Historias de Misiones: los colonos que vivieron dos años en una cueva porque creyeron que Argentina estaba en guerra

Un grupo de colonos europeos ingresó en las primeras décadas del siglo pasado a Misiones y se estableció en la selva, en un triángulo entre San Pedro, San Vicente y El Soberbio. En 1944 un hecho los atemorizó y les hizo creer que Argentina se había sumado a la Segunda Guerra Mundial. Ingresaron a la selva y se establecieron en unas cuevas, cuyos ingresos estaban tapados por un salto de agua. Allí desarrollaron sus vidas.

Cuando llegaron a la zona de San Pedro se establecieron cerca de Gramado. El lugar era conocido como Colonia Oculta y eran unas sesenta personas, entre adultos y niños.

Dos de aquellos niños eran Sigfrido Fiege y Federico Rabbe, y en el año 2005, cuando tenían 66 y 68 años y vivían en San Vicente, contaron la historia en primera persona:

«Nuestros abuelos, alemanes, llegaron a Brasil, pasaron al Paraguay, y desde allí fueron a la Patagonia, pero no lograban encontrar trabajo. Luego de varias vicisitudes llegaron en tren hasta Posadas. Después siguieron hasta Alem en carro y en 1935, a Aristóbulo del Valle. La ruta era hasta Campo Grande, y nuestros padres fueron los primeros colonos de esa zona, donde estuvimos hasta el año 1942», entre los dos relataron todo el periplo previo a establecerse en Misiones.

Rabbe y Fiege contaron que sus padres y el resto de los adultos decidieron adentrarse en la selva misionera, porque «En ese entonces, Europa comenzó con el revuelo de la Segunda Guerra Mundial.

Federico Rabbe y su esposa (Foto de 2005 en San Vicente)

 

Más adentro

«El 13 de mayo de 1942, íbamos un carro detrás de otro. Cada familia tenía uno, y todos llevaban sus herramientas y sus pertenencias, carpas, mercaderías y armas. Llegamos a lo que hoy es el kilómetro 71 de la Ruta 14. Ya había una picada, con gente que llegó antes que nosotros. Cada uno hacia su casita una al lado de la otra. Estuvimos bastante tiempo, hasta que los más grandes decidieron buscar un lugar mejor, y desembocamos en Monte Alto.

Esta comunidad aislada de toda población, comenzó a desarrollar sus actividades para poder subsistir. «Plantábamos caña de azúcar, algodón, trigo y maíz, entre otras cosas. Teníamos ovejas y vacas. Hacíamos todo entre todos. Fabricamos un molino y construimos un tajamar con rueda hidráulica. Cuando alguno tenía trabajo atrasado en su parcela, todos lo ayudaban para terminarlo.

Después nos fuimos a vivir mucho tiempo a otro paraje cercano. Se llevó todo con canoas por el arroyo Victoria, y los animales se fueron por el monte», relataron.

Lejos de cualquier tipo de atención médica. Cada accidente o enfermedad era un problema a resolver. «En una pendiente veníamos bajando varios y encontramos dos víboras bien grandes y gruesas, los perros ladraban. Uno de nuestros tíos, quiso cortar una vara y piso a una de ellas, que le mordió la pierna. La única solución en la que pensamos fue Dios, así que todos nos arrodillamos y oramos. Y el hombre se levantó y siguió caminando. Lo único era creer, no pasó nada. Muchas veces hicimos eso.

Había muchas víboras, porque en esa época había muchas tacuaras, que cada seis años florecen. La semilla tiene un olor especial y ahí se crían muchas ratas. Por eso había muchísimas víboras».

En el lugar nuevo, Gramado, nos establecimos. Volvimos a plantar y a hacer un tajamar. Se armó el molino con piedras y sus correas con cuero de pardo. Se sembró trigo y maíz. Se hizo una prensa para hacer aceite, y un trapiche para la caña de azúcar. Teníamos miel de abeja, y se plantó algodón para hacer sogas, ropa y cobijas. Los sombreros que usábamos todos, eran de madera, como un casco. Vivimos unos años en ese lugar, y de ahí fuimos para las cuevas».

 

Los colonos que vivieron en una cueva

El 16 de enero de 1944 ocurrió una catástrofe a miles de kilómetros de donde estaban Rabbe y Fiege, que sería decisiva para ir a vivir a las cuevas. Ese día, un terremoto destruyó la ciudad de San Juan, recostada en la cordillera de los Andes, y causó decenas de víctimas. El sismo repercutió en Buenos Aires y también en Misiones.

Ellos lo cuentan: «Era casi de noche, y estábamos en casa hecha de adobe, de unos parientes. Comenzó a vibrar y se movían las paredes. Nos asustamos y los viejos pensaron que eran bombas en algún lugar cercano. A los días siguientes vimos aviones y ellos pensaron que Argentina había entrado en la Segunda Guerra Mundial. Estábamos todos muy inquietos. Mucho después nos enteramos que había sido el terremoto de San Juan.

Sigfrido Fiege con algunas de las herramientas que tuvieron en las cuevas

 

A las dos semanas fuimos a ver las cuevas. Nuestra colonia estaba a la vista desde el aire, pero esas cuevas no, porque las tapaban los saltos de agua del arroyo Victoria.

Entonces se decidió ir a instalamos allá. Llevamos todo, pero dejamos todos los sembrados donde estaban y nos íbamos hasta allá para trabajar la tierra y buscar comida. Estuvimos dos años y poco viviendo en las cuevas». Entonces Fiege tenía cinco años y Rabbe siete.

«Entramos a ese lugar y nos instalamos en las cuevas que estaban en un gran paredón, debajo de un salto. Tenía más de ocho metros de largo, y un solo chorro de agua y allá vivió la comunidad. Comíamos todas las familias en una mesa, pero cada una dormía aparte. Era como una caverna detrás del agua, con una entrada de 20 metros.

Había aproximadamente sesenta personas entre grandes y chicos. Siempre seguimos el mismo lineamiento y el mismo orden. El más anciano era Eduardo Fiegue; y Adolfo Fiegue era el segundo. Durante mucho tiempo nadie tuvo contacto con otras personas ni se fue al pueblo.

Ahí vivimos dos años, hicimos un rozado, macheteamos y plantamos maíz, maní, teníamos mucha mandioca, batata. Todos hablábamos alemán, había solo uno que no sabía, pero aprendió.

Cuando llegamos a ese lugar no llevamos ningún animal, porque salimos bastante apurados. Era todo selva, y no vivía nadie por allí. Había en aquel tiempo tigres, y muchas víboras porque en el año 1944 se secaron las semillas de las tacuaras y había muchas ratas, que las atraían. Eran impresionante las víboras grandes que había».

Federico Rabbe y Sigfrido Fiege

 

Historias en la selva

«Papá curtía el cuero de los venados y tapires con cortezas de madera. Había muchos y con eso se hacía calzados, pero no consumíamos la carne por nuestra creencia religiosa. Armábamos trampas para atrapar tigres y onzas, y los jabalíes eran una plaga, había una cantidad y se comían el maíz. Preparábamos caballetes y un cajón de 60 centímetros con un tejido y lo utilizábamos para pescar. Sábalos, salmones, dorados, tarariras, y bogas. Los secábamos con sal y los poníamos en cajones, nos duraba meses”, relataron.

Contaron que con el tiempo empezaron a salir hacia los pueblos y tardaban entre una y dos semanas para ir y volver a El Soberbio por agua. “Una vez cuando salimos y trabajamos en Aristóbulo del Valle y con la ganancia compramos algo de ropa, caballos, y bueyes.

 

La retirada

«Con el tiempo, la gente de a poco fue saliendo porque la guerra estaba terminando. Volvimos a Monte Alto, y nos quedamos hasta el año 1960.

Cuando papá salió, le contaron que eso que parecía un bombardeo había sido un terremoto. Gendarmería muchas veces pasó cerca de las cuevas pero nunca nos vio. Después de esa época jamás volvimos a estar todos juntos. Aprendimos a hablar castellano cuando salimos de ahí, porque solo hablaba alemán”.

Federico Rabbe aseguró que “volvería a ese lugar, era muy feliz ahí. Nosotros estábamos bien organizados, trabajamos cinco horas por día y sobraba alimento. Hasta miel de abeja teníamos. Continuamos con la misma iglesia, siempre guardamos la misma tradición. En la organización, las creencias, las enfermedades, siempre estaba la oración».

Son los colonos que vivieron en las cuevas, en el centro este de Misiones.

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Fuente: El Periódico de San Vicente (2005)

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