El presunto pacto suicida entre Lugones y Quiroga

Había pasado prácticamente un año del suicidio de su amigo, Horacio Quiroga, cuando Leopoldo Lugones ingresa al hotel El Tropezón, en el Delta del Tigre, vestido de riguroso blanco. Aquel viaje significaba para Lugones algo más que un tropezón, era una caída libre hacia la muerte: para este negro fin llevaba el célebre escritor en su maleta una buena dosis de cianuro, y encargó una botella de whisky.
Era la tarde del 18 de febrero de 1938. Un año antes, el 19 de febrero de 1937, hacía lo propio Quiroga: también provisto del potente cianuro de potasio (en ese tiempo de venta libre), decidió dar fin a su azarosa vida. Es que a Quiroga la sombra de la muerte le persiguió toda su existencia: desde que al nacer su padre se pegó un tiro en la cabeza en un accidente de caza, y luego que vio a su padrastro suicidarse frente a él con una escopeta, pasando por una bala que él mismo dirigió accidentalmente a su mejor amigo mientras limpiaba su revólver y le provocó el deceso, hasta el agónico fallecimiento de su primera esposa, Ana María, de quien borró todo recuerdo en vida, incluyendo sus fotos. A Ana María, una muchacha que conoció siendo estudiante en Buenos Aires, la convenció de ser su mujer y de ir a vivir a lo que él creería sería su pequeño paraíso terrenal en el medio de la selva misionera, en la localidad de San Ignacio, que conoció en un viaje que hizo justamente con Lugones (Quiroga entonces fue como fotógrafo). Pero pronto el infierno llegó a su microclima paradisíaco y la joven mujer de Quiroga un día se tomó el líquido con el que el cuentista revelaba las fotos y agonizó durante ocho días hasta morir. Tenía 25 años.
El caso de Lugones no era menos complicado: la relación con su hijo estaba muy tensa. Polo, su hijo, era un muchacho que de chico mostró inclinaciones malignamente perversas, como el de ultrajar gallinas hasta verlas morir en su propia sangre, y muchas atrocidades por el estilo. En síntesis, Lugones había engendrado un psicópata. Pero la personalidad de Polo fue resaltada en el gobierno de facto de Uriburu, donde fue nombrado por este en un cargo donde podría ejercer y saciar su sadismo sin restricción alguna, como jefe de la Sección de Orden Político de la Policía de la Capital, con su propia sala de interrogación y martirio. Desde esta posición, introdujo en Argentina uno de los peores elementos de tortura de la historia de la humanidad: la picana eléctrica, que él mismo desarrolló gozosamente.
La hija de Polo, de sobrenombre Pirí, fue una férrea opositora de los métodos de su padre, a tal punto que se unió a la Resistencia, alistándose en Montoneros. Por infortunio, la chica fue capturada en el llamado Proceso de Reorganización Nacional, en 1977. Cuentan que en plena sala de tormentos, antes de ser torturada y desaparecida en los vuelos de la muerte, les decía a sus captores, “Ustedes, delante de mi papá, son unos niños de pecho”.
Así es que Leopoldo Lugones llegó a una relación imposible con su hijo, a tal punto que un día le dijo: “Escribir “Lunario sentimental” y engendrarte fueron los dos peores errores de mi vida”, a lo que el hijo, malignamente le contestó: “No te preocupes, que no se te atribuye ninguna de las dos cosas”.
Pero la mayor complicación de Lugones padre con Lugones hijo surgió cuando el escritor se enamoró de una joven 34 años menor que él y sostuvo un romance con ella. Llegó a tanto la enemistad entre ambos que Polo lo amenazó: o dejaba a la chica, o le encerraba a él en un loquero y a ella en una celda. Y como hemos visto las atenciones de Polo en las detenciones no eran ni hospitalarias, ni confortables. Es por esta razón que muchos coinciden que Leopoldo Lugones se mató por amor, que lo hizo para salvar a su amada. No obstante, no deja de sorprender la fecha y en muchos círculos literarios se habla de un pacto suicida entre Quiroga y Lugones: un pacto que establecía que después que uno moría, el otro debería hacerlo un año después. Esta versión la sostienen algunos literatos, aunque Borges concluye que el suicidio fue por amor. La cuestión es que el 18 de febrero de 1938, casi exactamente un año después de la muerte de Quiroga, encontraron muerto a Lugones en su habitación. Y la explicación de la muerte de Lugones por amor que menciona Borges tiene sentido al leer su poema titulado elegía crepuscular: «Heroísmo de amar hasta la muerte,/ que el corazón rendido te inmolara,/ con una noble sencillez tan clara / como el gozo que en lágrimas se vierte».
Sin embargo, la cadena de suicidios no terminó allí, en noviembre de ese año, la gran poeta Alfonsina Storni, quien se dice que fue el amor imposible de Quiroga, se mataría ahogándose en el mar. También se suicidaron Darío Quiroga y Eglé Quiroga, la primogénita de Horacio. Y más tarde, el siniestro Polo Lugones, primero pegándose un tiro que no lo hirió de gravedad, y luego prendiendo una hornalla de gas para morir finalmente asfixiado.
A pesar de sus vidas tan atribuladas, Leopoldo Lugones y Horacio Quiroga dejaron obras literarias inmortales a la humanidad, y fundaron la Sociedad Argentina de Escritores, una institución que cumplió hace poco tiempo noventa años de vida y posibilitó la formación de cientos de escritores argentinos, además de organizar congresos literarios, presentaciones de libros, talleres y miles de conferencias en favor de la literatura argentina y universal.
Leopoldo Lugones pues, se llevó el secreto de su decisión final a la tumba. Sus últimas palabras -escritas en el hotel donde decidió dar fin a su vida- fueron: «Que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos.»
_ _ _ _   __ _
(* Por Anibal Silvero, Escritor)

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas