Análisis semanal: La plaza de Alberto y el triunfo del voto castigo

Triunfal en la derrota, el presidente Alberto Fernández tuvo su primera Plaza de Mayo a tres días del sopapo electoral de medio término. En un rapto de autoridad inédito salió a cortarle el dedo todopoderoso a Cristina Kirchner con una temprana convocatoria a internas en 2023. Desconcertado, el kirchnerismo duro observa desde prudente distancia y sin ánimos de poner palos en la rueda presidencial.

 

Organizada mucho tiempo antes de que se conocieran los resultados de las legislativas, la plaza de Alberto no fue pensada como la celebración de un fracaso autopercibido como victoria sino como una exhibición de fuerza del amplio abanico no kirchnerista que apoya al Gobierno. También como ritual de bautismo del Albertismo, línea interna que el presidente había jurado no lanzar jamás pero ahora se presenta como la única alternativa posible para sostener su gobernabilidad.

A diferencia de las PASO, cuando la magnitud de la piña paralizó al presidente y a su entorno, la derrota en las generales fue mucho más previsible, lo que permitió diseñar y ejecutar una estrategia de contención para evitar una nueva asonada del kirchnerismo como la que provocó la innecesaria crisis política de la semana posterior a las primarias.

Impulsadas más por el temor a las ambiciones de poder del cirstino-camporismo que por amor a Alberto, la CGT nuevamente unificada, un grupo considerable de organizaciones sociales, gobernadores peronistas e intendentes del Conurbano respondieron a la convocatoria.

La jugada dejó en offside al kirchnerismo acostumbrado a protagonizar siempre, como oficialismo o como oposición, y ahora relegado a un segundo plano. Asumiendo ese nuevo rol, las huestes camporistas participaron de la Plaza de Alberto, pero llegaron tarde y se ubicaron lejos del palco.

El núcleo más cercano a Cristina y a su hijo Máximo se enfrenta ante un escenario complicado. Si al albertismo le fuera mal en los próximos dos años, no habría 2023 para el peronismo, con las consecuencias políticas, económicas y judiciales (en Argentina las tres siempre van de la mano) que ello implicaría para los principales referentes de ese espacio. Pero por otra parte, dejaría al kirchnerismo como principal referente de la oposición en un eventual gobierno de Cambiemos, lugar del cual ya supieron resurgir.

Si por el contrario el presidente lograra concretar en la segunda parte de su mandato las expectativas generadas con su elección, el kirchnerismo se garantizaría seguir participando en el manejo del poder, pero al precio de una inexorable pérdida de protagonismo dentro del ecosistema peronista.

Para que no quedaran dudas de su nueva centralidad, Alberto fue el único orador en su plaza y en su discurso, por momentos eufórico, se ocupó de repartir los papeles en la película que intentará protagonizar al menos hasta 2023.

Reforzó en todo momento la idea de que quien conduce es él y le reservó a su vice un rol de auditora con poder de veto. Al menos eso dio a entender cuando aclaró que el proyecto plurianual que enviará al Congreso con el objetivo central de avanzar en la renegociación de la deuda con el FMI iba a tener el aval de Cristina.

En un claro intento de correr del centro de la escena a Cristina y de brindar garantías para los demás socios del panperonismo, anticipó con inusitada antelación que todas las candidaturas de 2023 serían dirimidas en las PASO. Con eso le quitó a su vice el poder de ungir candidatos a dedo, mecanismo sin el cual la presidencia de Alberto hubiera sido impensada, y abrió tranqueras para los  sectores frentetodistas que se sienten postergados por el simple hecho de no comulgar con el kirchnerismo.

Anticipó con inusitada antelación que todas las candidaturas de 2023 serían dirimidas en las PASO. Con eso le quitó a su vice el poder de ungir candidatos a dedo

Coincidente con el cambio de tono de su discurso, que mutó desde el reconocimiento de la derrota en su primer mensaje al país tras las elecciones a una inexplicable euforia triunfal, también modificó su postura frente a la oposición.

El plano de la realidad en que se ubicó el presidente en su primer mensaje, el de un mandatario que acusa recibo de un resultado electoral negativo, lo llevó a abrir una convocatoria al diálogo con la oposición, opción que cae de maduro para esos casos.

Pero al ubicarse luego en una realidad paralela en la que “perdió ganando” o “ganó perdiendo”, como confusamente intentó exponer la diputada electa Victoria Tolosa Paz, y la Juntos por el Cambio perdió a pesar de haber ganado, la necesidad de una mesa de diálogo ya no resulta tan obvia.

Inmerso en esta realidad paralela, el presidente salió a marcarle la cancha a la oposición. En lo que pareció un intento de boicotear la mesa de diálogo que él mismo había anunciado el domingo, excluyó expresamente de ese ámbito a Mauricio Macri y al emergente libertario Javier Milei.

El problema aquí es que los dirigentes de Juntos por el Cambio hacen una lectura más lineal de los resultados electorales que los lleva a la conclusión de que “ganaron ganando” y el Frente de Todos “perdió perdiendo” y difícilmente estén dispuestos a avivar una interna propia (que tiene igual o mayor profundidad que la de la alianza gobernante) aceptando condicionamientos del oficialismo.

En Juntos por el Cambio e incluso dentro del PRO son muchos los que sueñan con correr a Macri al costado del a escena, pero nadie lo haría a pedido de Alberto Fernández, porque eso solamente reforzaría la imagen del expresidente como referente opositor.

 

La madre de las batallas

Más allá de la estrategia que despliegue para lidiar con sus socios del Frente de Todos y con el crecimiento de una oposición envalentonada por un resultado electoral que se explica más por las falencias ajenas que por los méritos propios, las chances de Alberto y del peronismo en 2023 dependerán directamente del comportamiento de la economía.

El último miércoles el jefe de Estado les aseguró a los cerca de 30 intendentes del conurbano que cenaron con él en la Quinta de Olivos que el año que viene la economía mejorará y que el Gobierno podrá mostrar números positivos vinculados a la creación de empleo, el crecimiento de la producción, el descenso paulatino de la inflación y, con suerte, también de la pobreza.

Hasta el domingo pasado las elecciones eran un escollo insalvable para adoptar cualquier medida que se despegue del credo kirchnerista. El “plan platita” diseñado y ejecutado con el único objetivo de seducir al votante ya no tiene razón de ser y tampoco el Gobierno tiene recursos para sostenerlo si así lo quisiera.

El “plan platita” diseñado y ejecutado con el único objetivo de seducir al votante ya no tiene razón de ser y tampoco el Gobierno tiene recursos para sostenerlo si así lo quisiera.

Para ser competitivo en 2023 Alberto necesita acomodar por lo menos parcialmente los desequilibrios de la economía. Ese camino demanda sacrificios y lo más lógico sería afrontar el costos políticos en 2022 para llegar con más aire al año electoral.

Por muy buenas que sean las próximas cosechas, el Central no puede seguir emitiendo a troche y moche y sacrificando reservas para contener al dólar y el Gobierno tampoco puede seguir destinando recursos a subsidiar a tarifas a quienes no lo necesitan.

Otra tarea antipática que se postergó por motivos electorales pero ahora deberá cumplirse sin mucha demora es la renegociación de la deuda con el FMI, organismo que exigirá muestras de disciplina fiscal a cambio de extender los plazos de pago.

El equipo económico enfrenta el desafío de reducir la inflación y evitar que el tipo de cambio se siga atrasando sin ahogar la reactivación de la economía. Tanto el presidente como su ministro de Economía, Martín Guzmán, anticiparon que buscarán dinamizar el mercado interno para recuperar la demanda y esperan que eso actúe como incentivo para la industria y la producción.

Al menos en los discursos, el garrote del control de precios se plantea como el remedio de cabecera contra la inflación, a pesar de que demostró ser poco efectivo en septiembre y lo que va de octubre.

Aunque Fernández y Guzmán juren todos los días que no habrá ajuste ni devaluación, analistas de todos los palos y colores coinciden en que difícilmente se consiga enfriar a la inflación y contener la presión sobre el tipo de cambio sin algún grado de disciplina fiscal y que el tipo de cambio no puede correr tan atrás del aumento de precios.

La combinación de una inflación mensual de más del 3 por ciento y un aumento del dólar oficial de 1 punto resulta insostenible. Si el Gobierno no consigue hacer converger esas dos variables, el atraso cambiario resultante haría imposible cualquier forma de crecimiento de la economía.

El problema es que acelerar la devaluación en un contexto inflacionario no haría más que recalentar el alza de los precios, por lo tanto antes de pensar en corregir el tipo de cambio, el Gobierno deberá encontrar primero la manera de reducir de forma consistente la inflación a por lo menos la mitad de los valores actuales.

 

El carro de la victoria

La ola de castigo contra la gestión de Alberto inundó las urnas de todo el país, incluidas las de Misiones.

A una economía que rodó barranca abajo durante todo el año pasado con el consecuente crecimiento de la pobreza y a los cuestionamientos por el manejo de la pandemia, se sumaron escándalos como el vacunatorio VIP y las fiestas en Olivos en lo más estricto de la cuarentena para dar forma a un cóctel explosivo para las pretensiones del frente gobernante.

El aplazo de los misioneros al Gobierno nacional se tradujo en una estrepitosa caída en el caudal electoral del Frente de Todos que pasó de sumar 417 mil votos en 2019 a apenas 95 mil el domingo pasado. Hace dos años había conseguido dos bancas de diputado nacional y ahora ninguna.

La fuerza que mejor capitalizó el voto castigo contra Alberto fue Juntos por el Cambio, sello identificado en todo el país como oposición al kirchnerismo y con una sostenida retórica anti K que demostró ser muy efectiva en tiempos en los que cada vez más gente vota movilizada por la bronca que por la adhesión a algún espacio o dirigente.

Los candidatos de Juntos por el Cambio en Misiones llevaron adelante una estrategia inteligente de nacionalizar la campaña. Buscaron siempre confrontar contra Alberto y Cristina antes que hacerlo contra un Gobierno provincial que mantiene una imagen positiva muy sólida y que viene de ganar las legislativas provinciales por un margen amplio de votos.

El misionero votó de manera similar a como lo había hecho en 2019: en los comicios provinciales premió a la gestión del Frente Renovador y en las nacionales castigó, primero a Macri y luego a Alberto. Para que no se confundiera su mensaje, tuvo la precaución esta vez de votar por amplísima mayoría a la renovación en el único municipio que elegía intendente: Wanda.

El misionero votó de manera similar a como lo había hecho en 2019: en los comicios provinciales premió a la gestión del Frente Renovador y en las nacionales castigó, primero a Macri y luego a Alberto.

Siguiendo con las analogías entre las últimas dos elecciones: pensar que los votos que obtuvo Juntos por el Cambio el domingo último son del radial Martín Arjol o de la puertista Florencia Klipauka, equivale a pensar que los 417 mil votos que obtuvo el Frente de Todos en 2019 eran de Cristina Brítez.

Quedará por ver si los dos diputados nacionales opositores que fueron premiados por el voto castigo al kirchnerismo cumplen con su promesa de traer soluciones para mejorar la vida de los misioneros o se limitan a levantar la mano a pedido de Macri, Horacio Rodríguez Larreta o quien se consolide como principal figura de ese espacio nacional.

El conductor de la renovación, Carlos Rovira, pidió que el resultado se tradujera en soluciones y beneficios para la gente y el gobernador Oscar Herrera Ahuad convocó a los tres diputados electos a una mesa de diálogo para avanzar en una agenda común de reclamos para Misiones.

La disposición del gobernador a dejar de lado banderías partidarias para avanzar en una agenda de trabajo que beneficie a Misiones fue recibida con desdén por Martín Arjol quien “bicicleteó” la reunión durante toda la semana.

Consultado sobre la fecha en que se haría la mencionada reunión, Herrera Ahuad indicó que hasta el momento solo había recibido postergaciones por parte del diputado electo radical y la joven puertista. “Primero dijeron el miércoles, volví a hablar el martes y me dijeron que podía ser el viernes. Esperé hasta ayer, no me confirmaron el horario. El viernes tengo bastante completo. Será difícil ésta semana”, dijo Herrera Ahuad el jueves ante una consulta periodística.

“Parece que Arjol se le subieron los humos, tal vez siente que una foto con Herrera Ahuad no le sirve ahora que está en ganador. Ya le pasó lo mismo en 2017 cuando fue electo concejal y se probaba el traje de intendente pero dos años después Lalo Stelatto le pasó por encima”, recordaban en Casa de Gobierno, visiblemente molestos con el desplante del radical.

Desde la renovación se tomaron el resultado electoral con la tranquilidad de saber que cada vez que el misionero fue a votar para elegir autoridades provinciales respaldó por generoso margen al gobierno provincial y que todas las encuestas muestran un alto grado de imagen positiva no solo de la gestión del gobernador sino también la de intendentes, especialmente del posadeño Lalo Stelatto.

Además son conscientes de que levantar las banderas del misionerismo y mantener la independencia frente a la grieta los lleva a competir en desventaja en elecciones nacionales, pero están convencidos de que ese es el camino para consolidar el desarrollo de la provincia, un premio mucho mayor que una banca de diputado nacional.

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