La fastidiosa ocasión en que Alfonsín le dio la espalda a Cortázar

Una gran emoción le embargó al eminente escritor Julio Florencio Cortázar cuando desembarcó aquel 12 de diciembre de 1983, después de diez años de ausencia, en Buenos Aires. Sobre todo porque se respiraba una fresca democracia, Alfonsín estaba a punto de asumir como presidente de los argentinos y volvían las libertades individuales después de muchos años de férrea dictadura.

 

Pero además, la emoción se suscitaba por reencontrarse con su querida Buenos Aires. Y junto con la ciudad, poder saludar a quienes en esos días llevaban la antorcha libertaria; quien más que él, se sabía, apoyaba ese tránsito de nuestro país al Estado de derecho. Duro fue el exilio para Cortázar, quien jamás renunció a su nacionalidad argentina como reclamo a la dictadura militar, que lo prohibió y lo persiguió.

 

Pero había otro factor emotivo, más conmovedor aún que los anteriores y con un cariz profundamente más delicado para sentirse sensibilizado: Córtazar se estaba muriendo.

 

Y en este trance que le tocaba transitar, reencontrarse con los amigos de toda la vida y poder dar su venia pública a los albores de la patria libre renacida, era muy significante.

 

De modo que el excelso escritor, enfermo de leucemia y con lo que él creía eran pocos meses de vida, esperó la carta de confirmación de la audiencia con Alfonsín, o alguien de su séquito… pero la invitación nunca llegó. En vano el autor de Rayuela creyó ver su nombre en la lista de invitados al Hotel Panamericano, donde se gestaba la nueva democracia, una mano negra e invisible lo borró cruelmente de la nómina.

 

¿Será qué pensaron los radicales que Cortázar era demasiado comprometido como para compartir una foto mientras germinaba el árbol de la democracia en Argentina?

 

La polémica se abrió después del desaire. La teoría más firme que se maneja es que le aconsejaron al presidente no recibir al escritor. El principal asesor para que suceda esta desatención, según varias versiones, sería el actor Luis Brandoni, quien fue nombrado entonces por Alfonsín asesor cultural.

 

¿Qué habrán pensado los primeros políticos que manejaban la nueva agenda cultural de Argentina en el último piso del Hotel Panamericano, frente al Obelisco? ¿Le habrá dicho Brandoni a Alfonsín que no convenía recibir a Cortázar, porque era un escritor demasiado de izquierda? ¿Le asesoraron que era políticamente incorrecto estrechar la mano o sacarse una foto con alguien que había llamado en un poema “hermano” al Che Guevara? (“Yo tuve un hermano/que iba por los montes/ mientras yo dormía”).

 

Sea como sea, más tarde en el tiempo, todos se lavaron las manos (con agua tibia) sobre esta grave omisión, aunque políticamente cargaron la culpa sobre la secretaria, quien terminó autoincriminándose. Esta versión “oficial” de la responsabilidad única de la secretaria según la mayoría de los análisis es poco probable. Durante treinta días el amigo de Cortázar, el senador Hipólito Irigoyen, trató con la secretaria de conseguir una cita. Asumir que hubo traspapeleo, que es lo que se adujo, cuesta creer, más pesa la idea que fue una decisión política. La cuestión es que Alfonsín no recibió a Cortázar, y nadie se hizo públicamente responsable por la triste desatención (Alfonsín dijo años después que le hubiera gustado conocerlo y Brandoni no reconoce su participación en la infame descortesía).

 

Irigoyen hizo todos los intentos que le fue posible para que Cortázar consiga una audiencia con Alfonsín, pero todo le fue negado. Avergonzado, cuando ya le comunicaron el ninguneo, el senador le contó apenado a su amigo sobre la resolución. Según cuenta Irigoyen, el gran novelista, con un gesto magnánimo, después de saber que no sería atendido, dispensó al presidente. «No es nada, hombre, visita más visita menos, lo que quisiera es que le fuera bien, que maneje bien el Gobierno…», dijo.

 

Cortázar era en Buenos Aires un mito viviente. Los jóvenes se peleaban en la calle para conseguir su autógrafo. Era aclamado en reunión donde llegaba: la gente lo amaba, y algunos lo idolatraban. Sin embargo, la cruda realidad es que en los treinta días que estuvo en Argentina no fue recibido ni saludado por Alfonsín, pero tampoco fue atendido por nadie del equipo político del presidente, o de la nueva democracia, o en su nombre. El primer gobierno de la vuelta de la democracia le dio la espalda al escritor en su última visita al país.

 

El 12 de enero de 1984 Julio Cortázar volvió a París. Exactamente un mes después, falleció.

 

El escritor Osvaldo Soriano, en el artículo titulado “Julio Cortázar: un escritor, un país, un desencuentro” expresó: “Estoy abatido por la muerte de Cortázar, por la tremenda soledad que lo rodeaba pese a los amigos; debe ser una ilusión mía, un punto de vista personal y persecutorio, pero era la muerte de un exiliado. El cadáver en su pieza, tapado hasta la mitad con una frazada, un ramo de flores (de las Madres de Plaza de Mayo) sobre la cama, un tomo con la poesía completa de Rubén Darío sobre la mesa de luz”. Y agrega: “El gobierno se tomó casi veinticuatro horas para enviar a París un telegrama seco, casi egoísta: ‘Exprésole hondo pesar ante pérdida exponente genuino de la cultura y las letras argentinas’”.

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(*) Por Anibal Silvero, Escritor

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