Miércoles de Ceniza | Carta Pastoral de Cuaresma 2022 : «¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!»

Queridos hermanos y hermanas: El tiempo de cuaresma que empezamos, siempre es una oportunidad que nos regala Dios para revisar nuestra condición de cristianos, evaluar cómo vivimos la fe, discernir si lo urgente, o bien, la rutina, van anulando lo importante, aquellas cosas que dan motivación y sentido a nuestra vida.

Durante varias semanas nos preparamos desde la conversión y la penitencia, pero, sobre todo, desde la esperanza, para celebrar el misterio de la Pascua. El tiempo de cuaresma es para que acompañemos a Cristo, el Señor, en su vida y su misión, en su pasión y sufrimiento y en su entrega sin límites por amor para nuestra redención. Este es el misterio de la Pascua donde el Señor da su vida muriendo y resucitando.  La Pascua hace consistente nuestra esperanza porque la vida triunfa sobre la muerte.

 

La liturgia, sobre todo en tiempo fuertes como la cuaresma que iniciamos, nos permite actualizar la fe de lo que celebramos e internalizar sus gestos y palabras a través de los sacramentos con la ayuda de la gracia para volver a Dios. La liturgia es la fuente de espiritualidad más importante que tiene la Iglesia. Especialmente desde este miércoles de ceniza somos invitados a vivir intensamente el don que Dios nos da y a introducirnos con esperanza en este tiempo litúrgico.

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El propósito de esta carta es ofrecer algunos aportes para realizar un examen de  conciencia donde con humildad podamos revisar nuestra vida tanto en la dimensión personal como en lo  social y eclesial. La clave de todo examen de conciencia no es una mera búsqueda de perfección, sino  renovar el encuentro y la conversión al amor misericordioso de Dios. Solo cuando experimentamos el amor  de Dios podemos transformarnos en instrumentos y puentes de su amor para nuestros hermanos, sobre  todo para los más pobres y excluidos.

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En el centro de esta reflexión cuaresmal está el revisar nuestra vocación bautismal  desde el compromiso que tenemos todos los cristianos de sabernos responsables de la acción  evangelizadora y misionera de la Iglesia. De ahí el nombre de nuestra carta: «Nuestra vida es misión» y la  expresión del apóstol San Pablo que proclama «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9, 16).

En primer lugar, quiero expresar un profundo agradecimiento a tanta gente, la  mayoría de nuestro pueblo sencillo, que da muestras de una fe viva encendida en la caridad. El tiempo de  pandemia que se fue prolongando permitió visibilizar expresiones vitales de fe en la gente que buscó caminos para seguir evangelizando, comunicando el Evangelio desde tres ámbitos centrales cómo son la  catequesis, la liturgia y la caridad.

Notamos que, en la Iglesia, cuando se multiplican las cruces y los sufrimientos, también se potencian las respuestas del gozo del Evangelio que nacen de la experiencia profunda de  abrazar la cruz y se hacen Pascua. También queremos reflexionar sobre una realidad que convive con tantos testimonios de santidad pascual y que se manifiesta tanto en la sociedad, como en nuestras comunidades  eclesiales y obviamente replica también en cada una uno de nosotros los cristianos: el flagelo de la  indiferencia y el individualismo que va impregnado nuestro estilo de vida.

 

El ensimismamiento que se  desentiende de los otros, lleva a buscar un disfrute sin problemas, nos vacía y conduce indefectiblemente a  perder las motivaciones más genuinas y, en definitiva, el sentido de la vida sometiéndonos a vivir solo el  momento. La insatisfacción convive y crece en quienes logran ganar más espacios, en sumar más placer, tener o poder prescindiendo de los demás.

 

Desde ya que esta tendencia va contra la misma dignidad  humana que solo se plenifica en la dimensión social de la persona. Como cristianos tenemos que seguir  descubriendo que solo el amor donado, el ir hacia el otro que es mi hermano, el amor que da la vida y se  hace Pascua, es lo que nos puede hacer verdaderamente felices.

 

Para realizar un buen examen de conciencia cuaresmal es necesario integrar la  dimensión social de la fe y la responsabilidad evangelizadora de todo bautizado. Para esto tomaremos  algunos textos de la exhortación apostólica «Evangelii gaudium» del Papa Francisco: «El bien siempre tiende  a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y  cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de  los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla.

 

Por eso, quien quiera vivir con dignidad y  plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos  entonces algunas expresiones de san Pablo: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Co 5,14); “¡Ay de mí si no  anunciara el Evangelio!” (1 Co 9,16).

 

La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: La vida se  acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la  vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás.

 

Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero  dinamismo de la realización personal: Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se  alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión.

 

Por  consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y  acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar  entre lágrimas. Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda  así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos,  sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí  mismos, la alegría de Cristo». (EG 9-10)

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En esta carta cuaresmal que nos invita a la conversión pascual y a revisar cómo  vivimos nuestra fe, debemos señalar que, si bien la experiencia del don del amor de Dios y su misericordia  son claves para iniciar un buen examen de conciencia, también tendremos que recordar que no podremos  evangelizar sino revisamos nuestras relaciones con los otros, con nuestros hermanos y hermanas, tanto en  lo familiar como en los diversos ámbitos en los que estamos. El Señor pide que seamos uno para que el  mundo crea: «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en  nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste». (Jn 17,21)

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En Evangelii gaudium el Papa Francisco nos da algunos elementos para que podamos  evaluarnos tanto en lo personal como en ámbitos sociales y eclesiales, que podemos considerar esenciales  en nuestro compromiso cristiano y evangelizador.

 

El Papa Francisco nos dice: «Reconozco que necesitamos  crear espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales, lugares donde regenerar la propia fe en  Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupaciones  cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y  experiencia, con la finalidad de orientar al bien y a la belleza las propias elecciones individuales y sociales.

 

Al mismo tiempo, quiero llamar la atención sobre algunas tentaciones que particularmente hoy afectan a los  agentes pastorales». (cfr. EG 77)

 

En esta carta cuaresmal tomaremos algunos de estos aspectos tratando de rezarlos y  aplicarlos a nosotros mismos para que reconociendo nuestras luces y sombras podamos vivir mejor nuestra  Pascua.

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Revisemos el desafío que tenemos de una espiritualidad misionera: «Hoy se puede  advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por  los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice  de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad.

 

Al mismo tiempo, la vida espiritual se confunde  con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los  demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora. Así, pueden advertirse en muchos agentes  evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del  fervor. Son tres males que se alimentan entre sí». (EG 78)

 

En nuestro examen de conciencia será clave discernir cuáles son las motivaciones que  tenemos y si entendemos nuestra vida como vocación, como un llamado de Dios. Considerar nuestra  vocación lleva a darnos cuenta que todos tenemos una misión. Es doloroso ver que mucha gente que tiene  roles sociales, políticos, comunicacionales y otros, muchas veces solo buscan espacios de poder y tener.

 

Esto  también se da en la vida eclesial dónde va ganando espacio el desinterés causado por un fuerte  individualismo. Nuestra vida cristiana va muchas veces perdiendo vigor y hasta los momentos  comunitarios de celebración van perdiendo la fuerza de impulsarnos a amar al otro como mi hermano y,  por el contrario, se transforman solo en cumplimiento de ritos que van vaciándola.

 

Merece una mención  especial lo que señala el Papa Francisco sobre que esto también puede pasar en los consagrados y  sacerdotes cuando buscan espacios de privacidad y disfrute que llevan a vivir las tareas propias del  ministerio sacerdotal o de su vida consagrada «como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte  de nuestra identidad». (cfr EG 78)

 

En definitiva, debemos discernir si no vamos dejándonos ganar por una acentuación  del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor en nuestra vida cristiana.

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Revisemos si no nos va ganando una acedia egoísta: «Cuando más necesitamos un  dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite  a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su  tiempo libre. […] Pero algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo  personal.

 

Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan imperiosamente preservar sus espacios  de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al  amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos». (cfr. EG 81)

 

La acedia que expresa un estado espiritual de apatía y tedio nos lleva a perder el  sentido de la vida: «Así se gesta la mayor amenaza, que es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la  Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y  degenerando en mezquindad». (EG 83)

 

Así es como la indiferencia y el individualismo nos van dejando vacíos. La acedia nos  encamina al precipicio de vivir sin motivaciones y a una profunda insatisfacción y tristeza. El Papa  Francisco nos dice con énfasis que no nos dejemos robar la alegría evangelizadora. Amar dando la vida es  aquello que nos plenifica porque es lo más propiamente humano.

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Revisemos si no nos gana un pesimismo estéril: «La alegría del Evangelio es esa que  nada ni nadie nos podrá quitar (cf. Jn 16,22). Los males de nuestro mundo —y los de la Iglesia— no  deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. (EG 84).

 

«Aun con la dolorosa  conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el  Señor dijo a san Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Co 12,9). El  triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se  lleva con una ternura combativa ante los embates del mal» (EG 85)

 

Al realizar nuestro examen de conciencia y al reflexionar sobre cómo vivimos nuestra  vocación bautismal y evangelizadora, es bueno que nos planteemos también cómo vivimos la esperanza,  que es clave para estar de pie ante situaciones adversas, ante el sufrimiento y la cruz.

 

Cuando no vivimos lo  adverso pascualmente podemos sucumbir al pesimismo. Es común escuchar decir que «esto no cambia  más» y usarlo como argumento para no hacer nada o, peor, para sucumbir mundanamente al mal. Los  cristianos tenemos un llamado a mejorar nuestros ambientes aún en situaciones de cruz y esto ligado al  misterio pascual y a vivir la esperanza en nuestra vida.

 

El Papa Francisco sigue en la exhortación apostólica Evangelii gaudium un listado que  los invito a leer y rezar y que nos ayudará a renovar nuestra tarea evangelizadora.

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En el contexto de la cuaresma, así como es necesario vivir la liturgia como fuente de  espiritualidad y realizar un buen examen de conciencia para renovar nuestra fe, es necesario recordar que  la fe necesita, para estar viva, de la caridad, y una caridad que implique gestos concretos. «Sin embargo,  alguien puede objetar: Uno tiene la fe y otro, las obras». A ese habría que responderle: «Muéstrame, si  puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe». (Sant 2,18)

En el contexto cuaresmal podemos realizar, a modo personal, acciones concretas que  expresan nuestra conversión a Cristo, el Señor y nos preparan a celebrar mejor la Pascua.

 

Como Iglesia  también realizamos gestos comunitarios como momentos litúrgicos de oración y celebración o también  acciones organizadas ligadas al ayuno y la limosna entendiéndolos en el marco del compartir ejercitando la  comunión de bienes. Como cada año realizaremos la «colecta cuaresmal del 1%».

 

Proponemos compartir  con nuestros hermanos más necesitados por lo menos el 1% del total de nuestros ingresos. Es importante  recordar que este aporte cuaresmal tiene sentido si es fruto de nuestra conversión a Dios y expresa nuestro  deseo de amarlo a Él y a nuestros hermanos como a nosotros mismos. La fecha en que realizaremos está  colecta es el fin de semana del 26 y 27 de marzo.

 

El lema de la misma será «Digamos juntos desde el corazón: ninguna familia sin techo» del Papa Francisco. Esta ofrenda estará destinada especialmente a aquellos  hermanos necesitados a quienes se ayudará a mejorar las viviendas, los techos, las letrinas. Obviamente con  esto no solucionaremos el problema de la vivienda de tantos hermanos, pero como diócesis realizaremos un  gesto concreto de caridad y justicia.

 

Al finalizar esta carta de cuaresma, pidamos a Dios que estas semanas podamos  asumirlas como nueva oportunidad de volver a Dios y que con humildad podamos revisar cómo vivimos  nuestra fe en Dios y cómo la expresamos en el compromiso para con nuestros hermanos. El tiempo  cuaresmal nos ayudará a revisarnos desde el amor que Dios nos tiene, en la certeza de que, si volvemos a  Él, nos reconciliará con un abrazo de Padre como al hijo pródigo. Abrazados por su amor somos plenos y  podemos ser testigos de la Pascua y de la esperanza.

 

Les envío un saludo cercano como Padre y Pastor. Mons. Juan Rubén Martínez Obispo de Posadas

 

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