El Conicet y Acumar desarrollan un biosensor para el monitoreo de calidad del agua que detecta contaminantes en menos de una hora

Por menos de un dólar y en media hora, "Rosalind", el biosensor para el monitoreo de calidad del agua puede detectar 15 contaminantes, incluidos metales y es de un uso y aplicación sencilla. Los investigadores buscan validarlo para el uso abierto de los distintos sectores.

Científicos del Instituto Leloir y Conicet avanzan en la adaptación y validación de un biosensor para el monitoreo de calidad del agua, que permite detectar la presencia de contaminantes en el agua que consumen los habitantes de la Cuenca Matanza-Riachuelo.

 

 

 

 

«Lo que hace el biosensor es detectar la presencia del contaminante por la producción de una molécula de una sustancia fluorescente; esa sustancia se ‘sintetiza’ si el contaminante está presente y se ‘enciende’ una luz verde«, describió a Télam Daiana Capdevila, líder del proyecto y jefa del Laboratorio Fisicoquímica de Enfermedades Infecciosas en la Fundación Instituto Leloir (FIL).

 

 

 

 

El biosensor es uno de los 147 proyectos seleccionados para financiar en la convocatoria «Ciencia y Tecnología contra el Hambre«, del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación, en el marco del Plan Nacional de Argentina contra el Hambre.

 

 

 

 

El proyecto es desarrollado por el equipo de Capdevila, ganadora delPremio Nacional L’Oréal-Unesco «Por las Mujeres en la Ciencia» 2020 en la categoría Beca por este biosensor,en cooperación con la Autoridad de la Cuenca Matanza Riachuelo (Acumar).

 

«Estamos poniendo el foco en la Cuenca Matanza Riachuelo por la posibilidad de contar con información que es útil para la validación y para pensar su uso concreto. Al ser Acumar una institución que no sólo se encarga del monitoreo constante sino que se propone garantizar el derecho al acceso al agua potable, trabaja con todos los sectores sociales; entonces la idea es hacer lo más abierto posible el uso del sensor y validarlo para distintos actores«, describió Capdevila.

 

Por sólo un dólar, y en media hora, el biosensor de Capdevila es capaz de detectar 15 contaminantes en agua, incluyendo metales como cobre, plomo, zinc y cadmio; varios tipos de antibióticos; y hasta elementos presentes en maquillaje.

 

Fue desarrollado durante el postdoctorado de la científica en la Universidad de Indiana, Estados Unidos, junto a colegas de la Universidad Northwestern y bautizado como «Rosalind» en honor a Rosalind Franklin, científica que cumplió un rol clave en el descubrimiento y caracterización de lo que hoy se conoce como ADN.

 

Consiste en un tubo con un polvo en la parte inferior que contiene el sistema bacteriano que funciona como sensor. Cuando entra en contacto con la muestra de agua, se «prende» -muta a color verde- si el agua tiene compuestos tóxicos, o queda del color original del agua si no hay sustancias contaminantes presentes.

 

«Es un sensor natural, lo cual hace que el costo sea más económico: aprovechamos el conocimiento que ya tienen las bacterias a lo largo de la evolución, para detectar estos compuestos peligrosos. Los sensores los obtuvimos de materias patógenas, como la bacteria que causa la tuberculosis, y le pedimos gentilmente a otras bacterias menos patogénicas que expresaran esta proteína. Todo esto lo podemos hacer porque hace más de treinta años tenemos buenas herramientas para insertarle códigos genéticos a bacterias que no son peligrosas«, explicó Capdevilla.

 

 

 

 

Ahora, la científica y su equipo trabajan para extender el uso de Rosalind para detectar diferentes contaminantes perjudiciales para la salud como arsénico, nitrato y plomo, y determinar si la muestra de agua analizada resulta apta para consumo humano.

 

 

 

 

«Los sensores de los nuevos contaminantes usan una tecnología un poco más nueva que la que utilizamos con Rosalind; se trata de una especie de ‘puré de células’ (lisados celulares) en lugar de las proteínas aisladas que usábamos antes; eso nos da mucha más versatilidad en el número de contaminantes a medir y en el rango de concentraciones a las que responde el sensor«, detalló.

 

 

 

 

«El objetivo es tener los sensores en el campo de acá a un año.Se trata de un sensor portable, rápido y barato, además es sencillo de utilizar«, añadió.

 

 

 

 

Capdevila señaló que «la falta de acceso al agua potable es un problema global y también afecta a un porcentaje de la población de nuestro país. Desde el principio me vengo enamorando de este proyecto que para mí es una evidencia muy fuerte de que hacer ciencia básica en Argentina puede ayudar a resolver problemas de las argentinas y los argentinos«.

 

 

 

 

Del proyecto también participan Sofía Liuboschitz, tesista de licenciatura, y Matías Villarruel, becario del Conicet, ambos integrantes del grupo de Capdevila.

 

 

 

La investigadora también realiza ciencia básica para aportar al desarrollo futuro de terapias eficaces contra las bacterias multirresistentes a antibióticos que figuran en la lista de prioridad de la Organización Mundial de la Salud: Enterococcus faecalis, Acinetobacter baumanii y Streptococcus pneumoniae.

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