Ex alumnas del Roque González publicaron una carta abierta con testimonios de situaciones de abuso y acoso ocurridos en la institución “desde hace más de 20 años”

Ex alumnas del Colegio Roque González publicaron una carta abierta con testimonios que buscan exponer las situaciones de bullying y acoso que sufrieron durante los años que asisitieron la institución. La desnaturalización del abuso las llevó a unirse bajo el lema "No nos callamos más". 

 

Luego de hacerse pública la situación de acoso y abuso sexual que vivieron alumnas del 2d0 año del Colegio Roque González, la conmoción en la sociedad movilizo a posadeños, sobre todo a alumnas de otras instituciones que mostaron su apoyo a las vícitmas. Pero quienes tambien se vieron afectadas fueron ex alumnas que habían atravesado momentos parecidos o iguales, pero que en aquel entonces no encontraron el espacio ni la oportunidad para expresarlo.

Semanas después de los hechos que movilizaron a la ciudad de Posadas, sobre todo en las instituciones educativas que se replantearon la ausencia de Educación Sexual Integral en las aulas, un grupo de ex alumnas del Colegio Roque González publicaron un carta abierta en donde expresan lo que vivieron durante sus años dentro de la institución.

Las ex alumnas recuerdan como debían comportarse para evitar que sus compañeros varones no las molesten. «Mecanismos de defensa activados y automáticos: la calza abajo de la pollera, la remera abajo de la camisa para que no se transparente, la pared aliada, la actitud en guardia. Siempre», dicen en la carta.

Recuerdan que estas situaciones «se viven hace más de 20 años» en la institucion educativa y asegurán que «el acoso constante y brutal de parte de los compañeros, sumado a la absoluta connivencia de parte de preceptores, docentes y directivos».

 

 


 

Carta abierta de parte de ex alumnas del Roque González 

Después del cambio de autoridades y el pedido de recusar al juez que tan “noblemente” salió, al fin y al cabo, a pedir que una vez más no haya consecuencias, podemos afirmar con toda certeza que el tema del acoso sexual naturalizado dentro de la institución está lejos de agotarse. Por el contrario, recién empieza. ¿Por qué?

Porque lo tenemos profundamente internalizado. Tanto es así que, cuando empezamos a recoger testimonios de ex alumnas, la mayoría nos respondió con que “por suerte a mí no me pasó algo así”. Pero ¿qué es exactamente lo que “no nos pasó”? Quizá no hubo abuso o no hubo violación. Pero ¿y acoso?

Mecanismos de defensa activados y automáticos: la calza abajo de la pollera, la remera abajo de la camisa para que no se transparente, la pared aliada, la actitud en guardia. Siempre.

Estaba tan naturalizado, que nunca se nos ocurrió ni explicarlo, ni cuestionarlo. (Ni hablar de la imposibilidad de llevar otra cosa que no fuera lo que le correspondía estrictamente a cada género, ni la expulsión de las chicas embarazadas, una situación que bien podía deberse a la falencia del colegio en materia de educación sexual, pero que una vez que pasaba, sí que les daba vergüenza).

Las situaciones que les tocaron vivir a las alumnas del 2° B estuvieron intensificadas por la tecnología disponible hoy. En otras épocas no había celulares con cámara ni Internet disponible todo el tiempo y desde cualquier lugar. Pero la esencia de la situación es la misma. El acoso constante y brutal de parte de los compañeros, sumado a la absoluta connivencia de parte de preceptores, docentes y directivos, viene pasando hace más de 20 años.

“Yo que vos lo ignoro”. Se podría argumentar que el impulso natural del adolescente es transgredir e impactar. Sobre todo en cuestiones sexuales o escatológicas. Pero ahí, justamente, es donde debería entrar en acción la persona adulta, guía, consejera, responsable de confianza, para poner los límites que corresponden en vez de reírse con el transgresor a costa de la víctima.

Al hacerlo, se convierte automáticamente en victimario y, como es la figura designada por el colegio como la autoridad, está dejando un mensaje clarísimo: la invasión pública y burlona de la intimidad de otra persona no solo está permitida, sino que hasta es alentada. ¿Dónde quedó la figura del preceptor o preceptora como confidente de los alumnos? En una situación así, ¿qué pasa con la confianza depositada en ellos?

¿Qué tipo de protección y guía podíamos esperar de una persona que abiertamente te dice que, solo por tener un cuerpo femenino en desarrollo, es tu culpa que tus compañeros te quieran montar? Ahí está el aval de las autoridades.

El permiso para que los compañeros te pasen la mano por la cara después de tocarse los genitales y que invadan tu cuerpo y tu intimidad de todas las maneras posibles con absoluta impunidad. El mensaje era claro.

Y esta “educación sexual” no estaba a cargo solamente de los celadores:

¿Por cuánto tiempo nos dio (o nos sigue dando) un cierto pudor llevarnos cosas a la boca en la calle por sentir que estamos habilitando a los varones a nuestro alrededor a que nos griten alguna guarangada?

Era humillante. Y ese era el poder del varón. Humillarnos. Era un poder efervescente, que podían ejercer en cualquier momento y sin consecuencias para ellos. Un poder que se replicaba y multiplicaba cada vez que salíamos al boliche, cada vez que caminábamos por la calle a la siesta, cada vez que íbamos a quejarnos a algún preceptor o preceptora porque un compañero nos humilló en público y la respuesta de que nos daban era sonreír meneando la cabeza, mirar para otro lado. No tenían vergüenza. Así que nos tocaba a nosotras tener vergüenza doble, triple, colectiva. Decían que era por nuestro bien, para que fuéramos señoritas, recatadas, de buena familia, respetables.

Ni respetables ni respetadas, evidentemente. ¿Quién se humilla cuando humilla? Vivimos en una sociedad donde la expresión sexual masculina es absolutamente obscena e invasora y la femenina es reprimida y cosificada. ¿A quién beneficia todo esto? ¿Al varón que no es obsceno pero que aprende a serlo para que su masculinidad no se ponga en duda? ¿De qué le sirve que lo perciban no como ser humano sino como una bestia que no puede controlar sus impulsos? ¿Y la mujer que no ejerce su sexualidad libre porque inmediatamente pasa a ser un objeto de mercado y le hacen creer que no es respetable ni digna? ¿Y la mujer que, después de mucho tiempo de soportar acoso, termina efectivamente abusada porque nadie le hizo caso cuando pidió ayuda? ¿Quién se beneficia con las dinámicas de acoso que seguimos reproduciendo al decir que “los varones son así” o que “las chicas deberían andar más tapadas”?

Una herida con pus no puede sanar.

Para que el tema del acoso sexual dentro de una institución religiosa educativa sea tema cerrado, tenemos que ponernos en acción. Hay mucho para limpiar. Hay que limpiar relatos y vivencias, asignar la responsabilidad que le toca a cada quien.

A todos los varones que pasaron por el colegio y que hicieron lo que quisieron con total impunidad y connivencia de parte de preceptores, docentes y directivos y que hoy son padres de familia, profesionales, influencers, “gente bien” de la sociedad posadeña (en parte por haber asistido a ese colegio), les queremos recordar que su rol en esta historia recién empieza. Es hora de hacerse cargo de todas las dinámicas interiorizadas y naturalizadas dentro del colegio y hacer lo que corresponde para no seguir reproduciéndolas. Se dice mucho que “la educación empieza por casa”. Es cierto. Y no solo la que se refiere a valores “tradicionales”. La educación sexual también. Empieza en la casa y se avala en las instituciones educativas. Asegurémonos, entonces, de enseñar y avalar el tratamiento con respeto, con información clara, sin tabúes, sin culpabilizar el descubrimiento y ejercicio sano y consensuado de la sexualidad, con empatía, con consciencia de los privilegios que tenemos (de género, de color de piel, de clase social) y que es necesario desconfigurar y reprogramar entre todos.

A las instituciones educativas, religiosas o no, que siguen pretendiendo enterrar bajo el manto del dogma todas estas experiencias, les pedimos que se hagan cargo de la responsabilidad que les corresponde. Cuando los padres envían a sus hijos a la escuela, los menores quedan bajo tutela del colegio. El colegio es responsable de cualquier cosa que les pase. Es inaceptable que, ante una situación de acoso, la institución no responda. Desde su lugar como institución educativa tienen que responder, no pueden naturalizar ni minimizar la situación, y mucho menos resguardarse y no actuar para no quedar expuestos y “que no se manche la reputación del colegio”. Son precisamente esas actitudes las que manchan la reputación del colegio.

Si la institución afirma que su función no solo es impartir conocimientos sino educar y formar en valores de manera integral, ¿qué nos está enseñando si, como les pasó a las chicas ahora y nos viene pasando a todas hace años, le pedimos ayuda y no hace nada? O peor: se hace a un lado para que todo el peso de la condena social caiga sobre los menores. O peor aún: obliga a víctimas y victimarios a seguir compartiendo el mismo espacio escolar para forzar una apariencia de normalidad. La formación integral que le corresponde impartir a la institución incluye y requiere sancionar a los menores que cometen el acoso (porque aunque la cometa un menor inimputable, la acción está mal y es reprochable legal y socialmente) y, sobre todas las cosas, hacerse cargo de su propia falta de acción, de sus falencias en materia de educación sexual para prevenir situaciones de esta naturaleza, y de su falta de respuesta ante el pedido de auxilio del alumnado en situaciones que requieren la intervención de un adulto.

Basta de criar acosadores. Basta de crear entornos de acoso naturalizado. Basta de demonizar y cosificar el desarrollo de la sexualidad y de obstaculizar el acceso a la información, a la educación.

Finalmente, a todas las personas que sufrieron o sufren aún situaciones de acoso naturalizadas por la institución educativa donde se formaron, les pedimos que sumen su voz. Somos aquellas a las que esperábamos. Dejemos de callar las dinámicas de acoso que nos imponen. Sigamos el ejemplo de las chicas del Roque y empecemos a transformar las instituciones desde adentro. Tenemos años, generaciones de vivencias para purgar y sanar, y los adultos que nos rodeaban tienen que asumir responsabilidad al respecto. La sociedad entera tiene que asumir responsabilidad al respecto. No es una tarea de individuos. No es responsabilidad solo de los menores. Es una tarea en equipo. Es asumir el rol de personas adultas, responsables y de confianza.

#NoNosCallamosMás


La carta abierta de ex alumnas fue publicada este viernes através de un blog, en donde buscan dar testimonio de las situación que vivieron en el Roque González y que fueron naturalizadas, por no encontrar espacios ni oportunidades para expresar lo que sentian dentro de las aulas.

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