La historia del misionero que viajó sin nada a Buenos Aires, apostó por su carnicería y hoy disfruta de tener su casa propia 

Juan Marcelo tiene 45 años y llegó desde Eldorado a la entonces villa Rodrigo Bueno en Capital Federal. Con su hermano instaló una carnicería en la que trabaja los siete días de la semana. Ahora, él y su familia fueron beneficiados con uno de los departamento del Plan de Urbanización . Una vida que inspira y el mensaje que con esfuerzo se pueden cumplir las ilusiones.

 

Juan Marcelo González (45) se emociona viendo todo lo que logró. Solo él conoce la dura vida que atravesó hasta llegar adonde está sentado: el sofá rojo en la sala, sobre un piso con cerámica, paredes pintadas, cortinas que relucen por el sol que ingresa a toda la casa. Su casa. Para muchos, parte de las comodidades normales. Para él, apenas un sueño durante años. Y hace apenas ocho semanas se hizo realidad.

 

Sin saber bien qué buscaba, a los 17 años dejó Eldorado, la localidad de la provincia de Misiones donde nació y emprendió rumbo a Buenos Aires. Llegó a una pensión del barrio Flores y consiguió trabajo como repositor en un supermercado de Parque Avellaneda.

 

 

En Buenos Aires lo esperaba su hermano mayor, llamado Diego Armando, quien desde hacía un tiempo vivía en el Barrio Rodrigo Bueno de la Costanera Sur, y le propuso que se mudara con él para abrir juntos una carnicería. Lo hicieron y la bautizaron “San Expedito”, en homenaje al santo de las causas justas y urgentes, a quien tantas noches elevó sus plegarias.

 

No fue fácil, pero acá te dan esperanzas y muchas más ganas de seguir adelante”, reconoce. Al mudarse a la entonces Villa Rodrigo Bueno vivió en una pequeña casa ubicada en “una zona de cota, al borde del fluvial que estaba en medio del barrio” y al lado de un “cementerio de autos oxidados”.

 

En esos años, cuenta, “mucha gente estaba empezando a mudarse a ese sector y los cables del tendido eléctrico no daban abasto. De día estaba todo bien, pero a la noche, cuando todos volvían a sus casas, se prendían los aparatos y se cortaba el suministro de luz”, lo que dificultaba llevar adelante su emprendimiento.

 

Así fue su vida por más de 18 años. Pese a las adversidades, apostó por tener una mejor calidad de vida. El deseo se hizo realidad hace dos meses cuando su familia fue seleccionada para habitar en una de las viviendas del Plan de Urbanización del barrio que encara el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

 

Hoy disfruta de todo: la casa y sus amores: su esposa Gisel Ramos, a quien conoció en el viejo barrio y se enamoró a primera vista, y su pequeña beba Valentina, de un año y medio.

 

Los primeros meses del embarazo de la mujer fueron difíciles porque aún vivían en aquella casa ubicada en una zona muy expuesta a peligros. “Se nos complicaba porque además muchas veces éramos discriminados”, admite, mientras muestra con orgullo el flamante hogar con dos cuartos luminosos.

 

Desde el día de la mudanza nota el cambio radical en su cotidianeidad: “Nos cambió literalmente la vida. Es una bendición. Estamos más que contentos porque estamos en un lugar privilegiado, tenemos todo al alcance. Vivir en un lugar así dignifica a las personas porque tenemos todos los derechos y vivimos como debe vivir un ser humano; si el Estado no está presente es muy difícil”, admite y explica que hoy tienen agua potable y cloacas por primera vez.

 

Sobrepasado por su felicidad, alienta a quienes siguen esperando por su propia casa: “Hay que tener fe. Nosotros somos muy creyentes y le pedimos a Dios salud porque lo demás con trabajo y esfuerzo se logra”.

 

Mientras mira a su pequeña, aclara que “por ahora no tenemos pensado agrandar la familia” y evitando cuestionamientos por la casa explica que “¡no nos regalaron nada! A la casa la vamos a pagar”.

 

El barrio es parte del proyecto de integración social y urbana que fue analizado en conjunto con los vecinos y derivó en la construcción de 612 viviendas nuevas, el mejoramiento de las que quedaron en el barrio histórico, la provisión de infraestructura básica (agua corriente, electricidad, cloacas y pluviales) y la apertura de calles y pasillos.

 

Todas cuentan con calefones solares (para reducir el consumo de energía) y lograr un aprovechamiento inteligente de los recursos naturales y disminuir el impacto ambiental.

 

Sobre su trabajo, Juan Marcelo dice que es una tarea un poco esclavizante ya que su día se inicia a las 4 de la mañana, hora a la que llega a Mataderos, donde compra la carne, que venderá hasta las 13:00. Luego de unas horas de descanso, volverá a abrir de 18:00 a 21:00, de domingo a domingo. “Pero no me quejo. Lo único que pido es que haya trabajo”, implora.

Actualmente, en el barrio Rodrigo Bueno funciona también Vivera Orgánica, un proyecto encabezado por 15 vecinas junto al Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat, que comenzó como huerta comunitaria y que luego se inauguró como un espacio de trabajo autogestivo, donde cultivan alimentos y plantas orgánicas que ya comenzaron a comercializar y les permite tener un ingreso sostenible.

 

En el lugar, se inauguró un playón gastronómico que busca potenciar los emprendimientos de los vecinos y fortalecer el desarrollo económico del barrio mediante la integración con el sector privado, la formalización de comercios y la empleabilidad.

 

En Rodrigo Bueno, hasta el mes de noviembre, 233 familias se mudaron a los nuevos edificios: 14 complejos de cuatro pisos. La casa de Juan Marcelo y Gisel está a dos cuadras de la carnicería, pero sueñan con poder tener su emprendimiento en la planta baja de los mismos edificios, donde hay locales disponibles.

 

Otro proyecto de urbanización similar se realizó en el barrio Playón Chacarita donde hay 513 viviendas distribuidas en 9 manzanas donde viven 2.764 personas en el sector delimitado por las calles Fraga, Teodoro García, Céspedes y avenida Triunvirato.

 

 

Fuente: Infobae

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