Carta de monseñor Juan Rubén Martínez: «Nuestra vida en misión»

El tiempo de cuaresma que empezamos, siempre es una oportunidad que nos regala Dios para revisar nuestra condición de cristianos, evaluar cómo vivimos la fe, discernir si lo urgente, o bien, la rutina, van anulando lo importante, aquellas cosas que dan motivación y sentido a nuestra vida.

Durante varias semanas nos preparamos desde la conversión y la penitencia, pero, sobre todo, desde la esperanza, para celebrar el misterio de la Pascua. Es un tiempo para que acompañemos a Cristo, el Señor, en su vida y su misión, en su pasión y sufrimiento y en su entrega sin límites por amor para nuestra redención. Este es el misterio de la Pascua donde el Señor da su vida muriendo y resucitando. La Pascua hace consistente nuestra esperanza porque la vida triunfa sobre la muerte.

La liturgia, sobre todo en tiempo fuertes como la cuaresma que iniciamos, nos permite
actualizar la fe de lo que celebramos e internalizar sus gestos y palabras a través de los
sacramentos con la ayuda de la gracia para volver a Dios. La liturgia es la fuente de
espiritualidad más importante que tiene la Iglesia. Especialmente desde este miércoles de ceniza somos invitados a vivir intensamente el don que Dios nos da y a introducirnos con esperanza en este tiempo litúrgico.

El propósito de esta carta es ofrecer algunos aportes para realizar un examen de conciencia donde con humildad podamos revisar nuestra vida tanto en la dimensión personal como en lo social y eclesial. La clave de todo examen de conciencia no es una mera búsqueda de perfección, sino renovar el encuentro y la conversión al amor misericordioso de Dios.

Solo cuando experimentamos el amor de Dios podemos transformarnos en instrumentos y puentes de su amor para nuestros hermanos, sobre todo para los más pobres y excluidos.

En el centro de esta reflexión cuaresmal está el revisar nuestra vocación bautismal desde el compromiso que tenemos todos los cristianos de sabernos responsables de la acción evangelizadora y misionera de la Iglesia. De ahí el nombre de nuestra carta: «Nuestra vida esmisión» y la expresión del apóstol San Pablo que proclama «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9, 16).

En primer lugar, quiero expresar un profundo agradecimiento a tanta gente, la mayoría de nuestro pueblo sencillo, que da muestras de una fe viva encendida en la caridad. El tiempo de pandemia que se fue prolongando permitió visibilizar expresiones vitales de fe en la gente que buscó caminos para seguir evangelizando, comunicando el Evangelio desde tres ámbitos centrales cómo son la catequesis, la liturgia y la caridad.

Notamos que, en la Iglesia, cuando se multiplican las cruces y los sufrimientos, también se potencian las respuestas del gozo del Evangelio que nacen de la experiencia profunda de abrazar la cruz y se hacen Pascua. También queremos reflexionar sobre una realidad que convive con tantos testimonios de santidad pascual y que se manifiesta tanto en la sociedad, como en nuestras comunidades eclesiales y obviamente replica también en cada una uno de nosotros los cristianos: el flagelo de la indiferencia y el individualismo que va impregnado nuestro estilo de vida. El ensimismamiento que se desentiende de los otros, lleva a buscar un disfrute sin problemas, nos vacía y conduce indefectiblemente a perder las motivaciones más genuinas y, en definitiva, el sentido de la vida sometiéndonos a vivir solo el momento.

La insatisfacción convive y crece en quienes logran ganar más espacios, en sumar más placer, tener o poder prescindiendo de los demás. Desde ya que esta tendencia va contra la misma dignidad humana que solo se plenifica en la dimensión social de la persona.

Como cristianos tenemos que seguir descubriendo que solo el amor donado, el ir hacia el otro que es mi hermano, el amor que da la vida y se hace Pascua, es lo que nos puede hacer verdaderamente felices.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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