Los nazis en Misiones: Bormann en San Ignacio, Hitler en Oberá y más rastros en Posadas

El Juicio se realizó entre el 20 de noviembre de 1945 y el 1 de octubre de 1946. Estuvo dirigido por un Tribunal Militar Internacional que juzgó a 24 de los principales dirigentes supervivientes del gobierno nazi capturados y de varias de sus principales organizaciones en ausencia.

Muchos de los fugados, reales o míticos, estuvieron o pasaron por Misiones.

El juicio de Núremberg

 

Nazis en Misiones

El abogado Hugo López Carribero, un especialista en recuperar la historia de los jerarcas nazis fugados de Alemania, describió que “en 1960, las potencias de la Segunda Guerra Mundial en proceso de recomposición, tomaron conocimiento de que al sur de Brasil, recorriendo primero las tierras coloradas de Misiones, y cruzando el Río Uruguay, se encuentra la localidad brasileña de Candido Godoi, donde conviven 136 mellizos.

En ese municipio, se encuentra la capital mundial de los gemelos, y se estima que Josef Menguele, también conocido como el médico de la muerte y fiel seguidor de Adolph Hitler, quien realizó experimentos con detenidos en el campo de concentración y exterminio, y también posteriormente con los gemelos ubicados en dicha zona.

Dentro de la selva misionera, en San Ignacio, se intuye que los orígenes de dos extrañas viviendas, habrían sido habitadas por jerarcas nazis, como el mencionado médico de la muerte, así como también Martín Bormann.

La casa de Bormann en Teyú Cuaré, San Ignacio

 

La población misionera alega expectante, que se ha visto pasar a Josep Menguele vestido de veterinario por la zona, y de esta forma habría avanzado con su delirante plan de mejorar la raza humana, como aspiraba Adolf Hitler.

Por otro lado, algunos documentos indican que Hitler compró algunas tierras en la provincia de Misiones en 1941, para ser utilizadas como lugar de refugio o tránsito y pasar plenamente desapercibido.

En el año 1945, con la derrota de Hitler en la segunda fuera mundial, finalizó el régimen del tercer Imperio Alemán, y comenzó la búsqueda de los criminales nazis en todo el mundo.

Por tal motivo, los nazis se alojaron entre otros países del mundo, en la Argentina, más principalmente al norte de Buenos Aires, en Córdoba, y como ya se dijo, en Misiones”, relató el especialista Carribero.

 

¿Hitler en Oberá?

Enrique Ortiz quien formó parte de una investigación realizada en 2016. Contó en Radio Municipal que tras haber hecho una exhaustiva pesquisa contratados por el canal History  Channel e historiadores de la BBC Mundo hay testimonios concretos de que Adolf Hitler estuvo en Misiones e incluso junto a un hijo que residía en Oberá. Las historias se ven reflejadas en la segunda temporada de la serie “Persiguiendo a Hitler”, donde se presentaron nuevas teorías que revelarían que el líder nazi fingió su muerte, con nuevas evidencias de lo que pudo haber sido su escape hace más de 70 años.

Ortiz contó que fue contratado como investigador por la gente de History Channel y de la BBC que trabajan sobre los archivos desclasificados del FBI respecto a las hipótesis que sostienen que Hitler no murió sino que huyó hacia la Argentina.

“Luego que hallamos a este hombre que su padre fue chofer de Martin Bormann, uno de los jerarcas nazis que habría huido a la Argentina después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, comenzamos a hablar con mucha gente pero nos encontramos que todavía hay mucho miedo en las comunidades pequeñas como Montecarlo, Santo Pipó, Alem e incluso Oberá”, explicó Ortiz.

Continuó su relato contando que en esta nueva entrega de la saga que se filmó en un 80 por ciento en Misiones se pasa de las hipótesis a los testimonios y las pruebas. Habló de los pobladores que contaban que la hija de la cocinera de Hitler estuvo en Misiones y cómo hicieron para que se produzca su llegada a través de un convenio de cooperación que existía con el entonces gobierno liderado por Juan Domingo Perón.

“En esta oportunidad se conocen apuntes que nunca la habían dado a la prensa. Una familia de Oberá tenía una foto que ahora está siendo peritada. En esa foto ves que supuestamente está un hombre que es Hitler. La ves y decís si es. Ahora están haciendo los análisis digitales para comparar los rasgos de la cara».

«Pero el dato importante es que los defensores del nazismo de esa época en Oberá estaban en esa foto y decían que Hitler estuvo acá, que iba a las reuniones, que estaba custodiado por guardias alemanes y que tenía un hijo que de apellido Erhard.

Ese hombre que sería hijo de Hitler todavía tiene propiedades en Oberá. Ahora esta persona estaría en Gran Bretaña hace ya un tiempo bastante largo. Las propiedades están y están al día con las tasas municipales”, se explayó.

Sobre lo que se verá en la segunda entrega de la serie  “Persiguiendo a Hitler” adelantó que en el segundo capítulo se comienza a hablar de Misiones y que  casi el 80 por ciento de la segunda temporada se hizo en la tierra colorada. “No tiene nada que ver con la primer temporada. Hay testimonios reales, fotos y pruebas escritas.

Ellos tenían un plan B por si no ganaban la guerra y ya venían pensando muchos años antes lo que podía llegar a pasar. Por eso venían y crearon escuelas, hospitales, casas, fueron los mismos que los ayudaron en 1940. Mucho dinero que se envió antes. Familias muy acaudaladas que recibieron dinero para alojar a las personas que de alguna manera venían de Alemania hasta que tengan su lugar. Los tenían escondidos en un buen lugar…”.

 

Un misionero, chofer de  Martin Bormann

Emilio Zacher, un misionero de Santo Pipó, reaviva el mito sobre la presencia en la provincia de Martin Bormann, uno de los jerarcas nazis que habría huido a la Argentina después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial.

La historia oficial dice que Martin Bormann fue un oficial del ejército nazi, secretario privado de Adolf Hitler, y que supuestamente se suicidó el 2 de mayo de 1945, aunque su cuerpo jamás fue encontrado. Su presencia en Misiones siempre formó parte del mito popular que ahora se reaviva con el testimonio de Emilio Zacher, un mecánico retirado y ex personal de una de las yerbateras más grandes de la provincia en Santo Pipó.

Emilio Zacher

 

El testimonio de Zacher fue recogido por la televisión internacional en un reportaje en el que participaron investigadores e historiadores de trascendencia mundial.

Un vecino de la Santo Pipó y que fuera amigo íntimo de Guillermo Zacher, padre de Emilio (ya fallecido), dio a conocer la historia de esta familia que sin lugar a dudas es el centro de atención de documentalistas que tratan de obtener más datos y pruebas fehacientes de lo que muchos rumoreaban en la zona de San Ignacio y Montecarlo, pero que no se animaban a comentar por miedo a represalias de los fanáticos y seguidores del régimen de Adolf Hitler que aún en nuestros días existen.

“Ya era el momento de contarlo abiertamente y ustedes son mis amigos, mi papá si, fue el chofer de Bormann cuando llegó a Misiones. Tras el fin de la guerra estaba muy enfermo, pero le pagaba a mi papá con valiosos regalos como relojes de oro y otras cosas que ayudaron, porque años después puso su relojería y se dedicó a eso por todo lo que conservaba de aquella época”, relató Emilio Zacher, ante la mirada atónita de historiadores que llegaron desde Europa a conocerlo personalmente.

Muchos de los amigos que aún viven del padre de Emilio, “Don Zacher”, como lo conocían en Santo Pipó, sabían esta historia y de los costosos relojes alemanes de oro puro de principios del siglo 20 que los mostraba y guardaba celosamente en una vieja caja de madera, porque algunos de ellos, tenían grabado el viejo símbolo del nazismo y el nombre de uno de los hombres más buscados como lo fue Martin Bormann.

 

Más rastros de la presencia de nazis en el Teyú Cuaré

La existencia de un posible refugio para jerarcas nazis en la selva misionera, en la zona del peñón del Teyú Cuaré, en San Ignacio, desveló a un equipo de investigadores, que en el 2015 volvió a trabajar en el lugar y halló otros indicios que revelan claramente que las construcciones de piedra fueron ocupadas al menos por simpatizantes del régimen alemán.

La nueva incursión de los especialistas en la selva permitió encontrar elementos que abonan la teoría, pero todavía no son concluyentes. El hallazgo de otras construcciones en lugares cercanos hace suponer que no sólo se erigió una vivienda aislada del resto de la población y en un sitio de muy difícil acceso, sino que hubo una serie de edificaciones siguiendo un patrón arquitectónico que no se condice con el de la zona.

Es que en San Ignacio sólo los jesuitas utilizaron el asperón rojo para construir las reducciones, mientras que las viviendas de mediados del siglo pasado fueron levantadas con ladrillos.

La primera sorpresa fue el hallazgo de otra construcción de piedra de menor tamaño y fuera del Parque Provincial Teyú Cuaré. Ubicada en una zona desde la cual se puede observar el río Paraná escurriéndose hacia el Sur, la edificación no tiene las características de una casa. No mide más de 3×3 metros y cuenta con dos puertas enfrentadas y una ventana de gran tamaño con vista al río. A pocos metros, un pozo de agua con un prolijo brocal y un solado de piedra que, se supone, pudo haber sido el piso de una construcción de madera; y un colector pluvial de cemento, algo atípico.

Después de un día de trabajo en el lugar, uno de los integrantes del equipo advirtió que una de las piedras estaba fuera del nivel. Apenas lograron retirarla, se encontraron con una oxidada lata de dulce de membrillo que principios de los años 40. En el interior, había dinero argentino de la época, una postal del encuentro entre Benito Mussolini y Adolf Hitler y un recorte de diarios con la imagen de un soldado alemán con la cruz esvástica. Además había otro recipiente menor, de un callicida de origen alemán, que contenía una moneda de 50 Reichspfennig (Alemania, 1942), dos monedas de una Corona (República Eslovaca, 1940), una moneda de un Dinar (Yugoslavia, 1938) y una moneda de un centavo argentino acuñada en 1939.

Schávelzon no descarta que el propietario de esos objetos haya sido algún soldado integrante del ejército alemán que luego emigró hacia Argentina y terminó recluído en la selvática Misiones, quizás con la misión de vigilar uno de los accesos a la enorme y lujosa vivienda que se había construido en una zona que está «custodiada» por dos peñones.

«Creemos que esta lata era de alguien que guardó sus recuerdos de cuando era joven, entre ellos monedas de los lugares donde estuvo durante la Segunda Guerra Mundial», se entusiasma. En una anterior visita al lugar ya habían encontrado monedas de origen alemán que datan de entre 1938 y 1944. «Con esto corroboramos la presencia del nazismo», asegura.

Los rastrillajes y excavaciones se realizaron también en la zona donde está la denominada «Casa de Bormann» por los lugareños. Además de hallar vestigios de pequeñas construcciones de piedra en los alrededores, se toparon con un tajamar que -se cree- fue levantado para dificultar el acceso desde el río. «Hicieron esta represa de cien metros con las mismas piedras que se utilizaron para la casa y plantaron árboles frutales en los alrededores», detalló el investigador según publica el diario Clarín.

 

Edmundo Kiczka, el médico de Posadas que fue paracaidista en el ejército de Hitler

El médico Edmundo Kiczka vivió en Posadas hasta enero del 2014, cuando falleció. Se lo recuerda por su gestión en Calidad de Vida del municipio y gran defensor de la ecología. Hijo de padre polaco y madre alemana, justamente por esta razón lo hicieron ingresar al ejército alemán cuando tenía 16 años y Polonia había sufrido la invasión de ese país.

Cuando terminó la guerra tenía 20 años. Había sido paracaidista y no le tenía miedo a la muerte porque vio a muchos caer en las batallas, especialmente en el invierno del 43, frente a Moscú, donde su compañía fue aniquilada, de 168 se salvaron 10, y él estaba entre los sobrevivientes.

En vida decía que el ejército alemán no había cometido atrocidades en los campos de concentración, sino que habían sido los integrantes de la policía secreta. Recién en el 2.002 se enteró que su padre, que era alto funcionario de la policía polaca había sido asesinado en Rusia, donde miles de polacos «habían sido llevados de esclavos por judíos rusos».

El informe de la CNN sobre Kiczka

 

El juicio de Núremberg

El 20 de noviembre se conmemoró el 75° aniversario de uno de los procesos más importantes de la historia, en el que las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial juzgaron a los derrotados y sentaron las bases del derecho internacional.

Más de 250 corresponsales de prensa de todo el mundo se agolparon durante la mañana del 20 de noviembre de 1945 en el Palacio de Justicia de la ciudad de Núremberg, en Alemania. La mayor guerra en la historia de la humanidad acababa de finalizar, dejando 60 millones de víctimas y al continente europeo en ruinas.

Por primera vez, los países vencedores juzgarían a los vencidos a través de un Tribunal Penal Internacional.

“El privilegio de abrir el primer juicio de la historia por crímenes contra la paz del mundo impone una seria responsabilidad. Los agravios que buscamos condenar y castigar han sido tan calculados, tan malignos y tan devastadores, que la civilización no puede tolerar que sean ignorados, porque no podría sobrevivir si se repiten”. Robert H. Jackson, fiscal norteamericano.

La designación de aquella ciudad bávara como sede no fue casual: allí se promulgaron las leyes raciales de 1935 y tuvieron lugar las grandes movilizaciones del partido nacional-socialista. No menos importante, Núremberg era la única ciudad alemana cuyo Palacio de Justicia quedaba en pie, y disponía de una antigua prisión para los reos. En un hotel cercano podrían alojarse las delegaciones aliadas y los periodistas.

Eurpoa destruida en la Segunda Guerra Mundial

 

La idea de enjuiciar a los nazis surgió en noviembre de 1943, durante la Conferencia de Teherán, el mejor momento para los aliados desde el inicio del conflicto. Era el primer encuentro entre el presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt, el premier británico Winston Churchill y el líder soviético Iosif Stalin.

La victoria de Stalingrado permitió a los rusos avanzar hacia el oeste. Los occidentales ya habían expulsado a los alemanes en el norte de África y logrado desembarcar en Silicia e Italia continental. El final de la guerra era cuestión de tiempo; el ambiente, inmejorable.

Stalin propuso, una vez que cayera Berlín, ejecutar al grueso del ejército, unos 50.000 oficiales alemanes. Roosevelt le respondió con una broma: “En vez de ejecutar sumariamente a cincuenta mil oficiales, deberíamos fijar un número menor… ¿no podríamos decir cuarenta y nueve mil quinientos?”.

Los soviéticos querían resarcirse de algún modo: durante la guerra cayeron cincuenta rusos por cada estadounidense. En el frente eslavo-germano, la mayoría de las víctimas fueron civiles, que sufrieron una crueldad absurda por parte de ambos bandos.

Los occidentales, que no atravesaron niveles tan profundos de horror y se veían a sí mismos como paladines de la libertad y la democracia, propusieron realizar un juicio y otorgarle a los acusados la posibilidad de defenderse con garantías procesales. Esto era algo que los nazis nunca hicieron con sus víctimas: a los ojos del mundo, una manera de demostrar superioridad moral, sin anhelos de venganza.

 

El juicio

El Tribunal estaría compuesto por cuatro fiscales, cuatro jueces titulares y cuatro suplentes, uno por cada potencia aliada: Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Soviética y Francia.

Cada asiento de la sala contaba con unos auriculares y un dispositivo que permitía elegir entre cuatro idiomas: inglés, francés, alemán y ruso, con lo que quedaba inaugurada la traducción simultánea. También fue necesario disponer de traductores de polaco, ucraniano, checo, yidis y húngaro.

El fiscal norteamericano Robert H. Jackson leyó aquel martes el Acta de Acusación contra 24 jerarcas, donde se determinaron los delitos que se les imputaban:

-Crímenes de conspiración: participar de un plan o conspiración común para ejecutar delitos contra la paz.

-Crímenes contra la paz: Planear, preparar, iniciar o dirigir una guerra de agresión, con violación de los tratados internacionales, acuerdos y garantías.

-Crímenes de guerra: asesinatos civiles, ejecuciones de prisioneros de guerra y rehenes, robo de bienes públicos y privados, destrucción de objetivos no militares, deportación de población civil.

-Crímenes contra la humanidad: Persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos. Exterminio, asesinato, esclavitud, deportación o trato inhumano a la población civil.

Los acusados fueron Adolf Hitler, Heinrich Himmler, Joseph Goebbels y Martin Bormann ya estaban muertos. De los nazis que quedaban, los más conocidos era el número dos del régimen y jefe de la Luftwaffe, Hermann Goering; el ministro de Relaciones Exteriores, Joachim von Ribbentrop; y el secretario de Hitler hasta 1941, Rudolf Hess. Otros tenían grandes responsabilidades pero eran menos famosos, como el general de las SS Ernst Kaltenbrunner y el abogado Hans Frank.

El resto de los acusados en el juicio principal fueron Albert Speer, Alfred Jodl, Wilhelm Keitel, Karl Doenitz, Wilhelm Frick, Alfred Rosenberg, Fritz Sauckel, Arthur Seyss-Inquart, Julius Streicher, Walther Funk, Erich Raeder, Baldur von Schirach, Konstantin von Neurath, Hans Fritzsche, Franz von Papen, Hjalmar Schacht, Gustav Krupp y Robert Ley.

Pese a las críticas procesales, las atrocidades del régimen nazi eran demasiado numerosas. A medida que avanzaba el juicio, se acumuló una abrumadora cantidad de documentos, testimonios y fotografías que acrecentaron la indignación pública.

Se determinó que Alemania violó 36 tratados internacionales en 64 ocasiones y que la transformación de su economía con fines bélicos comenzó en 1935.

Las víctimas denunciaron crímenes cometidos contra la población civil sobre las regiones ocupadas, que incluyeron fusilamientos, muertes por hambre, ejecuciones, torturas, experimentos, golpizas, falta de higiene, detenciones sin proceso, trabajos forzados y esclavitud.

Hubo ciudades y pueblos masacrados enteramente en Polonia, Checoslovaquia, Italia, Bielorrusia, Grecia y Yugoslavia. Un modus operandi usual de las SS consistía en encerrar a la población dentro de un granero, incendiarlo y dispararles a los que intentaban escapar.

También se demostró la deportación masiva de civiles y la brutalidad durante el transporte de los mismos, el robo de bienes privados, víveres, bienes de capital y materias primas, la destrucción y el saqueo de templos, galerías de arte y museos.

La creación de campos de concentración y el exterminio organizado de grupos humanos generaría más juicios y condenas. Se le atribuye al régimen nazi la escalofriante cifra de 6 millones de víctimas judías y 11 millones de muertos entre civiles soviéticos y polacos, prisioneros de guerra, gitanos, discapacitados, homosexuales y otras minorías.

Muchos gobiernos cometieron crímenes e incurrieron en abusos durante la Segunda Guerra Mundial, pero no todos desarrollaron un plan de exterminio tan sofisticado como lo hicieron los nazis, cuyo grado de barbarie resultó injustificable.

 

La sentencia

Antes de que los jueces dieran su veredicto, Albert Speer, Baldur von Schirach y Hans Frank se mostraron arrepentidos.

El tribunal sentenció a once de los acusados a morir en la horca. Tres recibieron prisión perpetua, dos condenas a veinte años de prisión, uno a quince y otro a diez. Tres fueron absueltos.

La noche del 16 de octubre de 1946, el gimnasio de la prisión del Tribunal olía a whisky, café y cigarrillos rubios, de acuerdo con la prensa de la época. Los soldados montaron allí tres horcas de dos metros y medio de altura, pintadas de negro. El papel de verdugo lo ocuparía el sargento mayor estadounidense John C. Woods. Los norteamericanos se encargaron de la mayoría de las cuestiones procesales desde el principio hasta el final.

Los acusados pasaron al gimnasio uno por uno. El procedimiento consistió en atarles las manos a la espalda, permitirles decir unas últimas palabras y recibir una bendición si eran religiosos, colocarles una capucha negra, subirlos al patíbulo, atarles la soga al cuello y abrir la trampa.

Dos horas después, diez cuerpos eran fotografiados por un soldado del Ejército nortamericano. En un principio las imágenes serían secretas, pero poco después se difundieron a la prensa.

Al parecer, algunos ajusticiados golpearon su cabeza contra las tablas por ser demasiado estrecho el agujero por donde caían, y en las fotografías aparecen manchados de sangre. Rumores de la época afirmaron que las sogas de fabricación italiana utilizadas para las ejecuciones eran demasiado cortas, lo que impidió que determinados ejecutados se rompiesen el cuello y agonizaran algunos minutos en un inútil pataleo contra la muerte.

Sólo Hermann Goering, el reo más importante, no participó del espectáculo. Pocos antes de ser ejecutado, se suicidó dentro de su celda con una píldora de cianuro potásico, presuntamente facilitada por un guardia a cambio de objetos personales, publicó La Voz.

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