Manuel Antonio Ramirez y una fecha fallida

*Por Aníbal Silvero

 

Uno de los referentes más importantes de la cultura misionera es Manuel Antonio Ramirez, destacado poeta que vivió y amó la tierra colorada y que constituye un referente ineludible de la historia de nuestra Provincia. Sin embargo, extrañamente, el Gobierno de Misiones en su Facebook oficial conmemoraba su muerte un día erróneo.

 

Es impreciso saber cuándo comenzó la confusión. Tal vez algún funcionario miró desaprensivamente la placa del cementerio y leyó 26 de noviembre como fecha de deceso del vate, o algún diario cometió un error de tipeo y puso también 26. Lo cierto es que una cantidad enorme de personas en Posadas, incluyendo la publicación oficial del Gobierno de Misiones en Facebook y una reconocida página web de referencia histórica de la Provincia, citaban como fecha de la muerte de Ramirez el 26 de ese mes. Lo curioso del caso es que cualquier persona que haya seguido el caso del homicidio del hombre, ultimado a balazos un día después de realizar una solicitada en un diario, podía constatar que la fecha del deceso… era el 22 de noviembre!.

 

 

Pero vamos a la crónica: tras recibirse de agrónomo en Córdoba, Ramirez viene a Posadas a vivir con la «tía Eloina», que en realidad era su madre (según el testimonio de Areco). Lo extraño es que convive con Eloína Ramirez, la tía Eloina, sin saber que estaba viviendo con su propia madre.

 

El jueves 21 de noviembre de 1946, Manuel Antonio Ramirez saca una solicitada en el diario El Territorio, donde entre otras cosas asegura enfáticamente que no pertenece ni va a pertenecer nunca a la redacción del diario El Imparcial (a esas alturas ya la relación con el director de este periódico, Tavares Castillo, era muy áspera), aclara que sí le tocó representar a El Imparcial en una reunión de prensa -convocada por el gobernador Almeida-, pero niega enfáticamente su relación con el mismo, «versión echada a rodar por el señor Tavares Castillo de que yo asumiría la Redacción de su hoja, al convertirse próximamente en diario», dice Ramirez en el texto, entre otras cosas, y agrega «No pienso desempeñar cargo directivo alguno en esa hoja, porque soy peronista de la primera hora y El Imparcial se enredó con las filas enemigas a Perón». Luego usa varios descalificativos hacia Tavares Castillo, en el que habla por ejemplo de su incapacidad, y por último concluye: «Personalmente siempre asistí en su angustia intelectual a ese quidam porque fui al grupo de jóvenes que rodearon la fundación de El Imparcial (1932) para combatir la dictadura del año 30, pero no puedo consentir con mi silencio unas versiones que me afectan y que toman cuerpo, con el regocijado sentimiento de un semianalfabeto, que eternamente ha mercado con el idealismo gratuito de los demás”.

 

Así las cosas, el viernes 22 sería un día fatal para nuestro poeta. Tavares Castillo lo fue a buscar, armado. Lo ubicó en la intersección de las calles 3 de Febrero y Rioja, y le pegó un tiro a quemarropa. Ramirez, herido, trató de refugiarse en el domicilio donde se hallaba, pero fue perseguido por su atacante a disparos. Ramirez quedó así tendido en el interior de la vivienda, agonizando, y allí falleció. Tenía 35 años.

 

El entierro de Ramirez fue el sábado 23 de noviembre en el cementerio La Piedad de Posadas. En la ocasión, Atilio de la Fuente, un hombre de las agrupaciones peronistas, expresó: «“Era un idealista doctrinario que mantenía el ideal por sobre los horizontes en que la mediocridad ambiente detiene la mirada para fijar posiciones personales o convencionalismos repudiables. Por eso anatematizaba con su pluma valiente y sutil a los renegados y acomodaticios y los mercaderes inescrupulosos como él mismo decía hace pocos días refiriéndose a un periodista mercenario que, como todo cobarde, respondió con un crimen alevoso».

 

 

La esposa de Tavarez Castillo, según ella misma contó a la policía, también estaba amenazada -anónimamente-. Por eso algunos conjeturan que ademaś de la injuria, la contienda política y los desencuentros profesionales, pudo haber un motivo pasional para el crimen. Difícil desentrañar esta madeja 74 años después. Lo que sí se hizo luego de prácticamente tres cuartos de siglo es el rescate de su tumba. Su sepultura, como el de muchos otros referentes de la cultura y el arte, fue olvidada por muchos gobiernos. Hace unos días, sin embargo, representantes del ministerio de Cultura, del sitio Posadas del Ayer, y de la Sociedad Argentina de Escritores filial Misiones, pusieron manos a la obra y restauraron el lugar de descanso eterno de Ramirez, en el cementerio La Piedad.

 

En fin, volviendo a 1946, el lunes 25 de noviembre, la página 2 de El Territorio publica una nota titulada: “Honda manifestación de pesar en el sepelio de los restos del famoso periodista Manuel Antonio Ramírez», donde se cita las palabras del doctor Atilio Errecaborde en el sepelio de Ramirez, quien expresó: “…el poeta de su tierra y del espíritu que animó Manuel Antonio Ramirez cumplió el tributo de ese absurdo abandonándonos por raros designios en mitad del camino que lo habría llevado ineluctablemente a la consagración definitiva de sus peregrinas aptitudes para la poesía y el canto”.

 

 

¿Y el 26 de noviembre? Pues ese día los restos del poeta ya estaban tres metros bajo tierra. Inclusive la placa del cementerio, una vez limpiada, dice claramente 22.

 

Como corolario, contaremos que diez años antes, junto con sus amigos César Felip (no Felipe) Arbó y Juan Enrique Acuña, concibieron el libro Triángulo, considerada una obra fundacional de la poesía misionera. Uno de los sueños de Ramirez fue un escenario natural de manifestaciones culturales con vista al río, obra que se llevó adelante dieciséis años después por impulso del gobernador César Napoléon Ayrault, (fallecido trágicamente en un confuso vuelo Posadas-Iguazú, en un accidente aún no esclarecido totalmente por la Justicia), con el Anfiteatro de Posadas y que en homenaje al poeta que lo soñó, lleva su nombre. Y tal como lo soñó Manuel Antonio Ramírez, este emblema de la arquitectura posadeña mira hacia el río. El mismo Paraná al que Manuel Antonio le dedicara, unos años antes, un sentido poema:

 

Este río es un indio que no quiere entregarse
esperando una aurora que jamás va a llegar.
Este río se llama como debe llamarse
con su nombre de pausas descendiendo hacia el mar.
Este río es un indio que parece dormido
en la selva, y salta como un recio jaguar.
En mitad de la sangre lo llevamos tendido
como un arco instintivo apuntando hacia el mar.
Cuando el río está triste las barrancas se azulan,
van musicales islas en un lento soñar,
las cobrizas gargantas de la tierra modulan
una canción más honda, más lejana que el mar.
Este río es el alma del nativo paisaje
-el que no lo comprenda no lo quiera cantar-,
un gigante transido por el drama del viaje
que presiente la odiosa muchedumbre del mar

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