiera hubiera sido su desarrollo no modificará en mi alma y mi mente el recuerdo de aquel terrible enfrentamiento.

Eventualmente me tocó apretar el gatillo para abatir un adversario y en momento alguno sentí odio al hacerlo, como tampoco me jacté ni alegré por aquel acto. No tenía opciones, debía salvar a mis camaradas que contemplaban aterrados cómo un Para asaltaba su posición, desconociendo que a escasos metros se encontraba mi ametralladora, de la misma manera que yo desconocía quién era tan temerario soldado que en una muestra de asombroso arrojo atacaba una posición argentina. Una vez terminada la batalla elevé una plegaria por todos los caídos y pedí a Dios por sus familias.

Siempre tuve como pendiente el poder decirle, mirándola a los ojos, que su esposo cayó como un valiente soldado y que su ocasional adversario le honra cotidianamente con el mayor de los respetos al igual que a todos los caídos.

Le presento mis respetos, como también a sus hijos, herederos de un valiente guerrero.

Oscar Ledesma

Sarah nunca se volvió a casar, y con sus 78 años aún preside una Asociación de Familias de Malvinas, a cargo del mantenimiento de las tumbas de los soldados desconocidos británicos en el mundo entero.

 

(*) Escritor y periodista. Autor del libro “Malvinas entre brazadas y memorias”.

 

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