Análisis semanal: La fractura expuesta del Frente de Todos y la paz de Misiones

El escrutinio provisorio lo había confirmado un par de horas antes, no era una derrota, era una catástrofe. El presidente Alberto Fernández acababa de reconocer el resultado, después ensayó algunas explicaciones que incluían al efecto devastador de la pandemia y ahora intentaba sembrar una semilla de optimismo con una arenga dirigida a la militancia. Dominaba el frente del escenario y las cámaras lo ubicaban en el centro de la imagen, pero la atención de todos estaba puesta unos metros más atrás, en la figura de Cristina que se valía de su lenguaje corporal para comunicar un mensaje mucho más potente que el de Alberto.

 

 

Con la cabeza gacha y la mirada clavada en el piso, la vicepresidente dejaba en claro que no la conmovía la arenga del compañero de fórmula que ella misma había elegido. Estaba disconforme, pichada diríamos en Misiones, y se esforzaba en que se notara.

 

Estaba claro que la derrota había profundizado la interna que siempre existió dentro del Frente de Todos, pero lo que siguió después no se lo hubiera imaginado ni el más laureado guionista de Hollywood. Seguir la actualidad política argentina de la última semana fue lo más parecido a una serie de Netflix que puede ofrecer la realidad, con única diferencia: del final de esta serie depende el futuro de un país.

 

Los hechos se fueron desarrollando con la lógica de los culebrones de televisión que se internan sin pudor en los terrenos de lo inverosímil para generar golpes de efecto cada vez más explosivos.

 

Hubo un primer intento de lavar los trapitos sucios en casa, pero duró poco, menos de 48 horas. En privado Cristina exigió cambios urgentes en el Gabinete, pero Alberto argumentó que eso debilitaría aún más su gestión. El presidente apostaba sus últimas fichas a un resultado menos malo en noviembre que le permitiera negociar en mejores condiciones.

 

Cristina no aceptó las razones del presidente. Ya había planteado sus diferencias con algunos aspectos de la gestión de Alberto y las PASO eran el último deadline que estaba dispuesta a otorgar. Desde su óptica Alberto había chocado la calesita, le había hecho perder parte de lo que consideraba su voto cautivo del Conurbano y no había más tiempo para dilaciones.

 

Redoblar la apuesta en el triunfo como en la derrota fue siempre la línea de conducta de la vice y esta no iba a ser la excepción. El presidente quería ganar tiempo para establecer alianzas internas pero Cristina no estaba dispuesta a dárselo.

 

Puede que ya no tuviera el favor del kirchnerismo, la pata más firme del Frente de Todos, pero al presidente todavía le quedan más de dos años de mandato y el dominio de la lapicera presidencial siempre es una buena herramienta para ganarse el apoyo de gobernadores e intendentes. En eso estaba Alberto, almorzando con el jefe comunal de José C. Paz, Mario Ishii, cuando se enteró de la seguidilla de renuncias de funcionarios K, entre ellos el ministro del Interior, Wado De Pedro.

 

Mientras Alberto diseñaba su próxima jugada, Cristina le dio una patada al tablero. Los portales y canales de televisión de todo el país hablaban de la rebelión kirchnerista. La primera reacción del entorno presidencial fue minimizar la jugada argumentando que en realidad todos los funcionarios habían presentado sus renuncias, pero los más cercanos al presidente no lo habían hecho público. Nadie compró ese buzón y en Casa Rosada debieron asumir que ahora la guerra era abierta.

 

En ese punto, el presidente y su entorno se enfrentaban a una disyuntiva delicada: fundar la línea interna del albertismo, algo que había jurado no hacer, y presentar batalla o retirar las tropas e iniciar una negociación en posición de inferioridad.

 

Como recomienda el estratega Sun Tzu, lo primero que hizo fue medir sus fuerzas. Para ello salió a buscar apoyo entre los gobernadores y en ese plan logró hacer desfilar por Olivos al sanjuanino Sergio Uñac, el menos K de los mandatarios provinciales peronistas, y al tucumano Sergio Manzur. Consiguió además el apoyo de buena parte de la dirigencia sindical.

 

 La estrategia era consensuar un llamado a la unidad, pero con la aclaración de que esa unidad debía ser bajo la conducción del presidente.

 

Como si no conociera a su exsocia política devenida en rival interna, Alberto salió a tantear el terreno. Como quien le tira una piedra a un panal de avispas a ver qué pasa, utilizó sus redes sociales en un intento por recomponer su debilitada autoridad y de yapa dejó algún que otro dardo para su vice.

 

“La altisonancia y la prepotencia no anidan en mí”, dijo dejando entrever que esos atributos sí anidarían en otra persona y luego agregó que “la gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente”, algo que para cualquier otro mandatario sería casi una obviedad pero que para este caso particular sonó como un desafío.

 


Como cada vez que le tiran una piedra, Cristina respondió con un misil. Publicó una carta en la que criticó con dureza la gestión de Alberto, a quien acusó de llevar adelante “políticas de ajuste” aclaró que en 19 reuniones realizadas en lo que va del año le pidió al presidente que hiciera cambios en la política económica y consideró que la derrota electoral se produjo por la falta de respuesta a esos pedidos.

 

Volvió a pedir cambios en el Gabinete, propuso al gobernador tucumano Carlos Manzur como Jefe de Gabinete,  acusó abiertamente al vocero presidencial, juan Pablo Biondi de orquestar operaciones de prensa contra ella y se ocupó de aclarar que nunca había pedido la renuncia del ministro de Economía, Martín Guzmán.

 

A Alberto le quedó claro que Cristina no iba a ceder ni esperar y finalmente optó por negociar. Aceptó avanzar en el recambio inmediato de funcionarios y la primera cabeza entregada en bandeja fue la que había pedido de manera específica Cristina, la del vocero presidencial Biondi.

 

Convocó a los gobernadores del Frente de Todos a una reunión para negociar lo que en realidad se estaba negociando con la vice. Horas después de la explosiva carta, estaba decidida la composición del nuevo Gabinete.

 

No hubo intercambio de rehenes, el kirchnerismo se quedó prácticamente con todos los ministros que tenía, salvo por el de Ciencia y Técnica, Roberto Salvarezza, que fue reemplazado por otro hombre cercano al kirchnerismo, el exministro de Educación de Cristina, Daniel Filmus. Incluso conservó su cargo el titular de la cartera de Interior Wado De Pedro, el iniciador de la catarata de renuncias.

 

Tal como sugiriera la vice, como Jefe de Gabinete fue designado Juan Manzur, con lo cual Alberto perderá en el día a día de la gestión a uno de los hombres de su mayor confianza, Santiago Cafiero, que saltará de avión en avión como nuevo ministro de Relaciones Exteriores.

 

Lo abrupto del recambio llevó a la Argentina a un papelón diplomático, puesto que el Canciller despedido, Felipe Solá, se enteró de la novedad cuando se aprestaba a participar de la Cumbre de la Comunidad de los Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que en Ciudad de México tenía previsto designar a Alberto Fernández como su presidente pro tempore.

 

Como consecuencia, Argentina se quedó sin representación en la reunión en la que debía asumir la presidencia del mencionado foro. Curiosamente a Solá le cayó el despido justamente cuando conseguía su primer logro de gestión después de haber fracaso en conseguir para Alberto la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF).

 

Otros dos exministros de Cristina asumirán en el Gabinete: Aníbal Fernández se hará cargo del Ministerio de Seguridad en lugar de Sabina Frederic (una de las apuestas del albertismo) y Julián Domínguez volverá a la cartera de Ganadería, Agricultura y Pesca y reemplazará a Luis Basterra. En tanto, el secretario de Políticas Universitarias, Jaime Perzyck irá a Educación en lugar de Nicolás Trotta.

 

 Lo más parecido a una victoria para el presidente fue el hecho de haber podido conservar a su ministro de Economía, Martín Guzmán y a Gabriel Katopodis, de Obras Públicas, ambos cuestionados desde el kirchnerismo.

 

Sin embargo quedó en claro que más allá de los nombres, lo que se impondrá al menos en los próximos 60 días es la receta que impulsa el kirchnerismo: emisión monetaria y redistribución. Las próximas medidas que anunciará el Gobierno van en ese sentido. La duda que queda es cómo repercutirán esas políticas en el mediano plazo, especialmente en dos aspectos esenciales, la inflación y la brecha cambiaria.

 

Hombres cercanos a Misiones

 

En el Gobierno misionero recibieron con agrado los nuevos nombramientos, especialmente por la presencia de tres hombres con muy buena relación tanto con el Gobernador, Oscar Herrera Ahuad, como con el conductor del Frente Renovador, Carlos Rovira. Se trata de Juan Manzur, Aníbal Fernández y Julián Domínguez.

 

El designado como Jefe de Gabinete  y Herrera Ahuad trabaron amistad cuando compartieron agenda en una gira en Estados Unidos hace poco más de dos años. En la oportunidad ambos mandatarios pudieron compartir su visión de federalismo, que la reiteran en cada una de las reuniones de gobernadores del Norte Grande.

 

Con Julián Domínguez y Aníbal Fernández la relación se remonta a los tiempos en que ambos eran funcionarios nacionales y les tocó coordinar con el Gobierno provincial diversos programas ejecutados en territorio misionero.

 

Desde el Gobierno provincial  confían en que estos tres funcionarios podrán aportar a mejorar el diálogo de Nación con las provincias, especialmente las que como Misiones no están aliadas al Frente de Todos ni a Juntos por el Cambio, y además puedan construir dentro de la fracturada alianza de Gobierno nacional una esfera de poder que se aleje de las prácticas arbitrarias de La Cámpora y del “falluteo” constante del albertismo.

 

Lo que buscan los misioneros en Nación son interlocutores razonables y que ofrezcan mayor confiabilidad de cumplimientos de sus compromisos.

 

Después del veto a la zona especial aduanera y del sorpresivo retroceso en la prometida reapertura del puente Tancredo Neves con fines turísticos, entre otros incumplimientos de la Nación con la Provincia, la relación de Misiones con el Gobierno de Alberto y Cristina no es la mejor.

 

Eso quedó reflejado en el proyecto de Presupuesto que el Ejecutivo envió esta semana al Congreso en el que Misiones aparece en el último lugar en cuanto a gasto público nacional y anteúltima en materia de inversión pública nacional (gastos de capital).

 

 

En materia de obras, el proyecto que envió el ministerio de Economía para su tratamiento legislativo incluye inversiones por 2.831 millones de pesos a desarrollarse en territorio misionero, bastante menos que los 9.193 millones presupuestados para obras en Chaco, los 4.465 millones para Formosa y que los 3.308 millones para Corrientes.

 

A los legisladores misioneros les llevará un intenso y delicado trabajo conseguir que el Presupuesto 2022 sea más justo para la provincia.

 

Desde el Frente Renovador lo tienen muy en claro y lo expresó el conductor de ese espacio, Carlos Rovira que a la hora de analizar los resultados de las elecciones PASO anticipó que “el Frente Renovador y continuará reclamando la ley de Zona Aduanera Especial, que fue aprobada por el Congreso de la Nación y luego vetada, y que significará generación de empleo, crecimiento económico, obras de infraestructura y todo lo que los misioneros necesitan para lograr el desarrollo pleno y la felicidad”. “Espero que el Presidente nos escuche, corrija su visión y mire a Misiones”, señaló.

 

Con menos herramientas políticas para llevar adelante estas gestiones aparecen los legisladores nacionales y candidatos a tal jerarquía de los demás frentes que competirán en noviembre con chances de llegar a una banca: el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, que estarán obligados a acatar las órdenes que bajan desde las conducciones nacionales de esos dos espacios, que más allá de las diferencias ideológicas comparten una visión centralista como denominador común.

 

De alianzas y rejuntes

 

En Argentina los gobiernos de alianza suelen terminar en crisis. Las mieles de la victoria disimulan las diferencias internas, pero las dificultades las vuelven a sacar a la luz. Cuando no hay más coincidencias que el cálculo electoral ni liderazgos que unifiquen, la alianza deviene en rejunte y el resultado es siempre el mismo.

 

Pasó con De la Rua y Chacho Álvarez, después con Cristina y Cleto Cobos y, con menos intensidad, también se vio durante los últimos dos años del Gobierno de Macri. Volvió a pasar esta semana con el panperonismo reunido en el Frente de Todos: los éxitos sostienen las amistades pero ante las primeras dificultades surgen las diferencias y deviene la fractura.

 

El peronismo se unió con la misión de derrotar a Macri, pero con visiones diferentes de cómo se debía manejar al país, especialmente en el plano de la economía.

 

Desde el kirchnerismo creen en la emisión monetaria y las políticas redistributivas como herramientas para dinamizar a la economía e interpretan cualquier mínimo esfuerzo por sostener algo de disciplina fiscal como un ajuste siempre perjudicial para la clase trabajadora.

 

Aunque están lejos del liberalismo ortodoxo, los integrantes del equipo económico de Alberto tienen una visión un poco más conservadora del asunto y mantienen una preocupación respecto al impacto que pudiera tener la emisión monetaria en la consistencia de la economía argentina.

 

Desde estas dos concepciones distintas surgieron dos interpretaciones diferentes de los resultados de las PASO. Desde el Instituto Patria y La Cámpora entienden que faltó eso que en la oposición llaman populismo y desde otros sectores del peronismo consideran que el presidente de “cristinizó” demasiado y eso espantó a los votantes moderados.

 

Elogio de la paz social

 

Cualquiera sea la explicación para la derrota, lo cierto es que el resultado de las urnas provocó una nueva fractura en una alianza de gobierno, lo que Argentina a esta altura ya es tradición.

 

En ese aspecto Misiones es una rareza, una mosca blanca. Desde hace casi dos décadas es gobernada por un frente que reunió a dirigentes provenientes del peronismo y del radicalismo, además de otros partidos menores.

 

La simbiosis fue completa, la alianza logró una identidad propia y hoy cuesta recordar qué dirigente provino de cuál partido.

 

La diferencia es que en este caso la alianza se fundamentó en principios políticos firmes, como la defensa del federalismo, y con convicciones claras como la necesidad de sostener un orden fiscal y evitar el endeudamiento que en otras épocas causaron estragos en la provincia, por citar dos ejemplos.

 

Otro de los valores fundacionales de la renovación fue la valoración de la paz social como elemento indispensable para cualquier construcción duradera.

 

Mucho antes de que la política nacional se partiera en dos bandos antagónicos de posiciones irreconciliables y arrastrara a toda la sociedad a la lógica del continuo enfrentamiento, el Frente Renovador de la Concordia ya reconocía el valor de la conciliación como elemento fundamental de la política al punto de dejarlo expresado en el nombre del frente.

 

Desde el gobierno misionerista imperó siempre el tono conciliador y el respeto al adversario político, pero lo que terminó asentando ese valor como característica del contexto provincial fue el voto del misionero que elección tras elección castigó a quienes intentaron traer a la Tierra Colorada la lógica de la grieta.

 

Otras provincias como Chaco, Tucumán, Salta o Chubut saltan de interna en interna y no tienen paz para gobernar en beneficio de la gente porque sus dirigentes viven enfrascados en disputas agotadoras los 365 días.

 

La estabilidad institucional, la seriedad y tranquilidad de la dirigencia son valores que no se tiene en cuenta en los momentos de paz, pero se extrañan en los momentos de crisis. La paz no necesariamente es el estado natural de las cosas, especialmente en un ámbito competitivo como la política, la paz debe construirse y ese es un trabajo que Misiones lleva adelante todos los días con notorios beneficios para la sociedad.

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