El rescate de Luis, una historia para ser contada

El hombre se había convertido en una figura sombría que vivía, solo y en estado de triste abandono, debajo de un árbol, en una cancha ubicada en la avenida San Martín, en el barrio Papini de Posadas. Dormía a la intemperie y allí permanecía, taciturno, mañanas y tardes, días y noches, ante la indiferencia social y la cruda vorágine del día a día. Así pasó Luis el invierno pasado, bajo un árbol, con sus recuerdos como única pertenencia, mientras tiritaba de hambre y de frío, resignado fatalmente a su condición de abandono.

No está claro desde cuándo estuvo en ese estado, hay gente que asegura que ya hacía un año completo. El hombre había perdido la fe en la sociedad, había perdido la confianza en la gente, y parecía que había perdido también la credibilidad en la transformación, en la posibilidad de lo nuevo. Pero en noviembre del año pasado comenzó a suceder la magia. La imagen de Luis en Facebook, subida por una vecina, suscitó muchos comentarios, pero también hizo descubrir el caso a otras personas. Por eso cuando Cristina Jara, empleada de Anses Posadas, se enteró del caso, pensó en dar un vuelco a esa historia. Consultó con el gerente de dicha UDAI, el abogado y dirigente político Mario “Pichi” Esper, y con su aprobación comenzó el operativo.

No era tarea fácil, la mujer en el primer encuentro intentó escudriñar la problemática del hombre en su propio habitat, pero Luis se negaba a hablar: había caído en el descrédito total. Sin embargo, a pesar de la dificultad de comunicarse con el hombre en una primera instancia, poco a poco el largo encuentro se fue convirtiendo en una pequeña luz y el individuo fue prestando atención y luego correspondiendo. Cuando habían pasado casi dos horas del monólogo de Cristina, Luis preguntó qué día era. 27 de noviembre, le dijeron. Una lágrima asomó en el rostro del hombre “…Hoy es mi cumpleaños…”, balbuceó.

 

En ese rato eterno donde Luis pasó del descrédito total a la luz de la esperanza, el compromiso de una pensión se había acentuado en el grupo de trabajo liderado por Cristina, quien junto a un compañero de trabajo Fabián y otros colegas de la Udai, se sintieron muy conmovidos por las últimas palabras que el hombre expresó cuando se marchaban ese día: “No me fallen”.

 

Los cambios comenzaron a gestarse a los pocos días, a la semana llegó un equipo del Registro de las Personas y le tramitaron el DNI (que había perdido). Pero faltaba lo más acuciante, lo más importante, el objeto que haría un click en su vida y en su situación: una pensión real y duradera.

 

Un día de diciembre, el grupo entró en conflicto con las vecinas del barrio. Habían ido movidos por la buena voluntad a limpiar el lugar, acomodar la basura, sanear el ambiente. Pero las señoras de la cuadra entraron en cólera. Al grito de “Usurpadores! Militantes! Peronistas!” amenazaban con incendiar las cosas de Luis, “Okupas, Camporistas!”, le gritaban desaforadas las señoras del barrio Papini. “Esa pensión no saldrá ni en diez años”, vociferó una vecina encolerizada. “Llévenle al viejo sucio a sus casas, peronistas de m..!”, espetó otra, ofuscada. Y entre todas llamaron a la policía. Por lo que el equipo de Anses tuvo que exhibir ante la fuerza su documentación y mostrar que estaban avanzando en una gestión comprobable de pensión del individuo. El operativo era totalmente oficial y tenía el respaldo de la UDAI. Pero además, nadie era dueño del terreno, por lo que la supuesta denuncia de las vecinas no tenía asidero legal. A los pocos días, en el tórrido mes de enero, se consiguió comenzar formalmente el trámite de pensión.

Finalmente, una mañana de marzo, en tiempo récord -45 días desde el inicio del trámite-, Luis recibió los papeles que le acreditaban la asignación por el sistema PUAM (Pensión Universal para el Adulto Mayor, con aportes, y con ese beneficio también tiene PAMI), en un sencillo acto donde estuvo Esper, Jara, y gente de Anses Posadas. Esa mañana, bajo el sol posadeño, Luis recuperó su dignidad. Abandonó su situación de calle y desde allí se reintegró a la misma sociedad que ayer le había dado la espalda.

 

El caso de Luis es real y verdadero, y es un ejemplo de que las buenas historias también existen y merecen ser contadas, aunque resulta llamativo que un acto solidario, sensible, de vocación humanitaria, puede ser vista por un sector social como algo abominable, como una aberración, como una acción reprochable.

 

Luis, con 68 años de edad, el 10 de marzo, cobró su primer haber jubilatorio, ya no vive a la intemperie y recuperó la relación con su hija, a quien había desconocido al caer en el abandono. Seguramente, en su vida actual, como hombre nuevo, deconstruido, resonarán diariamente las últimas palabras que el grupo de trabajo le dijo al entregarle la prometida pensión: “Viste Luis que no te fallamos”.

_ _ _ _ _ _ _ _ __ _ _ __

(*) Por Anibal Silvero, Escritor

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas