«El acto logrado: acerca del suicidio»

En medio de la segunda ola del Covid-19, situación altamente preocupante por el panorama de las grandes urbes de nuestro país en relación al sistema de salud, escuchamos a los médicos, enfermeros, camilleros, entre tantísimas otras profesiones, peleando por sus pacientes ante la inminencia de la muerte. Asimismo, los fallecimientos aumentan de forma alarmante, lo que libera una situación que va desde la impotencia para poder “evitarla”, hasta un descontento y miedo generalizado en la sociedad.

 

Pero… una situación es no poder hacer nada para evitar a la muerte, y otra muy distinta es cuando nos encontramos de forma trágica con personas que han decidido finalizar con sus vidas.

 

En estas últimas semanas y particularmente en nuestra provincia, hemos podido informarnos acerca de actos violentos y de suicidios, que no dejan de tener consecuencias: preguntas, sorpresa, familiares destrozados, una sociedad sorprendida, y un encuentro -otra vez-, con la muerte.

 

Freud, que atravesó las dos Grandes Guerras y sus consecuencias, posee en su variada obra un comentario brillante acerca de la muerte. El mismo está en una respuesta a una comunicación epistolar con Einstein. Pueden remitirse a “¿Por qué la guerra?” (1933) y, anteriormente a “De guerra y de muerte. Temas de actualidad” (1915). Parece que siguen siendo de actualidad, un centenar de años después. En el texto del ‘33, el matemático le pregunta al psicoanalista a qué se debe el apetito humano por la destrucción, cuya respuesta nos dirige al origen de la cultura, de la acción humana.

 

Este posee un germen violento: lo pulsional, que al ser llevado al exterior origina la violencia y al ser llevado al “interior” genera el sentimiento de culpa.

 

Ahora bien, la vida en sociedad, en la “cultura” parte de acuerdos simbólicos con el objetivo de una convivencia con legalidades que ordenan: el Poder Judicial, la ley, las prohibiciones, las religiones, la moral, etcétera. Hemos de destacar que, como Freud lo propuso en 1930, todos estos frenos a la satisfacción directa de la pulsión generan mucho malestar, con lo que convivimos (y a veces hasta generamos), en nuestros vínculos, relaciones, ambientes, etcétera. El fracaso del programa de la cultura, es el triunfo de los subrogados de la pulsión de muerte en la agresión o pulsión de destrucción con lo que también convivimos.

 

Acerca de ello, Lacan propone una agresividad constitutiva del psiquismo, pero una función tercera, que posibilita el corrimiento del plano meramente agresivo, por medio de la palabra. Al encontrarnos en el enfrentamiento del uno a uno, la lógica es “o es él, o soy yo”, y vemos como eso opera inclusive en las situaciones actuales en las cuales se ubica lo peligroso en el otro.

 

La palabra permite entonces, correrse de esa lógica por medio del diálogo, que Lacan toma de Sócrates. Entonces, conocemos que hay una constitución agresiva del humano, y vemos como persiste continuamente en las situaciones de violencia y maltrato de nuestro día a día.

 

Acerca del suicidio

¿Cómo pensamos entonces cuando esto se vuelve contra el yo propio, en el suicidio?. Hemos de decir que es un tema que merece ser tratado con mucho respeto, y también que debe ser hablado. La persona que decide poner fin a su vida, se encuentra sumida en angustia y en un sin sentido.

 

Ello no depende de “lo bien que se lo/a veía”, que son los primeros comentarios que uno puede escuchar ante la inminencia de ese acto. Con sin-sentido, me refiero a que hay ideales que funcionan a nivel psíquico permitiendo que la vida sea menos insoportable: ideas políticas, religiosas, logros científicos, culturales, y a ello hay que sumarle la importancia de los vínculos y las relaciones humanas.

 

El lazo social que en el ASPO se vio tan detenido, dando lugar a la virtualidad ante la que hubo aceptación y resistencias. No obstante, que alguien tenga “muchísimos amigos y familiares” y que mantenga las relaciones no es garantía de que ello pueda “contenerlo”.

 

Hay condiciones psíquicas, que junto a las inclemencias del destino, o contingencias más o menos felices, pueden decantar en intentos o el acto suicida.

 

Podemos pensar a nivel clínico desde Freud, que el acto suicida es direccionar toda esa agresividad pulsional contra el yo propio, mientras que con Lacan, lo que resguarda del acto suicida es la posición deseante del ser humano, frente a lo que cause su deseo.

 

Ahora bien, cuando este deseo está “dormido” (en otras palabras, nada logra conmover a la persona en el sentido de que disfrute o viva con/por/para algo u alguien), aparece la angustia en tanto última defensa subjetiva.

 

Claramente la aparición de la angustia no es igual en cualquier persona, una situación es un duelo, otra puede ser una fobia, y otra muy distinta es la particular situación en donde la existencia carece de algún sentido que la pueda orientar y que se produzca el “pasaje al acto”, en el cual se rompe la escena y se produce una identificación al objeto en tanto deyecto o escoria.

 

No es lo mismo por ejemplo un suicidio causado por un ideal religioso, que un suicidio causado por defender alguna causa, ni tampoco a uno por decisiones personales. Después de ello, nos topamos con el horror, con el dolor de los familiares y también con las culpas de “no haberse dado cuenta que pasaba algo”, dolor que se acompaña, no se juzga, y que se sostiene para permitir de ser posible, el duelo.

 

La inminencia de la muerte nos enfrenta a la castración, la muerte del otro nos remonta a la nuestra propia, la que portamos desde que el lenguaje nos parasita y debemos servirnos del mismo para relacionarnos y vivir en la cultura.

 

Sumado al dolor social que se propicia en un suicidio, enfrentarnos a la muerte que nuevamente nos deja desamparados ya que podemos hacerle frente con intentos que son soluciones momentáneas. Experimentamos esta sensación de desamparo… de inestabilidad, de incertidumbre frente a la vida y frente a la muerte.

 

Un psicoanálisis acompaña los decires que alguien se permite elaborar en algún momento de su vida. Fortalecer el lazo social, brindar espacios de atención y escucha son las propuestas de las políticas públicas.

 

Buscar a un profesional para la atención ante fantasías o ideas suicidas son una posibilidad de comenzar a trabajar estas cuestiones.

 

Poder hablar del suicidio se hace necesario y es la forma de intentar abordar hasta comunitariamente lo que nos interpela, nos conmueve y nos convoca, por más que algunos huyan intentando engañarse.

 

 

 

Por Franco Pozzobon (*)

 

(*) Lic. En Psicología, Psicoanalista.

Magister en Psicoanálisis (UBA). Doctorando en Psicología (UBA). Ex concurrente Hospital Psicoasistencial José T. Borda (CABA). Diplomado en Abordaje Clínico y Social de la Discapacidad (UCSF). Posgrados en Centro de Salud Mental N º 3 Dr. Arturo Ameghino (CABA), Hosp. General de Agudos Dr. Cosme Argerich (CABA) y Hosp. Psicoasistencial J. T. Borda (CABA) Autor de “Clínica y Teoría Psicoanalítica: Psicosis, Psicosomática, Subjetividad” (EAE, 2019), y “Un cuerpo inconveniente: lo psicosomático en psicoanálisis” (La Docta Ignorancia, 2020).

Publicó diversos artículos en Congresos y Jornadas. Docente en Universidad de la Cuenca del Plata y Universidad Católica de las Misiones. Realiza su Práctica Clínica en Posadas, Misiones. E-mail: [email protected].   Turnos al 0376-4251604.-

 

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