Se cumplieron seis años de Ni una menos

La marcha de Ni una menos del 2015 fue un antes y un después para las mujeres en la Argentina y en el mundo. Después de 30 años la convocatoria para pedir políticas que prevengan los femicidios se volvió una asamblea abierta para contar las historias de violencia de género. A partir de ahí la liberación de la palabra recorrió el mundo con el #MeToo y #YoTeCreoHermana.


Me abusaron. Me encerraron. Me mataron a mi mamá. Me acosaron. Me pegaron. Me lastimaron. Me dijeron cosas. Me incomodaron. Me violaron. Me dejaron temblando. Me callaron. Me asustaron. Tantas veces había escuchado las mismas historias. Tantas veces en una soledad incomoda que nadie parecía escuchar. O que rebotaba entre paredes sin oídos. Y marchas sin cámaras. Hasta que no fue una, sino que fuimos muchas las que dijimos juntas “Ni Una Menos”.

 

El 3 de junio del 2015 no se dijeron cosas que no sabíamos. Pero se dijo de formas que muchas más supieron que no les pasaba a ellas solas, que no tenían que aceptar lo que no querían y que si lo decían más fuerte, la palabra podía ayudarlas a vivir mejor que cuando solo quedaba la opción de tragar el dolor y las lagrimas.

 

La diferencia sustancial entre saber y decir es la palabra, no individual, no solitaria, no aislada, ni perdida, sino la palabra multiplicada por muchas mujeres que toman el poder de la palabra. Siempre se supo pero recién, cuando fuimos muchas, cuando estuvimos juntas, cuando el eco era tan grande que no se podía callar, se pudo decir tan fuerte que se convirtió en un viento que ya no tuvo freno.

 

El huracán Ni Una Menos viajó por todo el continente y tomo cuerpo en un lema que no solo repudia la muerte, sino que proclama la vida (Ni Una Menos, Vivas Nos Queremos) y despertó a otras que estaban calladas, no se animaban o se sentían aisladas, locas o únicas, en el dolor escondido de lo que les pasaba, pero “de eso no se hablaba” porque lo importante nunca era que pasaba una mujer, sino que pasaba en el mundo, como si el mundo no fuera de las mujeres, trans, travestis, no binaries y lesbianas.

 

Las palabras no se llegaron a decir por arte de magia, sino por la transformación que implicó el periodismo de género en Argentina, los Encuentros Nacionales de Mujeres rotativos por todo el país, la educación sexual integral que ya había entrado en las escuelas, la labor de las pioneras feministas, el cupo que habilitó las nuevas leyes en el Congreso y la plataforma que dieron las redes sociales y el hartazgo.

 

Después de tantos años de contar historias sobre violencia de género, de mostrar el dolor y de impulsar a las víctimas a no quedarse arrodilladas porque se podía salir adelante, de hablar hasta quedarse sin saliva y de escuchar hasta vomitar frente a la ausencia intolerable quienes gritaban por la niña perdida en las vías de donde nadie había querido escuchar sus aullidos, después de tanto, éramos, ese 3 de junio del 2015, tantas. Y de tanto a tantas hubo un salto igual a cuando se pasa de la anestesia a la acción.

 

La historia no era en vano y desembocó en ese presente que ya parecía una bisagra y que hoy, seis años después, podemos nombrar como una fecha que cambio a la Argentina. Pero no solo a la Argentina, también al mundo. La trayectoria de la lucha por los derechos humanos, el puntal de las Madres de Plaza de Mayo, de las Abuelas y de las Hijas de desaparecidas promovió la conciencia sobre el valor de los derechos humanos y la resistencia como un resorte ya aprendido.

 

La idea de movilización colectiva y no de liderazgo individual o merito personal también es un sello del sur del sur donde la construcción conjunta y la protesta como forma de lazo construyeron una voz potente que no se quedo en Twitter, ni en Facebook, ni en Instagram pero encontró en cada nuevo recurso una forma de multiplicar la potencia aprendida y de encontrar una potencia que ni siquiera se conocía.

 

La punta de lanza en Argentina no es azarosa, mucho menos en América Latina donde la represión a la protesta social -como se puede ver ahora en Colombia donde las mujeres, feminismos y madres son parte fundamental de la primera línea que pide mejor democracia y más igualdad de oportunidades- se multiplicó en Chile con las estudiantes saltando el metro y convertida en himno (con la inspiración de Rita Segato) en la canción de Las Tesis: “El Estado es opresor”.

 

El envión al fenómeno mundial de la liberación de la palabra desde el sur no es solo un punto cardinal. Es un punto político a la hora de nombrarlo. En todo el mundo los feminismos fueron creciendo como un movimiento, mucho más que una agenda de género, mucho más allá de la corrección política (que de política no tiene nada), todo lo contrario a lo que se quiere etiquetar como deber ser, sino como un deseo de ser quienes no nos habían dejado ser.

 

Ya no pedíamos permiso. Ni para decir, ni para ser, ni para marchar. Ni en la Argentina, ni en el mundo. Los acosos, los golpes, las humillaciones, las violaciones no eran exepciones, ni eran errores. Igual que se entendía la sistematicidad de las dictaduras como formas planificadas de disciplinar la rebeldía y las exigencias de distribución de la riqueza, se pudo comprender que la cultura de la violencia y la violación era (como el Plan Condor de desapariciones forzadas en Uruguay, Argentina y Chile) una estrategia de rapiña.

 

Por eso, no es azaroso, que Ni Una Menos haya emprendido el botón de encendido a las voces de las mujeres en México, Perú, Colombia, Chile, Nicaragua, Estados Unidos, Francia, España o Turquía. En Argentina la historia proponía la lucha en la calle y la narración del horror como forma de garantizar un Nunca Más a las dictaduras. Esa plataforma impulsó otro pacto de Nunca Más a la violencia machista.

 

Después del 2015 llego el boom de relatos con el hashtag #MiPrimerAsedio en Brasil y las repercusiones con #MiPrimerAcoso. En Perú también hubo marchas con Ni Una Menos. En Polonia las mujeres de negro hicieron un paro para que no se retrocediera en el derecho al aborto.

 

En Argentina el 19 de octubre del 2016 se hace el primer paro de mujeres por el femicidio de Lucía Pérez. La forma del paro se volvió mundial el 8 de marzo del 2017 y en 2018 inundó de violeta las calles de España. En Washington las mujeres recibieron al gobierno de Donald Trum con una enorme movilización de repudio por su misoginia.

 

En noviembre del 2017 surge el lema “Hermana, yo sí te creo” en España después del repudio por una sentencia condescendiente con los responsables de la violación colectiva de un grupo llamado “La manada”.

 

En Estados Unidos los reflectores de Hollywood no pudieron ocultar el efecto del Me Too, en 2017, a partir de la denuncia –y posterior sentencia- al denominado depredador sexual Harvey Weinsten. Pero la historia no comenzó ahí. Ni termino en el reino de las películas y series.


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