Carta del obispo de Posadas Juan Rubén Martínez: “Dios está en la pequeñez y la humildad”

En este último domingo de adviento ya estamos próximos a celebrar la Navidad, y uno de los ejes de la oración es la esperanza.

 

La espera y expectativa de los contemporáneos de Jesús en la llegada del Mesías, es actualizada por la liturgia del adviento que nos prepara para este nacimiento. El Evangelio de este fin de semana (Lc 1,26-38), nos sitúa ante la Encarnación, el anuncio del Ángel a María.

 

Este es el gran misterio del amor que Dios ha tenido con la humanidad, el haberse hecho uno de nosotros. Jesucristo es el Dios hecho hombre, el Emmanuel. Y es en este misterio de amor que el «Sí» de María permite la Encarnación. Ese «Sí» es el «Sí» de la esperanza que debemos renovar los cristianos ante el pesebre de Belén.

 

Nuestro tiempo nos presenta situaciones exigentes. Un año complejo por la pandemia, el impresionante crecimiento de la pobreza y el desempleo, la pretensión de violar el primer derecho humano fundamental con la propuesta de la legalización de la eliminación de los niños y niñas por nacer y el crecimiento del narcotráfico.

 

En medio de estas situaciones la Navidad nos enseña a no olvidar lo importante. En Belén celebramos el nacimiento del Dios hecho hombre, nacido en la marginalidad de un pesebre. Esto nos permite comprender el lenguaje de Dios. Las grandes respuestas las podremos dar desde la sencillez, lo pequeño y lo humilde.

 

La Navidad es un tiempo de gracia que nos puede llevar de regreso a la Casa del Padre. Es cierto que nuestro tiempo tan consumista nos puede jugar en contra.

 

Lamentablemente dicho consumismo usa las fiestas fundamentales como la Navidad y las vacía de contenido. ¿Cuántas familias se reúnen, festejan y se olvidan el sentido y el porqué del festejo? ¿Cuántos saludos de fin de año y deseos de felicidad, que siguen marginando a Jesús?

 

Es cierto que hay quienes no creen en nada o bien grupos religiosos no cristianos, pero la gran mayoría somos cristianos-católicos. También hay que decir que muchísimos no son practicantes de su fe. Lo cierto es que hay mucha religiosidad y nuestra cultura es especialmente religiosa y tiene una importante raíz católica.

 

Pero cuántos no practican y desconocen básicamente los contenidos de la fe que profesan. La Navidad es un tiempo apropiado para volver a la Casa del Padre. La fe necesita ser compartida y requiere nuestro compromiso y búsqueda de comunión con otros hermanos que están en el mismo camino.

 

El pesebre nos ayuda a convertirnos, nos permite comprender que no necesitamos mucho para ser amigos de Dios. Ante el pesebre descubrimos la pequeñez, la necesidad de la humildad, la grandeza y la esperanza.

 

La fe tiene una necesaria dimensión comunitaria, por eso el Señor fundó su Iglesia. Eligió a los Doce Apóstoles de entre los que lo seguían. Al Apóstol Pedro le dio una misión singular: «Y yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos, todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo» (Mt 16,18-19).

 

Nuestro tiempo caracterizado por el consumismo tiende al individualismo y por lo tanto es subjetivista. Hay una fuerte tendencia en los cristianos influidos por la época a ir acomodando la fe al propio parecer, a los propios afectos y criterios.

 

Hay una fuerte tendencia a adecuar la propuesta de Cristo a lo que nos parece, porque su propuesta es exigente. Pero ante el pesebre podemos redescubrir que el camino que Él nos propone es el que nos permitirá ser realmente felices.

 

Ya próximos a la Navidad es importante señalar que solamente podremos volver a Dios revisando nuestra vida y cambiándola a través de actos concretos en las realidades que nos tocan transitar, para así poder potenciar nuestros dones y confiar en que podemos mejorar.

 

En esta Navidad participemos de las distintas celebraciones litúrgicas, coloquemos un pesebre en nuestros hogares y recemos juntos, en familia. ¿Rezar? Sí rezar juntos. Seguramente la oración nos permitirá descubrir un nuevo sentido al encuentro familiar y con nuestros amigos.

 

El colocarlo a Jesús en el pesebre de nuestro corazón y de nuestras familias nos permitirá augurar tiempos mejores. Ante la proximidad de la Navidad pido a cada familia y a todos, especialmente a los que están solos, presos o enfermos, que preparemos nuestro corazón en la esperanza, porque el Niño Dios está por nacer.

 

Les envío un saludo cercano y ¡Feliz Navidad!

Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.

 

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