Erradicar el trabajo infantil también es cuestión de agua

La celebración del Día contra el Trabajo Infantil, este 12 de junio, permite reflexionar sobre la situación de cientos de miles de niños que no pueden educarse o jugar por tener que ir a buscar agua potable lejos de sus casas, una lacra que es necesario erradicar con la colaboración de todos.

 

El trabajo infantil es una lacra que priva a los niños y niñas de su derecho a la educación y el juego, los expone a abusos y violencia, refuerza ciclos de pobreza y profundiza en la desigualdad social. A pesar de la gran dificultad de contar con datos reales, ya que no hay registros oficiales de actividad de la infancia, se calcula que actualmente hay más de 160 millones de niños de entre 5 y 17 años que trabajan, lo que supone 1 de cada 10 niños del mundo.

 

Así lo pone de manifiesto el último informe elaborado por Unicef y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que alerta de que esta terrible situación, que afecta sobre todo a países en vías de desarrollo de África y Asia, ha empeorado además este año por primera vez en dos décadas, como consecuencia de la pandemia de coronavirus.

 

La situación es especialmente grave para algo menos de la mitad de estos niños, ya que 72,5 millones ejercen alguna de las peores formas de trabajo infantil, como esclavitud, trata, trabajos forzosos o reclutamiento para conflictos armados. Está es sin duda la cara más visible y cruenta de esta lacra, como demuestran las imágenes de niños soldado en países como Sierra Leona, o del uso de mano de obra infantil en operaciones mineras de extracción de diamantes o litio en lugares como la República Democrática del Congo.

 

De hecho, en las zonas de conflicto se estima que hay en torno a un 77% más de incidencia del trabajo infantil, lo que motiva el especial involucramiento de Unicef y otras organizaciones internacionales en países en guerra.

 

Sin embargo, hay una cara invisible del trabajo infantil a la que apenas prestamos atención: el trabajo doméstico. Y aunque esta es sin duda también una cuestión de género, ya que se calcula que las niñas dedican un total 550 millones de horas al día al trabajo doméstico, 160 millones de horas más que los niños de su misma edad, el problema está bastante extendido en toda la infancia más vulnerable, que se ve privada de la posibilidad de acudir a la escuela ante la necesidad de ayudar en casa.

 

Esta sobrecarga comienza en la primera infancia, con apenas 5 años, y se intensifica cuando los niños, y sobre todo las niñas, llegan a la adolescencia.

 

Una parte muy importante de este trabajo doméstico, como reconoce Unicef, es la recogida de agua. Los datos muestran que los niños de más de 80 países en vías de desarrollo viven en zonas con una vulnerabilidad hídrica alta o extremadamente alta, en las que no cuentan con servicios de agua potable o saneamiento cercanos al hogar, siendo las mujeres y los niños los responsables de la recogida de este preciado recurso, vital para que sus familias puedan beber, cocinar, limpiarse y sobrevivir, en el 71% de los hogares.

 

Además, para esa colecta de agua, de no siempre adecuados parámetros sanitarios, tienen que caminar en muchas ocasiones durante horas, lo que les hace ser más vulnerables a ataques, violencia, raptos o violaciones.

 

Según las estimaciones de la ONG WaterAid, en un día cualquiera, los niños y mujeres de todo el mundo dedican un total de 200 millones de horas a recolectar agua, una enorme cantidad de horas malgastadas en recoger y transportar agua que no solo supone un problema para la integración laboral de las mujeres, sino que también afecta a la integración educativa de los más pequeños; problema que es especialmente grave en las zonas rurales de los países en desarrollo, donde muchos de ellos pasan la mayor parte del día realizando tareas domésticas extenuantes, lo que limita el tiempo disponible para estudiar.

 

En total, apunta Unicef, 61 millones de niñas y niños en todo el mundo no van a la escuela por tener que trabajar.

 

Sirva como ejemplo la investigación realizada hace dos años por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Sierra Leona, que concluía que hay “cada vez más niños, y especialmente niñas, que están en la calle muy tarde por la noche o desde las cuatro de la mañana en busca de agua”, una situación que “aumenta su vulnerabilidad y contribuye a aumentar el embarazo en la adolescencia, el trabajo infantil, las altas tasas de deserción escolar y el bajo rendimiento educativo”.

 

Por todo ello, la propia Organización de Naciones Unidas (ONU) y Unicef, han instado a que, en un momento como el actual, en el que millones de niños y niñas corren aun más riesgo de tener que realizar trabajos infantiles, como consecuencia de la crisis de la COVID-19, todos (ciudadanía, administraciones, empresas, ONGs e instituciones académicas) trabajen de manera conjunta para acabar con esta lacra.

 

Y una vía relativamente rápida y segura de romper las cadenas que atan a millones de niños a las actividades domésticas y les alejan de una formación que garantice su futuro es apostar por acelerar el ODS 6 (agua limpia y saneamiento para todos), básico para conseguir el resto de los objetivos de la Agenda 2030, la hoja de ruta aprobada de manera unánime por todos los países de Naciones Unidas para erradicar la pobreza, combatir las desigualdades y promover la prosperidad, al tiempo que se protege el medio ambiente, y en la que “nadie se quede atrás”.

 

Y en ese camino hasta 2030, en esa hoja de ruta que aspira a ser la “oportunidad para que los países y sus sociedades emprendan un nuevo camino con el que mejorar la vida de todos”, los órganos que conforman Naciones Unidas, la Secretaría General, las organizaciones dependientes de la misma, o los propios Relatores de Naciones Unidas, tienen un papel que desempeñar.

 

En ese marco, es imprescindible que personalidades como estas, en teoría, expertos independientes que se integran en la ONU, y cuya misión principal es la de asesorar e informar públicamente sobre cuestiones y situaciones relacionados con los derechos humanos, centren su atención en urgencias como el trabajo infantil, que celebra ahora esta efeméride.

 

Y aunque hay un puesto específico para luchar contra el tráfico y la explotación sexual de niños, en tanto el ODS 6, acceso a agua limpia y saneamiento para todos, ha sido señalado como un objetivo transversal imprescindible para la consecución de cualesquiera otro tipo de derechos, otros Relatores, como el del derecho humano al agua y el saneamiento, o el del derecho al desarrollo, deberían coordinarse para buscar una solución multisectorial e integrada a una situación que hace peligrar seriamente la infancia de muchos niños, en vez de centrarse en debates estériles o ideológicos que carecen de sentido cuando existen estas urgencias.

 

Unicef lo tiene claro: según explican en la página que han lanzado con motivo de la celebración este 12 de junio del Día contra el Trabajo Infantil, hacer frente a este enorme reto exigirá “una respuesta integral, que ayude a cambiar las percepciones sociales, y que pasa por integrar a las empresas”. Y en este punto, el sector del agua puede jugar un enorme papel, colaborando en la expansión efectiva del derecho humano al agua y liberando a millones de niños del yugo que supone un abastecimiento y saneamiento ineficientes o inexistentes.

 

Tal y como explicaba el pasado mes de abril la directora ejecutiva de UNICEF, Henrietta Fore, “solo podemos lograr la seguridad del agua para todos los niños mediante la innovación, la inversión y la colaboración, y garantizando que los servicios sean sostenibles y resistentes a las perturbaciones climáticas”. Porque a pesar de los avances, aún queda mucho por hacer y solo lo lograremos si trabajamos juntos.

 

 

Fuente: Publicado por El Agora Diario

 

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